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En la entrada anterior ya apuntaba un tema que me preocupa especialmente: la dificultad que encontramos quienes no tenemos formación en psicología o psiquiatría para identificar patrones de conducta que indican una relación de abuso, de agresión sexual o de maltrato, cito con frecuencia un artículo que me parece muy revelador sobre este aspecto: «Yo quería sexo pero no así«. En un contexto donde la persistencia se considera algo natural, ¿dónde está la línea que separa la insistencia del abuso? La línea entre la persistencia y la coacción parece difusa, inmersos como estamos en una cultura en la que la mujer no es libre de dar su consentimiento sin hacerse de rogar antes para no ser considerada una «chica fácil», y el hombre no debe desistir al primer intento y debe seguir intentándolo porque «quien la sigue la consigue».BwRdbe5IAAAex_J

Me preocupa. Me preocupa mucho la dificultad para identificar agresiones sexuales, y también me preocupa mucho la dificultad para identificar patrones de conducta propios de relaciones de maltrato o abuso. Cuando hablamos de violencia de género, con frecuencia aludimos al número de mujeres asesinadas y nos limitamos a ese único dato para valorar la efectividad o no de las políticas de igualdad o de la Ley Integral contra la violencia de género. Si hay 5 mujeres más que el año pasado asesinadas por sus parejas o ex-parejas, automáticamente decidimos que la Ley Integral no funciona, y si hay 5 muertes menos por violencia de género corren a ponerse medallas alegando que vamos por el buen camino. Y no: las muertes por violencia de género son un dato llamativo, pero no sirven para medir la efectividad de la ley.

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También suele darse otra paradoja, y es que cuanto más intensas son las campañas de concienciación sobre igualdad y violencia de género, más aumentan las denuncias y la percepción de maltrato se incrementa en las encuestas. ¿Qué ocurre? ¿Es que los hombres se vuelven más violentos y controladores a medida que aumentan las campañas de sensibilización? No: lo que ocurre es que patrones de conducta que estaban normalizados, se revelan como lo que son: patrones inadecuados, relaciones de abuso, de codependencia, de malos tratos, de violencia de género, de tortura psicológica y violencia física. Mientras frases como «mi marido me pega sólo lo normal» forman parte del imaginario colectivo, ese tipo de relaciones no sale a la luz ni en denuncias ni en encuestas porque ese comportamiento está normalizado. Cuando las campañas de sensibilización llevan a las mujeres a tomar conciencia de que no es normal que tu marido te pegue, ni mucho ni poco, esas conductas que antes estaban circunscritas a la intimidad del hogar, esa violencia doméstica, sale a la luz y las cifras aumentan. Lógico.

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De ahí que los países con mayores tasas de igualdad y mayor concienciación sobre violencia machista, sean también los que mayores tasas de violencia física o sexual detecten y denuncien. No porque en los países más igualitatarios los hombres tiendan a ser más agresivos, sino porque las mujeres tienen mayor conciencia de lo que representa una agresión sexual y la toleran con menor facilidad. Mientras que en España que te toquen el culo en el autobús se considera algo que no tiene importancia, en países de nuestro entorno no se le resta importancia a que alguien toque tu cuerpo con intenciones sexuales sin tu consentimiento y no te llaman exagerada por denunciarlo públicamente, nadie acusaría a una mujer de montar un espectáculo por decirle a alguien que deje de manosearla sin permiso. Y de ahí, en grado ascendente. Cuando las agresiones sexuales se minimizan, se les resta importancia o incluso se normalizan, desaparecen de las encuestas y la percepción ciudadana de violencia machista cae en picado. Pero es importante remarcar que eso no implica que los hombres sean más sensibles a las demandas de respeto de las mujeres, sino todo lo contrario. Es lo que identificamos con ese término que tanto te molesta: «Cultura de la Violación»

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Es un problema de educación, qué duda cabe, pero no es un problema que se solucione ni en una generación ni en dos. Para por interiorizar una serie de cuestiones que todavía nos quedan un poco grandes:

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Esto tiene que quedar muy claro: Una mujer maltratada no elige voluntariamente tener una relación con un maltratador, ni es algo que ella se haya buscado por salir con «el malote de turno«. En la mayor parte de las ocasiones, por no decir todas, ella no sabe cómo escapar de ese tipo de relación. O lo que es peor: ni siquiera identifican los malos tratos y los normalizan.

