¿Qué harías si supieras…?

Aprovecho ahora que estáis todos mirando, para lanzar esta pregunta que he leído en el muro de facebook de Especialista en Igualdad, y que al menos a mí me ha hecho reflexionar, más allá incluso de la respuesta que le he dado:

¿Qué harías si supieras con certeza que tu mejor amigo maltrata a su pareja? ¿Qué harías si fuera el vecino de al lado, o tu hermano, o tu hijo, o tu padre? ¿Qué se nos removería por dentro? ¿Nos paralizaríamos, entenderíamos, disculparíamos, cambiaría nuestra actitud respecto a la que tenemos cuando los maltratadores son desconocidos? Y no hace falta responder para dar respuestas complacientes ni políticamente correctas. De hecho,no hacen falta respuestas cuando las preguntas, por sí mismas, ya son un mazazo para nuestra conciencia.

Básicamente, creo que en una primera aproximación las posturas pueden ser dos:

a) ¿Cómo tener esa certeza? A menos que lo hayas visto con tus propios ojos, no puedes realmente tenerla. Los maltratadores no acostumbran a maltratar con testigos incómodos. Incluso en el caso de indicios muy evidentes, si el maltratador es alguien que conoces y quieres, lo más probable es que creas su versión y no la de la víctima. Además, ¿y si la propia víctima o los hijos se ponen en contra? Mejor pasar de líos.

b) Denunciar sin ninguna duda. Es algo intolerable, un delito que no se puede consentir.

Bueno, mi punto de vista no coincide con ninguno de los dos.

Es cierto que muchas veces una víctima de violencia de género o violencia doméstica ni siquiera sabe que lo es. De hecho, si su entorno está un poquito atento, es probable que familiares y amigos identifiquen indicios de maltrato mucho antes que la propia víctima. Claro que también se da el caso de familiares y amigos que prefieren cerrar los ojos y hacer como que no ven nada, si la víctima no sabe que está sufriendo maltrato a lo mejor es que no lo está sufriendo, y total, si ha elegido vivir así será por algo y ¿quienes somos nosotros para meternos en una relación? Una buena forma de anestesiar nuestras conciencias, sin ninguna duda. La víctima de maltrato no sufre menos por no saber identificar que el conjunto de manifestaciones que está padeciendo se engloba dentro de lo que conocemos como violencia doméstica o violencia de género.

¿Por qué no tomas otro nombre? La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera. Asimismo mi adorado Romeo, pese a que tuviera otro nombre, conservaría todas las buenas cualidades de su alma.

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Una víctima de violencia de género, o de violencia doméstica, tiende a ocultarlo a su círculo más cercano. A negarse incluso internamente la realidad en la que vive.

Ha tenido un mal día. Un calentón. Viene agobiado del trabajo. Se ha puesto nervioso. Él no quería. Se le ha ido de las manos.

Familiares y amigos no tienen ningún motivo para sublimar lo que ocurre. Mientras que la víctima, tras la fase de arrepentimiento y posterior «luna del miel» del ciclo de la violencia perdona la agresión violenta, amigos y familiares que hayan asistido a algún episodio de naturaleza violenta (en el sentido más amplio de la palabra), no lo olvidarán fácilmente. Y si estos episodios se repiten, sumado a otras demostraciones desagradables o fuera de tono, rápidamente atarán cabos. No obstante, vivimos en una sociedad que legitima el control y justifica la violencia sobre las mujeres, y nos llevamos las manos a la cabeza cuando esta violencia supera el límite de lo tolerable. Ninguna expresión de violencia es tolerable.

También es muy habitual la auto-culpabilización:

Yo le grité, le provoqué, le traté mal, me porté mal.

En ese «me porté mal» es probable que se incluyan las reivindicaciones completamente ilegítimas por parte del maltratador, como por ejemplo limitar la ropa que puede ponerse, los amigos a los que puede ver, etc. Como comentábamos en el post de ayer, creo que la mayoría de los maltratadores ni siquiera son conscientes de que lo son: ellos creen estar siendo víctimas de maltrato por parte de su pareja, que los humilla al no someterse a sus imposiciones, y ellos sienten que solo se están defendiendo. De ahí que la víctima se culpe a sí misma: después de haber pasado meses o incluso años recibiendo esos imputs, llega a asumir que es cierto y se culpa del maltrato que recibe.

Es más, después de un ataque de ira y una agresión violenta, llega la fase de «luna de miel» porque el maltratador se siente culpable por cómo ha gestionado esa humillación, porque se le ha ido de las manos, pero no porque considere que no tenía derecho a «defenderse». Por eso, y esto es una opinión personal, creo que los maltratadores difícilmente se rehabilitan: el origen de su maltrato está tan arraigado en sus creencias personales, en la educación recibida y en las expectativas que tienen en sus relaciones que difícilmente cambiarán.

