aencionPELIGRO

Sé que no es fácil, que hay muchas sensibilidades que entran en juego y que es muy fácil sentirse herido y personalimente atacado cuando hablamos de estos temas. Os propongo que hagamos un pequeño intento de concordia. Sin prejuicios, sin apriorismos, sin juzgar. Sin pretender tener razón. Tan sólo intentar entender cómo pueden sentirse las demás personas.

Para no hacernos daño, que esto no es un combate de lucha libre, propongo algunas reglas de entrada que me gustaría que respetárais en los comentarios. Porque si no empezamos por establecer límites y reglas, es probable que esto degenere rápidamente en «¡eres un cerdo machista, cabrón insensible!» y/o «¡pues tú eres una zorra malnacida, puta!». Y no queremos eso.

  1. No quiero convencer a nadie. No pretendo tener razón en nada. Me conformo con que intentes comprenderme. Solo aspiro a que intentes ponerte en mi piel, como yo voy a tratar de ponerme en la tuya sin juzgarte personalmente.
  2. No soy portavoz de nada ni de nadie, tan solo tengo mi experiencia personal, no soy responsable de lo que hagan otros u otras, no soy responsable de que las cosas sean como son, así que no me exijas explicaciones por cosas que no están bajo mi control.
  3. Yo voy a evitar llamarte machirulo. Evita tú llamarme hembrista o feminazi. Desde el respeto mutuo seguro que nos resultará más fácil entendernos.
  4. Por el mismo precio, espero que no intentes convencerme a mí de nada. Estamos hablando de subjetividades personales, de experiencias personales y de reacciones personales. No vas a poder encontrar una ley universal que te permita establecer lo que está bien y lo que está mal. Por favor, te agradeceré que evites consejos, por muy bienintencionados que sean, sobre cómo tengo que manejar mi vida. Gracias.
  5. También te agradeceré que evites minusvalorar mi experiencia personal con estadísticas, y más abajo explico por qué. Sí, ya sé que el plural de anécdota no es datos, y eso aplica para todo, pero recuerda que este es mi blog personal y aquí hablo de mi experiencia personal. No me digas cómo se sienten *todas* o *la mayoría de»  las personas que pasan por una situación que yo misma he sufrido. Recuerda que estamos intentando hacer un ejercicio de empatía. Evita frases que puedan sustituirse por «¿A quien vas a creer, a tus ojos o a mí?».
  6. Esto no es un ejercicio dialéctico, para entretenerme tengo otros hobbies. Estoy intentando acercar mi realidad a la de otras personas que estén interesadas en conocerla de primera mano. Si tu intención es vencer, es demostrar que tienes razón y los demás estamos equivocados, si crees que tú sabes mucho más sobre esto que los jueces, fiscales, abogados, institutos de la mujer, asociaciones, etc. y que todo corresponde a presiones del lobbie feminista, si vas a entrar en debates estériles sobre semántica en lugar de sobre las realidades que estoy intentando describir, si pretendes arriconarme con trampas retóricas… Por favor: ahórratelo. No empecemos con argumentos del tipo «¿por qué cuando un hombre hace…? ¿Y entonces por qué cuando una mujer hace…?». Hay suficiente evidencia empírica como para explicarte por qué comportamientos que en la superficie te parecen iguales, cuando rascas un poco la realidad resulta ser mucho más compleja que ese reduccionismo que manejas, y se tratan de forma diferente realidades que son diferentes. Yo no soy quien para hacerlo, ni tengo ganas de entrar en ese tipo de discusiones.

tocando los huevos

Para ti esto tal vez sea un combate de esgrima dialéctica, pero para mí se parece más al relato de los años en que fui a la guerra, me dejé la piel en el frente y volví con heridas que aún sangran. No te pido que me des la razón: solo te pido un poquito de respeto. Quiero que entiendas que en ningún caso estoy utilizando mi situación como víctima o la experiencia que he sufrido durante años para cortar ningún debate: lo que quiero que entiendas es que hay cosas que duelen y por eso mi tolerancia hacia ciertos temas es cero, y te pido que lo respetes. Si no te ves capaz, es mejor que ni lo intentes.