Ver los tweets con el Hashtag #SoyUnMaltratadorSi
Ver los tweets con el Hashtag #SoyUnMaltratadorSi

El matiz es importante que no identifiquen el maltrato no significa que no exista maltrato. Es curioso que seamos capaces de señalar con tanta facilidad a las «feminazis» o el supuesto «hembrismo«, y en cambio el machismo sea tan difícil de detectar aunque sea algo palpable en nuestro día a día.

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Aprende sobre machismo con el voluntario del día. Sección patrocinada por Miranda

No conozco a nadie que se considere «machista», a lo sumo «defensores de los derechos de los hombres frente a las agresiones feminazis que quieren imponer el matriarcado y ser superiores a los hombres«, pero incluso así ellos te dirán que son «los auténticos defensores de la igualdad real», lo que particularmente identifico como «neomachistas». Si a mi ex, por ejemplo, le preguntas si es machista, te dirá que no. Él nunca, no, para nada, ¿qué dices?

No soy celoso: es que te quiero.

No te controlo: me preocupo por ti.

En ti confío, es de tus amigos de los que no me fío.

No me gusta que salgas con tus amigas, son demasiado feministas y te meten cosas raras en la cabeza.

Eres tú quien no confías en mí: si no tuvieras nada que ocultar no te importaría darme la contraseña de tu facebook.

Que salgas de casa con minifalda me deja mal a mí, porque significa que vas pidiendo guerra y que yo no te doy lo suficiente.

Y así hasta el infinito. Todo un rosario de justificaciones. «Es que mi mujer se empeña en llevarme la contraria» como forma de justificar que es ella quien está buscando la confrontación y no él quien no tolera una relación de igualdad.

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Es importante recalcar que cuando hablamos de violencia de género no estamos haciendo referencia *únicamente* a palizas, asesinatos y brutales violaciones con violencia. Eso es sólo la punta del iceberg. Cito de este artículo de Europa Press. ¿Soy una mujer maltratada?

Como explica el médico forense y primer delegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, el asesinato de una mujer es el final de una cadena que empieza poco a poco, con el control cotidiano del hombre sobre su vida y su aislamiento de los demás.

No es un asunto menor: el asesinato es el final de una cadena. Y todos los eslabones de esa cadena son dolorosos, aunque sólo el último sea definitivo. Vivir acorralada, con todos tus movimientos sometidos a control, tener que dar explicaciones sobre dónde vas y con quien, que te limiten cómo vestir y a quien ver, tener peleas hasta las tantas de la madrugada cada vez que tienes algo importante al día siguiente, vivir aislada de tus amigos y de tu familia, verte presionada a tener sexo incluso cuando no te apetece lo más mínimo, que te obliguen a realizar prácticas sexuales que te repelen bajo coacciones de diferentes tipos, sentir tu autoestima destruida… no son asuntos menores y también constituyen diferentes grados en una relación caracterizada por el maltrato y los abusos aunque no incluyan ojos morados. Y puede que acabe en asesinato, puede que degenere en palizas. O puede que no, y eso no lo hace más tolerable.

