Fui hace unas semanas al teatro Borrás a ver la obra «Ningú et coneix com jo» (nadie te conoce como yo), una obra de Roger Peña con Xavi Sáez y Míriam Marcet, sin saber muy bien qué es lo que iba a ver, ya que en teoría se trataba de un thriller psicológico donde los personajes realizan un viaje introspectivo por sus vidas, sus miserias y sus desgracias más ocultas.

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En una sala de anatomía forense de cualquier lugar, un médico se dispone a realizar la autopsia de una mujer que aparentemente se ha suicidado. Pero su propio destino le reserva una perturbadora sorpresa. La autopsia al cuerpo de Raquel se transforma en una vivisección del alma del hombre y de la mujer, un estudio sobre la inestabilidad de las relaciones humanas, del amor como posesión, y sobre todo de la imposición de los deseos y la voluntad a través de la violencia.

Lo que me encontré en la sala del Teatre Borrás fue una obra sobre machismo y violencia de género, con dos personajes antagónicos reunidos en la sala de autopsias no se sabe muy bien por qué, que contrastan sus respectivas relaciones personales y su manera de entenderlas.

Aparentemente, Raquel se ha suicidado con una sobreingesta de pastillas y está desnuda sobre la camilla preparada para ser analizada Sergi, por el médico forense.

La puesta en escena es sencilla pero efectiva: una sala de autopsias, luz de halógenos, una camilla y un vestidor para cambiarse de ropa. El juego de luces y sombras que se produce en este espacio es muy llamativo, y unido a los efectos de sonido componen una estética perfecta para crear un clima de suspense y misterio.

 

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El tratamiento del suicidio me rechinó bastante, la verdad, con frases del tipo «¿Por qué me iba a suicidar yo? ¿Qué motivos tendría? ¿No ves que soy joven y guapa, me conservo bien?» Hombre, pues se me ocurren unos cuantos motivos de orden bastante menos superficial, pero ¿qué sabré yo?

Por otro lado las interpretaciones me parecieron algo acartonadas. Hay varios momentos durante la obra de una intensidad dramática muy potente, con una gran carga sexual y de violencia, que no conseguí creerme. No había química entre los actores, se les veía muy lejanos. Fue imposible creerme el miedo de Raquel a ser violada o asesinada, y fue imposible creerme a Sergi intentando asesinar o forzar sexualmente a Raquel. El texto es bueno pero parecía interpretado por unos actores que estaban en planetas distintos. Les falta emoción, energía y carga dramática. Pensaba que era solo una impresión mía pero leyendo otras críticas he podido comprobar que no.

 

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Salvando estos dos problemas, lo cierto es que la obra me pareció muy potente. Por medio del antagonismo con su némesis, y pese a algunos momentos muy maniqueos, Sergi deja ver su lado más oscuro de tal manera que se va filtrando a través de sus palabras su miedo a la soledad, al abandono, a que los cimientos de su vida se hundan bajo sus pies.

Significativo es el momento por ejemplo en que Raquel confronta a Sergi con el monstruo que lleva dentro y le hace enfrentarse a su reflejo en el espejo: ha agredido sexualmente a su mujer, es un violador. Ha violado a su mujer. ¿La respuesta de Sergi? Quería recuperarla. Él sabe lo que a ella le gusta, quería hacerla disfrutar incluso contra su voluntad. Creía que así la recuperaría… ¡BOOOOOOM! Un fogonazo en mi cerebro y de repente lo entendí todo. Sí, lo cierto es que le entendí. Yo fui sujeto pasivo y ausente en esa escena. Been there, suffer that. Entendí a lo que se refería y me chocó tantísimo que aún estoy intentando recolocar esa idea dentro del puzzle de lo que viví.

No es que Sergi sea un cabrón hijo de puta, es que está muerto de miedo y no sabe cómo manejar una situación que se le escapa si o es mediante la violencia y el control. Se sabe tan poca cosa que es incapaz de creer que alguien pueda quererle y tiene que retener por la fuerza a su mujer para que permanezca a su lado. Hay un momento en el diálogo en el que Sergi le está explicando a Raquel que a su mujer la casa y la niña se le quedaba corto y quería ampliar sus horizontes, se había matriculado en la universidad tan solo por ganas de aprender y allí había hecho nuevas amigas. Y esas amigas, según Sergi, eran las culpables de que su matrimonio se viniera abajo, porque le habían metido a su mujer cosas en la cabeza. Citó de memoria, fue algo así:

– Por culpa de mujeres como tú mi mujer quiere dejarme.
+ ¿De mujeres como yo?
– ¡Sí!
+ ¿Cómo son las mujeres como yo?
– ¡Feministas!

Las amigas feministas de la esposa de Sergi, que en la obra no recuerdo que tuviera nombre propio (aunque la hija sí), le habían metido ideas feministas en la cabeza y por su culpa ahora su mujer quiere abandonarle. Sergi no lo verbaliza abiertamente, porque eso sería machista, pero a través de sus palabras transmite sin embargo que no concibe a su mujer como un ente pensante con autonomía e ideas propias, sino como alguien fácilmente manipulable a quien él tiene que controlar para que no se descarríe. Y cuando se descarría, traerla de vuelta a la senda de la buena madre y esposa no le resultará tan sencillo como creía, y es cuando la violencia se desborda.

Como decía, no es que Sergi sea un machista, un cerdo o cabrón hijo de puta (que es todo eso y más): es que está muerto de miedo, y es ese miedo cuando se ve superado por una situación que es incapaz de manejar, el que le lleva a actuar con violencia.