Cuando en un debate sobre violencia de género con otra persona, le adviertes que está hablando con una víctima de la violencia de género, no lo haces para que te de automáticamente la razón. Lo haces para que intente tener cuidado con sus palabras porque hay afirmaciones tajantes que duelen.

Para que me entendáis, voy a intentar explicarlo con una analogía en la que espero que nadie se sienta agredido en lo personal: hablemos de ascensores.

Imagínate una persona a la que le disgustan los espacios cerrados. No es algo que le limite su vida diaria, ni una psicosis o una paranoia: simplemente no le gustan. Es lógico. A muchas mujeres nos han dicho desde adolescentes que tengamos cuidado con los callejones oscuros, que una mujer joven a las 6 de la mañana tiene que tener cuidado por dónde va. Esto no quiere decir que nos quedemos en casa, pero sí que de tantas veces que nos han repetido que tengamos cuidado, es normal que en determinas situaciones sintamos un pellizco de incomodidad en el estómago. A la persona de mi ejemplo le ocurre igual: no sufre de claustrofobia, pero no le hacen mucha gracia los espacios cerrados.

Imaginemos que esta persona de mi ejemplo una vez se queda encerrada en un ascensor. Puedes imaginar diferentes grados en los que se resuelva esta situación:

  • 5 minutos con la cabina paralizada que  vuelva a ponerse en marcha
  • Que se vaya la luz y se quede media hora encerrada a oscuras en el ascensor hasta que el portero pueda reactivar la electricidad
  • Que pase varias horas ahí metida, con un grave ataque de ansiedad, tengan que sacarla los bomberos y suministrarle ansiolíticos

Ahora, imaginaos a esa misma persona, después de sufrir esa experiencia. ¿Creéis que le resultará fácil volver a subir en ascensor? Ante una persona que ha vivido esta experiencia, hay varias formas de reaccionar.

El que te dice que eres gilipollas por tener miedo de un inofensivo ascensor.

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El que se ofende de que esa persona tenga miedo de un ascensor, porque considera (por supuesto, faltaría más) que no todos los ascensores son iguales y entiende que estás limitando *su* derecho a usar el ascensor (?), y como es empático en grado sumo, llama a esa persona anormal, gilipollas y zorra malnacida.

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Está el gilipollas que, después de haber explicado tu experiencia en el ascensor, te dice que se ríe de tus procesos lógicos y te obliga a entrar en un ascensor de un empujón..

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Gente que se toma fatal, como algo personal, el que no estés de acuerdo con sus argumentos por tu experiencia personal única, propia y subjetiva. Que te dice que por haber vivido una experiencia que te ha marcado como es el hecho de quedarte encerrada en un ascensor, ya por eso quieres tener razón y lo utilizas para cortar cualquier debate. Como si en lugar de intentar explicar por qué no subes en ascensor, hubieras pretendido ser portavoz de un lobbie antiascensores, o algo.

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Está quien te dice que por haberte quedado una vez encerrada en un ascensor ya quieres tener razón sobre que los ascensores fallen siempre, y eso no puede ser, que los que os habéis quedado encerrados en ascensores merecéis empatía (al menos es un avance respecto a todo lo anterior, ¿qué duda cabe?), pero no tenéis que tener ni voz ni voto.

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También está el que te dice que no es culpa de los ascensores así, en general, que no deberías juzgarlos a todos, que no todos los ascensores que fallan es por un mal funcionamiento intrínseco de los ascensores: en algunos casos puede ser culpa de la instalación eléctrica del edificio y el ascensor no tiene ninguna culpa, hacen falta más datos y hay que mirar caso por caso.

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Y está también quien pretende convencerte de que no debes temer a los ascensores seputándote bajo datos y estadísticas sobre lo seguros que son los ascensores, y cómo los departamentos de mantenimiento tienen interés en falsear las estadísticas sobre fallos técnicos para que les sigas pagando la cuota de asistencia mensual.