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Que un hombre vaya a terapia por haber agredido físicamente a su pareja puede ser un buen paso. Pero hasta llegar a la agresión que te deja secuelas físicas, ese hombre ha transitado por un camino de maltrato mucho más sutil del maltrato psicológico. Estoy bastante harta de esta falsa dicotomía:

  • Maltrato físico = hombres
  • Maltrato psicológico = mujeres

No. Esto es radicalmente falso. Para llegar al maltrato físico, los hombres maltratadores se han trabajado previamente el maltrato psicológico de sus parejas durante años. El maltrato físico es indisoluble del maltrato psicológico. Puede haber maltrato psicológico sin violencia física, pero no a la inversa. Es lo que se conoce como el síndrome de la rana hervida:

Si metes una rana en un cazo de agua hirviendo, la rana reacciona automáticamente dando un salto, escapa del agua y se salva. En cambio, si metes una rana en el mismo cazo, con agua fresquita y lo pones a fuego muy lento, la rana al principio chapotea y no nota nada. Si vas subiendo la temperatura poco a poco, la rana empieza a sentir incomodidad pero no sabe por qué. Si sigues subiendo la temperatura, para cuando esta alcance el grado de ebullición la rana está ya tan atontada que no puede escapar y muere hervida.

Este fenómeno es el que suele darse en las relaciones de maltrato. Es frecuente que cuando una mujer denuncia que está sufriendo violencia de género, las primeras preguntas que le haga su entorno vayan en la línea de:

  • ¿Pero, por qué aguantaste tanto tiempo?
  • ¿Por qué no le abandonaste?
  • ¿Por qué no te marchaste la primera vez que te puso la mano encima?
  • ¿Por qué no le paraste los pies?

Y la respuesta no es fácil, porque una mujer que denuncia que está siendo víctima de maltrato ha pasado por muchas situaciones que internamente ha justificado hasta llegar a pensar incluso que se lo merece, que fue ella quien lo provocó (cuando no son directamente los demás quienes te dicen que la culpa de haber sufrido una paliza brutal es tuya por tener comportamientos poco adecuados, que él no pudo evitarlo y tú lo provocaste, o que tú te lo has buscado porque sabías dónde te metías,que esa es otra). Y muchas veces no tenemos respuesta para esas preguntas. Simplemente no sabemos cómo hemos llegado a esta situación, no somos capaces de identificar el momento en que se jodió todo. Y no hay momento clave: simplemente hay hombres que no saben cómo funciona una pareja sin dominación, no conciben una relación en igualdad aunque disimulen «de cara a la galería».

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Porque la violencia de género no es una cuestión de un día se me cruzaron los cables y ya está: es algo que está arraigado en lo más profundo, en una concepción particular de las relaciones, que además encuentra en el relato cotidiano multitud de elementos que profundizan en ella.

Cuando salí de la cárcel y llegué a casa, la gente me trataba como si la víctima fuera yo. Diciéndome: la ley está fatal, esto es una vergüenza… Pero ¿cómo es posible? Incluso mis amigos decían: es que las mujeres te buscan… (…) Antes de esa noche me mentía a mí mismo, te dices: ‘Qué pesada mi mujer, me está haciendo la vida imposible’; te engañas a ti mismo tanto, que ves la vida al revés. Hasta su madre le dijo: ‘Es que eres muy pesada con tu marido’. Tremendo».

(…) Incluso ahora mismo, un año después de la terapia, el 50% de las personas con las que comparto la terapia siguen excusándose por lo que hicieron. ¡El 50%! Imagínate… Cambiar es una cosa de mucho trabajo, mucho tiempo, mucho esfuerzo. No hay nada mágico que te haga cambiar y decir: ya, ya no soy violento. (…) Es la putada de la violencia de género de, por decirlo de alguna manera, de baja intensidad, que ellas tienen menos apoyo, que la sociedad asume que el hombre sea violento…».

Fuente: el testimonio de un maltratador condenado por agredir a su pareja que asisitó a rehabilitación.

Y no vale excusarse en una mala relación anterior, que es la trampa en la que caemos con frecuencia las mujeres que nos vemos envueltas en este tipo de relaciones: la trampa de la redención. Pobrecito, lo ha pasado mal, voy a cambiar mi comportamiento para no hacerle sufrir. Y poco a poco vas entrando de cabeza en una dinámica de la que es muy difícil salir.