En cuanto a la «certeza», resulta muy conveniente para poder mirar para otro lado sin cargo de conciencia pensar que la agresión física suele ser lejos de testigos incómodos, y por lo tanto no podemos tener la absoluta certeza de que esa persona está sufriendo maltrato. Tal vez es cierto que se resbaló en la ducha. Tal vez es verdad que se comió una puerta. Tal vez es verdad que tropezó y se cayó por las escaleras. Pero no todo maltrato es físico. En concreto la violencia de género tiene 4 manifestaciones: violencia física, violencia psicológica, violencia económica y violencia sexual. El maltratador tiende a reafirmar su dominio y su control maltratando también en público pero de forma más sutil, por ejemplo minusvalorando a su víctima, haciéndola de menos, controlando con quien puede quedar, llamándola millones de veces, mandando mensajes fuera de tono, etc. Y eso sí lo vemos. Y muchas veces preferimos cerrar los ojos y mirar para otro lado.

¿Denunciar?

Si bien denunciar puede ser una actitud loable, tiene un punto de despostismo ilustrado, de quita, ya te empodero yo que tú no sabes. Denunciar sin contar con la víctima puede ponerla en peligro de muchas formas. Cuando familiares o personas cercanas a la víctima denuncian sin el acuerdo de ésta, en demasiadas ocasiones la denuncia no suele llegar a nada, incluso la situación va a peor. La víctima niega los hechos, la denuncia se archiva o se sobresee y la víctima queda aún más aislada, pues los que denunciaron quedan fuera del círculo de apoyo y el agresor con sentimientos de impunidad acentuados. Si antes de ese momento ya era frecuente que la víctima viera limitadas sus relaciones con otras personas, después de la denuncia la relación con las personas que intentaron salvarla sin contar con ella queda completamente rota, privándola de un puntal de apoyo fundamental en el momento en que más lo necesita, cuando es probable que la violencia se agudice. Como suele decirse, es peor el remedio que la enfermedad.

¿Qué haría yo?

Apoyar a la víctima. Hacerle saber que no está sola y que tiene una red de apoyo que va a actuar en cuanto lo necesite. Hasta que ella no esté preparada para dar el paso, nada de lo que le digamos va a ayudar, y denunciar sin su apoyo solo hará que se aísle aún más y reducir su circulo al maltratador.

La víctima tiene que hacer el cambio de chip mental por sí misma y de dejar de encubrir a su pareja, tomar la decisión de alejarse y asumir mentalmente el coste, que no es fácil. Lidiar con la sensación de fracaso por no haberle dado una última oportunidad, con las dudas, con el terrible miedo al vacío… Son miedos que actúan de freno, y hasta que la propia víctima no se libere de ellos, nada de lo que hagamos o digamos por ella va a hacerla cambiar. Mucho menos tomar decisiones por ella.

De hecho es bastante frecuente que crea que nadie la entiende, que su relación es diferente y la gente no puede entender lo que siente, y al hablar con otras víctimas que han pasado por la misma situación se sorprende de la corriente de empatía que puede llegar a generarse con alguien que ha vivido una situación igual de complicada y lo ha superado. Hablar con alguien que ha pasado por lo mismo y ha logrado salir de ahí ayuda mucho más que cualquier consejo bienintencionado. Si está leyendo estas líneas alguien que está pasando por una situación similar, quiero decirte algo que he aprendido por propia experiencia: de esto se sale. Más desconfiada, con cicatrices que probablemente no terminen de curar nunca y nos recuerden lo que hemos vivido, pero se sale.

Es importante, llegado ese momento de «cambio de chip», que la víctima sepa que va a contar con todo el apoyo necesario, que nadie la va a cuestionar ni a reprocharle nada. Es un proceso de acompañamiento, protección y apoyo, más que de forzar situaciones extremas que puedan desembocar en un desenlace peligroso.

Muchas veces las propias víctimas, para evitar peleas con el maltratador, tienden a aislarse de su círculo de amigos e incluso familiares, y cuando más necesita su apoyo le da una vergüenza horrorosa acudir a ellos, lo sé porque lo he vivido personalmente. Es importantísimo hacerle saber que tiene una red de apoyo incondicional pase lo que pase, y darle espacios de tranquilidad donde pueda expresarse sin miedo.

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Escuchar sin cuestionar, evitando el morbo, tratando de empatizar y sin consejos no solicitados, por favor. Preguntas cómo «¿Por qué has aguantado tanto?» o «¿por qué no le has dejado ya?«, por favor, ahorrároslas. Para mí, una frase particularmente irritante es «¿pero no te dabas cuenta?«. Mucho menos se os ocurra decirle algo así como «a mí eso no me pasaría nunca porque«. El mensaje que le estáis transmitiendo con eso, aún sin quererlo, es «a ti te ha pasado porque«, y no solo no ayuda sino que hace sentirse a la víctima aún peor de lo que ya se siente. Y no volverá a confiar y a contarte nada. Si la víctima es un hombre, llamarle calzonazos, nenaza, pichafloja o cualquier otro calificativo similar tampoco le va a ayudar. Una prueba más de cómo el machismo nos jode a todos, también a los hombres víctimas de violencia doméstica.