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Quería intentar sacar algo bueno de todo esto y parece que solo me quede en acusaciones y en señalar con el dedo. No es lo que pretendía, y aunque esto me está quedando más largo que un lunes sin tabaco, me niego a acabarlo así y a dividir esto en partes. Bien, como ejemplo de lo que *no* deberías decirle a alguien que tiene miedo a los ascensores porque una vez se quedó encerrada en un ascensor, yo creo que podría valer. Porque esa persona no pretende convencer a nadie de lo horribles que son los ascensores, de las ventajas de subir siempre por las escaleras, ni prohibir los ascensores por decreto, ni limitar tu derecho a usar un ascensor cuando te salga de los cojones: esa persona lo único que intenta es que comprendas por qué tiene un miedo atroz a los ascensores, esa persona lo único que está intentando es que te pongas en su pellejo. Nada más.

Y ahora intentemos volver al principio de todo: el miedo. ¿Por qué? En cuanto a las relaciones personales con el sexo opuesto, a hombres y mujeres nos educan de forma distinta: a nosotras nos enseñan a teneros miedo, y a vosotros os enseñan a acosar hasta vencer. Antes de que te eches las manos a la cabeza, dame un minuto que me explique.

A nosotras desde la pubertad nos dicen que los chicos solo quieren una cosa de nosotras, que todos van a lo que van, que tengamos cuidado, que una vez que obtienen lo que buscan ya no quieren saber nada más de nosotras. Ya sé que esto como hombre te ofende, pero piénsalo bien y observa a tu alrededor, a tus hermanas, a tus hijas, a las hijas de tus amigos, a tus amigas. No me creas a mí, ya he dicho que no quiero tener razón: pregúntales a ellas y a ellos si estoy en lo cierto, escucha lo que tienen que decir. Con el tiempo eso se convierte en que la que se va a la cama con un tío la primera noche es una fresca. Por suerte con la edad también nos hacemos adultas y tomamos nuestras propias decisiones sin el miedo al qué dirán de nosotras, pero en la adolescencia, cuando no tienes ni puñetera idea de hombres ni de relaciones, estos pensamientos te condicionan.

En cambio, a los chicos les enseñan a luchar hasta la victoria, a no rendirse, a perseverar, a no aceptar un no por respuesta, el que la sigue la consigue. Cuando hablamos de relaciones, esto se traduce en que cuando una mujer dice «no», en realidad quiere decir «sí», pero no puede decir «sí» tan pronto porque sería considerada una frasca, una facilona, y no queremos eso, así que tienen que hacerse las estrechas porque les gusta que les insistan.

Este «meme» circulaba hace una semanas por las páginas de humor de facebook, tenía cientos de «Me gusta» en cada imagen y miles de veces compartido de muro en muro.

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¿Hace falta que os explique lo peligroso de este razonamiento? Tal vez sí requiera algo de explicación y desarrollo. Lo voy a intentar.

En discotecas, en bares, en fiestas, en cualquier entorno lúdico-festivo en el que haya una interacción social entre hombres y mujeres, nosotras recibimos proposiciones con relativa frecuencia. Incluso, a veces, en la biblioteca de invitan a un café (chiste fácil). En webs de dating también, mayoritariamente son los chicos quienes «entran» y las mujeres quien criban. Sí, también hay mujeres proactivas que toman la iniciativa, desde luego, y a mí también me han hecho la cobra alguna vez por malinterpretar las señales. Estamos todos de acuerdo. Estas proposiciones son de todo tipo, unas más educadas y otras groseras, unas más insistentes y otras menos, unas mejor recibidas que otras. Algunos reciben calabazas y otros no. Bien. Lo importante aquí es la actitud del chico cuando te dicen que no. ¿Qué ocurre cuando a un hombre le dicen que no por primera vez? Depende del hombre, por supuesto, hay quien ante la primera negativa recula y adiós. Y eso está BIEN. Si te dicen que no, es que no y punto. Pero no es lo normal, no es lo frecuente, no es lo habitual. Porque no es lo que os han enseñado. Os han enseñado que cuando una mujer dice «no», en realidad quiere que le insistas. Así que muchos insisten. Algunos cruzan la línea y se ponen realmente pesados, y eso degenera en una situación realmente incómoda. No todos, por supuesto, faltaría más. La mayoría de los hombres saben perfectamente cuando tienen que retirarse. Pero insisto: estamos hablando de un entorno de fiesta, con alcohol, con minifaldas, con abierta predisposición al ligue… Hay muy pocas de nosotras que no se hayan encontrado jamás en una situación como esta:

– Hola guapa, ¿vamos ahí detrás y nos damos un homenaje?
+ NO
– Venga, si te he visto mirarme
+ NO
– Si te va a gustar, tonta
+ NO
– Te estás haciendo la dura
+ NO
– Me encanta cuando te haces de rogar
+ NO
– Mira como me pones de cachondo
+ NO
– No me digas que no quieres, con esa falda se nota que has salido pidiendo guerra
+ NO
– Va, no me vas a dejar así
+ NO
– Pues ahora acabas lo que has empezado, zorra
+ NO
– ¡¡¡CALIENTAPOLLAS!!!

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Tal vez tú no seas de estos, y de verdad que me alegro mucho, esto no va por ti. Pero estas situaciones son mucho más frecuente de lo que crees, y nos pone en una situación realmente incómoda. Tú no tienes la culpa: os han enseñado a insistir, a que tenéis que ser perseverantes para lograr vuestros objetivos y a que no os tenéis que quedar con el primer «no» porque tal vez ella se está haciendo la dura y lo que quiere es ver que te lo curras. Trata de pensarlo un poco y de ponerte en nuestro lugar.

O piensa por ejemplo en las webs de datings. No me digas que no conoces Badoo, Tindr o similares porque no te creo. Bien, pues ahí también es frecuente que, cuando hay un cierto interés y ya habéis intercambiado los teléfonos, la insistencia está a la orden del día.

– ¿Por qué no me invitas a tu casa?
+ NO
– Va, invítame a tu casa y te hago un masaje
+ NO
– Si soy inofensivo
+ NO
– Venga, no te arrepentirás
+ NO
– ¿Qué te cuesta?
+ NO
– ¿Pero por qué no quieres?
+ NO
– No tiene que pasar nada que tú no quieras

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Todo esto tiene un nombre horroroso: se llama coacción.

Ya, ya sé que tú no eres de estos. No te estoy acusando de nada. Sólo te pido que no niegues que esto existe, que es muy frecuente, y que nos hace sentir incómodas y expuestas.

¿Sabes qué es para mí lo más grave de una violación o de una agresión sexual? Que hay muchísimos hombres que no saben que lo son. Lo siento por las dureza de mis palabras, pero si has llegado hasta aquí te invito a reflexionar conmigo sobre este tema. El artículo de ElDiario.es titulado «Yo quería sexo pero no así» tal vez nos ayude a contextualizar. ¿Qué ocurre cuando un hombre y una mujer tienen su primera cita? Para mí (no estoy diciendo «para todas las mujeres en general», hablo por mí misma), repito: *para mí* una primera cita implica conocer un poco más a la otra persona, ver si hay química. Es un veamos cómo va. Puede ser que me encante y me acueste con el tío en la primera cita, puede ser que me repela y no quiera volver a saber nunca más de él, pueda ser que me guste lo bastante como para volver a quedar pero, por el motivo que sea, en ese momento no me apetezca llevármelo a la cama. A priori no lo sé.

Bien, si estás leyendo esto y eres hombre, probablemente pertenezcas a uno de estos dos grupos:

  • Grupo A: hombres que opinan como yo, que una primera cita es un ya vamos viendo, una manera de conocernos mejor y que no hay ninguna obligación de acabar la noche con un revolcón.
  • Grupo B: hombres que están pensando «¿pero qué dice esta idiota? ¿para qué voy a pagar una cena si no es para follar, cacho puta? A ver si te crees que me interesa algo más de ti que no sea meterme entre tus piernas.

