Tradicionalmente la Navidad se asocia con una época de paz, felicidad, amor, ilusión, tiempo compartido con la familia… Sin embargo, las navidades para mí no significan nada de eso, y para muchos de los que estáis leyendo esto, probablemente tampoco.

Para mí la Navidad significa prisas, estrés, nervios, gritos, gastar dinero a lo loco, mi madre todo el día metida en la cocina, comprar comida para alimentar a un regimiento y que la mayor parte acabe en la basura, sentarte a la mesa junto a parientes a los que has estado criticando todo el año y con quienes dos días después no te hablarás y te girarán la cara si te ven, soportar los odiosos villancicos, tratar de poner buena cara mientras todos hablan a gritos y nadie escucha a los demás, aguantar despierta hasta las mil cuando el resto del año estoy en la cama a las 11. Y a mi tío en Nochebuena en su casa, Navidad en casa de mis padres, San Esteban en casa de mis abuelos… Fumando en la mesa, echándome en humo en la cara y diciéndome mientras paladea cada palabra «¿Te molesta? Pues te jodes«, y en Nochevieja en mi casa me dice «mira que eres extremista radical, no me da la gana de salir a fumar a la terraza. Si te molesta, te jodes. El año que viene no vengo a tu casa». ¿Me lo prometes?

Así que este año he decidido que ya está bien de todo eso. Hay dos cosas en este mundo que no soporto por encima de todo lo demás: la hipocresía y la estupidez, y para mí la Navidad combina ambas cosas en dosis muy superiores a las que mi organismo es capaz de tolerar. Y he dicho BASTA. Cuando vivía en casa de mis padres la alternativa ni siquiera se consideraba, cuando estaba casada había una serie de peajes familiares que tenía que pagar. Pero ahora ya no, ahora ya todo eso se ha acabado. Tengo 34 años, estoy divorciada, no tengo la menor intención de tener hijos y estoy hasta el mismísimo potorro de normas y convencionalismos sociales. Mi familia sabe que puede contar conmigo para lo que sea cualquiera de los otros 355 días del año, pero del 23 de diciembre al 2 de enero no quiero saber nada de nadie, esos días son solo para mí.

Este año estoy pasando las navidades en Londres, ejerciendo de dognanny, cuidando de la perra de unos amigos que han vuelto a España a pasar las Navidades.

London calling
London calling

Y está siendo increíblemente liberador. La tranquilidad. No tener que fingir que todo va bien. Despertarme la mañana de Nochebuena con una casa sin ruido, sin gritos ni broncas ni carreras. Estaba tan a gusto que no encendí ni la tele para disfrutar del silencio. Una novedad deliciosa.

Está siendo una experiencia tan fantástica que para volver a celebrar las navidades como antes tendrían que dejarme sin conocimiento. He decidido que se acabaron las navidades en familia para mí. Queda inaugurada oficialmente la tradición de huir del país a finales de diciembre y no volver hasta que haya pasado todo el estrés de las fiestas. No es negociable. Ya estoy pensando en comprar los billetes para el año que viene…

Hacía mucho que quería visitar Londres, y poder hacerlo con calma durante 10 días, a mi ritmo, tomándome mi tiempo y haciendo lo que me apetece en lugar de estar soportando las frustrantes e interminables comidas familiares, está siendo una delicia.

A todo esto se suma que a mi exmarido le daba miedo volar, por lo que durante todos los años que estuve con él solo viajamos allí donde podíamos ir en coche, y no he podido viajar tanto como me habría gustado. Desde que me separé he visitado Budapest, Bruselas, Génova, Montecarlo y ahora Londres. Y he descubierto que me encanta viajar sola, organizarme a mi aire y salir de de mi zona de confort. Siempre pienso que mi nivel de inglés es solo aceptable para España y que para un británico probablemente suene como si le estuvieran amputando un oído con un rallador de queso, pero luego me sorprendo a mí misma al ver que me desenvuelvo razonablemente bien. El síndrome de la impostora acecha a la vuelta de cada esquina.

Probablemente es que con los años me estoy volviendo más independiente, o más maniática, o ambas cosas. No me apetece compartir la cama, no me apetece negociar qué peli ver en el cine, no me apetece ceder ni fingir, y no me apetece que nadie me joda mis momentos.

  • Si quiero hacer el guiri en el London Eye, lo hago sin que nadie me diga que doy vergüenza ajena porque me da igual hacer el payaso.
  • Si quiero pasarme un día entero en la torre de Londres disfrutando de la exposición de las joyas de la Corona y pasear por las mazmorras donde Enrique VIII tuvo cautivas a Ana Bolena y el resto de esposas a las que acabó decapitando, lo disfruto sin que nadie me joda el día con bufidos de aburrimiento.
  • Si quiero ir a oír la misa cantada en la abadía de Westminster, voy sin tener que pasarme el día dando explicaciones sobre por qué voy a tragarme la misa siendo una atea recalcitrante.
  • Si me apetece ir a Winter Wonderland a patinar sobre hielo, subirme a las atracciones que te ponen cabeza abajo, pues lo hago sin que nadie me mire por encima del hombro diciéndome que soy una inmadura y que eso son cosas de críos.

Si meto la pata, pues la meto y NO PASA NADA. Tengo derecho a equivocarme, a aprender de los errores, a rectificar. Pero no me apetece aguantar más reproches, ya he tenido suficientes. Estoy en un momento de mi vida en que quiero hacer lo que me pida el cuerpo, disfrutar de todo aquello que me gusta (incoherencias incluidas) sin que me importe lo más mínimo lo que piensen los demás.

Quien quiera acompañarme, que venga; y quien no, que no estorbe.


6 comentarios

  1. Pues qué quieres que te diga: haces MUY bien y me alegro de que te lo estés pasando tan bien. Yo aún vivo con mis padres y ni me lo planteo, entre otras cosas por mi madre, sobre todo por ella, porque estas fechas le dan nostalgia y necesita una aliada para soportar esa hipocresía y estupidez que comentas y mi padre… en fin, es más un dolor de estómago que un apoyo.

    Que disfrutes mucho y tengas una maravillosa entrada de año! Nos leemos!

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