Cuando por fin tome la decisión de alejarse, debemos respetar también su decisión de denunciar o no. Es un trago muy amargo, un proceso difícil, largo y duro, hay que estar psicológicamente preparada para ello, y no todas lo están una vez se alejan: las recaídas son frecuentes (volver con el maltratador), la autoestima machacada, depresión, sensación de fracaso, soledad, vergüenza, desconcierto, incluso echar de menos a la ex-pareja… Por no mencionar el caos a nivel logístico que se genera en su vida: probable cambio de vivienda, de rutinas, dificultades económicas… En esa situación, pensar en denunciar, cuando estás tan desconcertada que aún no tienes del todo claro lo que ha pasado ni por qué, se hace muy cuesta arriba. Y como además las situaciones más graves que recuerde habrán ocurrido en la intimidad del hogar, y otras que habrá bloqueado pues el daño psicológico en mujeres que han vivido violencia de género está muy cerca del estrés postraumático, hace que denunciar sea terriblemente difícil. Por no mencionar el machaque constante con la matraca de las denuncias falsas y que sin pruebas nadie la va a creer.

Tomar la decisión de denunciar con todo en contra requiere altas dosis de determinación, valentía y fortaleza. Presionar a la víctima para que denuncie cuando aún no está preparada tampoco ayuda.

El empoderamiento llega después, cuando te das cuenta de que has esquivado una bala y de que le estás echando un par de ovarios para salir adelante y te sientes orgullosa de ti misma por lo que has conseguido. Pero ese momento viene mucho tiempo después, y es maravilloso cuando llega. Ese momento en el que dejas de considerarte una víctima y empiezas a verte como una superviviente.

Acudir a terapia es una buena ayuda. Ni siquiera es necesario que sea especializada al principio si la víctima es reticente a asumir que está siendo maltratada: puede ser terapia para superar la depresión que seguro arrastra desde hace tiempo, por ejemplo. Y hablar con otras personas que hayan pasado por lo mismo ayuda a tomar conciencia.

Creo que la mejor manera de ayudar a una persona que esté sufriendo violencia de género o violencia doméstica es respetar el proceso de la víctima, dejarla que tome sus propias decisiones y hacerle saber que tiene el apoyo de las personas que la quieren. Eso, creo yo, es lo más importante. Al menos lo ha sido para mí.

Sirva esto para daros las gracias. Vosotros sabéis quienes sois. OS QUIERO, CABRONES.

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21 comentarios

  1. Muy bueno, Jessica.

    Me pone un poco nerviosa la presión para denunciar y, como dices, hay que acompañar a la persona que sufre la violencia hasta que esté preparada.

    Yo tengo la experiencia de ver cómo alguna amiga me elude porque siente como una amenaza el que «yo sé», porque alguna vez se le escapó algo.

    Y he caído muuuuuchas veces en la tentación de presionar a otra mujer para que sea más autónoma y tome algunas iniciativas. Probablemente nunca las tome. Lleva ya muchos años y prefiere esperar a una solución externa y sin coste personal (¿intervención divina?). Es muy difícil ser testigo y sólo acompañar, mea culpa.

    Me encanta tu lucidez.

  2. Es muy costoso,que una mujer pueda entender que hay otro modo de vivir,no los dejan,es un vínculo tan patológico,para los q no lo padecen ,resulta in entendible de 20 mujeres a las que acompañe, y han hecho denuncia , solo dos lograron separarse, no van a la terapia .Siento una gran impotencia.

  3. En casa conocemos a una pareja. Ella es amiga nuestra. Estamos todo lo seguros que podemos estar (…) de que no hay agresiones físicas entre ellos y de que no hay «típicos insultos» o amenazas (Es decir, ni «puta», ni «te voy a matar»). Solo por lo que ella nos cuenta de su relación, a él nos negamos a verlo. El tío no nos parece ni medio normal. Ella hace malabarismos para vernos pero suma y sigue. Le decimos que hay cosas que marcan un punto de inflexión en una pareja. Que no deben decirse NUNCA. Ni en un calentón. (ej. «dudo mucho que ese bebé sea mío». Si eso no es un insulto imperdonable, que baje Dios y me lo cuente).

    En épocas muy duras para ella, siempre tememos (y acertamos), que él articule el glorioso discurso o el comentario que la deje más hecha polvo. Además de que nunca está cuando se le necesita (para acompañarla al médico, por ejemplo, o para cosas que harías hasta por tu perro). Eso hace que ella, además de sentirse sola en esos momentos, se sienta muy herida.

    No es el típico «torpe», es otra cosa.

    Al principio, le repetíamos que lo que nos contaba era una locura. Que eso nos sonaba a maltrato psicológico. Le preguntábamos mil veces qué quería hacer y que contara con nosotros para lo que necesitara y en cuanto ella dijera… «vamos a por ti y te quedas en casa». Lo poníamos a parir.
    Pero ella siempre olvida. Una y otra vez. Y cuando se desahoga con nosotros, y nos cuenta la última animalada de turno, ya no decimos nada. «Cielo, tú ya sabes lo que pensamos sobre este tema». A veces porque nos da la sensación de que le hacemos daño a ella cuando nos ponemos en contra de su marido. A veces porque vemos que no sirve de nada decir otra cosa. Nos da miedo alejarla.

    Así que nos limitamos a esperar a que ella haga «click».

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