¿Cómo sé de entrada a qué grupo perteneces? No lo sé, no tengo forma de pasarte tu test (y si tú la conoces, dímelo). Tampoco te pido que te identifiques con un grupo o con otro, me basta con que admitas que el segundo grupo existe, y no son una minoría. Son esos hombres que nos enseñaron de pequeñas que van a lo que van. Y contrariamente a lo que puedas pensar, no son cuatro gatos. Son muy numerosos. Tanto que no conozco a una sola mujer que no se haya encontrado con varios de estos elementos, no te voy a decir a lo largo de su vida, sino en lo que va de año. El razonamiento es algo como «Si la voy a recoger, pago la cena, pago las copas, la acompaño a su casa… pues lo mínimo que espero es un polvo a cambio«. Sí, si este intercambio de cenas por sexo te suena a *eso* es porque es exactamente *eso* en lo que estás pensando. No hace falta que te lo traduzca.

Quiero que esto quede bien claro: una mujer no te debe sexo. Nunca. No importa lo que hagas. No importa a cuántas copas la hayas invitado, no importa cuántas veces la hayas llevado a cenar o al cine. No hay ninguna situación en la que una mujer esté obligada a tener sexo contigo. Ninguna.

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A estas alturas probablemente tengas la equivocada idea de que pienso que todos los hombres son unos agresores en potencia. Nada más lejos de la realidad. Los agresores sexuales son un número pequeño de hombres. Lo que quiero que entiendas es que una violación o una agresión sexual no es algo que ocurre (no siempre) en un callejón oscuro, con un empujón para meterte en un portal y poniéndote una navaja al cuello, como parece que está arraigado en el imaginario colectivo. Es mucho más probable vernos arrastradas a hacer algo que no queremos simplemente porque una negativa no se contempla como válida, por no ser una zorras calientapolla, porque el chico en realidad nos gusta y pensamos que son paranoias nuestras.

Cito del artículo que mencionaba antes:

(…)  alerta la psicóloga especialista en violencia de género, Norma Vázquez. El ‘ligoteo’ es uno de los contextos en los que más agresiones sexuales se dan, apunta, pero a las mujeres les cuesta identificarlas como tales, puesto que ellas querían en un primer momento trabar relación o mantener un intercambio sexual.

(…) uno de los casos más habituales: una mujer conoce a un hombre con el que le apetece tener un encuentro, en un momento se siente a disgusto o no le gusta el rumbo que toma la situación, y él la presiona o fuerza a seguir.

(…)  la actitud masculina tan extendida y normalizada de insistir y presionar para tener sexo, hace que las mujeres acepten esa conducta “como algo consustancial a salir de fiesta”.

Norma Vázquez responde que el límite es “la coacción: si hay presiones, si el hombre no ha respetado el ‘no’ de la mujer”. Pero reconoce que, a menudo, cuando el agresor es conocido, la línea que separa una relación consentida de una forzada es difusa. “Hay mujeres que empiezan diciendo que no, pero que ceden por la presión, el chantaje, o por evitar males menores, como el miedo a la violencia física. Esas mismas mujeres a menudo no lo consideran violencia, porque se quedan con que finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.

La psicóloga lamenta que la sociedad no entienda por qué una mujer no se opone con firmeza a una relación sexual no deseada, y que la pregunta sea esa en vez de cuestionar por qué muchos hombres siguen sin aceptar la primera negativa. “Decir que no, mantenerlo y defenderlo cuesta”, recuerda.

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Por si todo esto fuera poco, es frecuente que nos encontremos con que, al comentar este tipo de situaciones en nuestro entorno, se tiende a relativizar, a minimizar el impacto que pueden tener sobre nosotras estas vivencias, a decir que no es para tanto. ¿A quien no le han tocado el culo en el autobús o en el metro alguna vez? Comentarlo y que te digan «¡Anda, exagerada! Hay que ver cómo te pones«.

Podríamos hablar incluso de la culpa o la corresponsabilidad que se nos asigna en casos de agresión:

– ¿Pero dónde vas con esa ropa? ¿No ves que vas provocando? Luego te quejarás si te violan…

Yo cada vez que oigo una frase parecida me acuerdo de Santiago Segura en Torrente: La culpa es de los padres, que las visten como putas.