En el tema de las violaciones, las agresiones y los abusos sexuales, existen numerosas pautas destinadas a que las víctimas potenciales puedan evitar una posible violación (pautas completamente erróneas, por otra parte, pues se centran en evitar una posible violación por parte de un extraño en un callejón oscuro, cuando hay 3 veces más posibilidades de que la agresión sexual se de en el propio entorno de la víctima, en su casa o en la casa de algún conocido), pero las únicas pautas destinadas a que los hombres entiendan lo que es el consentimiento y lo que no, por desgracia no proceden de las administraciones públicas sino de colectivos feministas (o, al menos, las únicas que yo he visto: si existen de otro tipo, agradeceré links en los comentarios).

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Ocurre igual cuando hablamos de violencia de género: existen numerosos artículos orientados a la mujer, a detectar cuándo están siendo víctimas de violencia de género (en mi opinión, bastante incompletos), a concienciarlas de que «mi marido me pega solo lo normal» no es normal y que deben denunciar a sus agresores. Pero no hay decálogos que enseñen a los hombres a respetar a sus parejas, no hay campañas públicas promoviendo que los hombres deban respetar que «no» significa «no», no hay campañas de sensibilización para enseñar a discutir con asertividad y sin violencia ni chantaje emocional. Mientras el Ministerio del Interior prepara listas de medidas para protegerte de la violación por parte de un desconocido, no elabora ningún tipo de lista que enseñe a los hombres a refrenar sus instintos desbordados cuando una mujer dice «NO». Mientras que se elaboran artículos y listas orientadas a las mujeres para identificar si están siendo víctimas de maltrato, no conozco ningún artículo promovido desde la administración pública, ni siquiera desde el Ministerio de Igualdad (si es que tiene algún significado en la administración del Partido Popular) orientado a los hombres, para detectar si están ejerciendo abuso de su posición dominante, o maltrato sobre sus parejas. Y repito, que si existen estos materiales me gustaría verlos, me vendría muy bien. Pero lo que detecto es que este es un tema en el que los hombres no se sienten concernidos, no va conmigo, para demasiados hombres (ni siquiera me atrevo a decir «la mayoría» aunque ciertamente lo pienso) la violencia de género no merece ni medio segundo de reflexión, y si lo propones automáticamente se activa un mecanismo reflejo de protección grupal: «¡Estás diciendo que todos los hombres somos unos violadores/maltratadores en potencia!» y se desata a continuación toda una catarata de insultos.

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Y eso cuando no te hablan directamente de denuncias falsas, lo que me genera una contradicción interesante: los hombres merecen la presunción de inocencia pero la mujer que denuncia es automáticamente culpable de denunciar en falso. Aham. Bien.

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Hombre, pues igual sí que habría que darle una pensada a todo este asunto, ¿no crees?

Porque el problema no es solo la violencia. La violencia es fácilmente identificable. El problema radica en la dominación, en el control, en esos mecanismos que hacen que te sometas incluso sin llegar a necesitar violencia física. Y eso es mucho más sutil de lo que parecería. Y puede ser (o no) la antesala de la violencia física.

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Que los hombres se sientan concernidos (y no atacados) como parte del problema y contribuyan e eliminar estos roles es importante. No debería ser una preocupación exclusiva de las mujeres: los hombres deberían sentirse concernidos por este problema, también los que nunca le han puesto la mano encima a una mujer. Erradicar esta lacra social nos implica a todos, y el primer paso es ser conscientes del problema, no reducirlo al número anual de mujeres asesinadas, y evitar cualquier actitud que pueda contribuir de alguna forma a justificar conductas que deriven en violencia de género, evitar minimizar el problema o culpabilizar a las víctimas. Cuando el 80% de las mujeres asesinadas por violencia de género no había puesto denuncia antes, trata de imaginarte todo lo que está ocurriendo sin que llegue a las cifras oficiales. ¿No crees que minimizar el problema es condenar a todas esas mujeres que vivien aterrorizadas a continuar inmersas en la misma espiral del silencio, aunque no veas sus ojos morados ni sus costillas rotas?

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