Seguro que habéis oído muchas veces frases del tipo ¡Es que vas provocando! infinidad de veces. De hecho incluso hay sentencias alguna sentencia absolutoria totalmente deleznable en casos de violación porque la víctima llevaba falda. ¿En serio, como hombres no os resulta indignante? Esta idea de que no podéis conteneros, de que vuestros impulsos sexuales os dominan, de que veis un escote o una minifalda y perdéis el norte… Si yo fuera hombre, me indignaría la idea de que se me puede provocar tan fácilmente hasta llegar a torcer al voluntad de otra persona para satisfacer mis impulsos. Pero lo que veo es que los hombres no se revelan ante este tipo de afirmaciones (al menos no de manera visible y mayoritaria: no digo que no lo hagan, digo que *yo* no los veo indignarse por afirmaciones como esta). Más bien al contrario, lo que veo es que son los mismos hombres (el caso de las mujeres machistas merecería capítulo aparte) los que contribuyen a fomentar esa idea de machos dominados por sus impulsos, que no se pueden contener. Es que así vestida vas provocando. Así que me pregunto: ¿A quien beneficia esta idea? ¿Quien es el principal beneficiado de la idea de que los hombres tienen menos autocontrol que los perros? A mi perra le pongo su comida preferida delante, y aunque se esté muriendo de hambre: no la toca hasta que no le doy permiso. ¿Por qué tanto empeño en promover la idea de que los hombres tienen menos autocontrol que un perro? Es que con esa ropa vas provocando. La palabra que me viene a la cabeza es impunidad.

Al margen de lo gañán de la frase y de la situación tipo Torrente, no debería sorprendernos tanto puesto que un tercio de la sociedad considera corresponsable a la víctima de una violación cuando se dan algunos factores: sensación de promiscuidad, haber bebido, llevar ropa sexy, coquetear…

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Un 30%. Una de cada tres personas piensa que una víctima de violación es responsable de lo que ha pasado por coquetear, beber o llevar ropa sexy. Piénsalo. Ella es responsable, ella se lo buscó. Impunidad.

Por eso decía antes que muchos hombres no son conscientes de lo que es una agresión sexual y lo que no. Piensan que ella está disfrutando, que «hacerse la dura» forma parte del juego de la seducción, o que a ella simplemente «le va la marcha». Una agresión sexual no siempre es el resultado de una acción premeditada por parte de una persona que decide llevar a cabo una acción execrable: en más casos de los que pensamos, una agresión sexual puede ser el resultado de una horrorosa confusión. De no haber entendido que NO significa NO.

Hace unos días me preguntaban también en twitter qué ocurre cuando hay alcohol de por medio. ¿Qué ocurre con el consentimiento de una persona borracha? La persona que me lo preguntaba estaba genuinamente preocupado por irse a la cama con una mujer que ha tomado unas copas de más y se mostraba dispuesta. Me preguntaba

¿Y si a la mañana siguiente cambia de opinión? ¿Me convierte eso en un violador?

¿Por qué una persona podría «cambiar de opinión» sobre una relación sexual consentida? Si crees que quiere llamar la atención, acusarte en falso de violador para joderte la vida o cualquier otra explicación en esta línea, vuelve a leer desde el principio esta entrada, o déjalo si te supone un esfuerzo muy grande, tampoco voy a obligar a nadie. Pero si realmente tienes interés por la respuesta, piénsalo, ¿qué lleva a una persona a cambiar de opinión? ¿Qué te hace plantearte esta duda? ¿La idea de que todas las mujeres son unas zorras frías y calculadoras? ¿O más bien la idea de que estando serena no se acostaría contigo? Si crees que serena la respuesta sería NO, o si tienes dudas de que a la mañana siguiente pueda «cambiar de opinión», mi consejo es que no lo hagas. El consentimiento o es explícito, o no es válido. Así de sencillo. Si tienes dudas de que a la mañana siguiente pueda acusarte de violador, ¿por qué arriesgarse? ¿Es que no puedes contener la bragueta en el pantalón? A nosotras nos dicen que no caminemos por callejones oscuros y que no esperemos el autobús en paradas solitarias y poco iluminadas. Tal vez a vosotros deberían explicaros que no deberíais acostaros con mujeres borrachas si tenéis dudas de que realmente quieran hacerlo. ¿Por qué te la juegas? ¡No vale la pena, tío!

El cúmulo de estas vivencias cotidianas por las que casi todas hemos pasado alguna vez, y el hecho de que cada vez más estemos perdiendo el miedo a contar nuestras experiencias particulares, la suma de todas estas pequeñas historias, es lo que está llevando a la situación actual, en la que los hombres se sienten agredidos, sienten que les estamos llamando violadores en potencia, y algunos se indignan, patalean e insultan porque no van a consentir que por tener pene les consideremos violadores. No es eso. No soy yo quien lo piensa, es el Ministerio del Interior quien me aconseja que no me fíe de desconocidos, y mi experiencia personal me dicta que de conocidos tampoco me fíe del todo.

Siento si te ofende porque no es mi intención: si alguna intención tiene todo esto es que me comprendas, que identifiques estas situaciones por las que pasamos las mujeres y que luches conmigo para que no se produzcan. No te estoy haciendo culpable por el mero hecho de ser hombre: estoy intentando encontrar en ti un aliado. Ya sé que todo eso de la cultura de la violación te pone los pelos de punta, y es normal: te horroriza formar parte de algo así. Pero minimizarlo o negarlo no es la solución. No te estoy echando la culpa a ti: sólo quiero que seas consciente y que nos ayudes a cambiarlo.

Por ahora creo que mejor dejarlo aquí. Prefiero no tocar más temas, que esto ya es demasiado largo.

12 comentarios

  1. Me gustaría agradecerte que te hayas tomado el tiempo y las molestias de redactar este texto, así como el tono empleado. No estoy de acuerdo con algunas de las cosas que expones, o al menos me parecen matizables, pero consigue el objetivo que, entiendo, se propone: hacer reflexionar. Al menos, en mi caso así ha sido.

    De parte de alguien que se hinchó de subir escaleras en su niñez tras un par de malas experiencias en ascensores. 🙂

  2. Genial artículo, y tremendas las respuestas de algunos tuiteros, por cierto.

    En algún momento del texto dices que no tiene que ver con nosotros, aunque estoy convencido de que sí.

    No hace mucho leí un artículo hablando sobre el miedo de las mujeres y una horda de hombres saltaron ofendidos en los comentarios. He vivido en mis carnes estar al otro lado; como una desconocida cambia de acera, aprieta el paso o simula entrar en un portal. No tiene nada que ver con mis pintas necesariamente, tampoco (¡espero!) con que «se haya quedado atrapada en un ascensor», sino con ser hombre. Y me ofende, claro que me ofende; me ofende convivir en una sociedad que le ha metido tal miedo instintivo a esa desconocida. Me ofende cuando pienso en mis hermanas, amigas y cuando alguna novia me contaba que simulaba hablar por teléfono por la calle cuando llegaba tarde a casa.

    Creo que es trabajo de todos corregirlo, y artículos como este estoy convencido de que ayudan a despertar conciencias.

  3. Todos tenemos fobias. Lo ideal es ir con el psicólogo o tratar de superarlas. Yo mismo supere mi fobia a la altura. Ahora bien, generalmente la fobia es miedo a algo real. La altura puede hacerme daño si caigo, por eso le temía. Claro, lógicamente bien asegurado el riesgo de caer es mínimo, de ahí que mi fobia sea irracional. Y por eso las fobias, en la medida de lo posible deben superarse, el miedo que paraliza no sirve, el miedo que sirve es el que nos hace tener precaución.
    En este caso, muchos hombres saben cuando no es no. Yo mismo la primera.
    El problema es que la violación no se ve como lo que es. Es un delito. Lo mismo que un asalto. El ladrón te dice amablemente que le des tus pertenencias. Tu le dices no. Te advierte. DIces no. Saca la pistola. Dices claro disculpe la tardanza. Es una situación, en donde alguien abusa. Simplemente.
    Pero también hay que tener en cuenta las falsas acusaciones, que por que no, pueden existir. También hay que tener en cuenta que si estoy ebrio, y me enrollo con una mujer feísima, no ella no me violo. Así de simple.

    1. Ojo porque el tema de las fobias «irracionales» como tú las describes no es tan así. En muchos casos son miedos adaptativos que nos permiten seguir vivos.

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