Marco teórico
No toda la violencia resulta disfuncional al sistema y a la cohesión social. Determinados tipos de violencia resultan funcionales para el mantenimiento de los valores culturales dominantes. La violencia de la policía en un ejercicio de contención contra los manifestantes, la violencia de los hombres contra sus parejas mujeres para que no se salgan de los cánones que su género les impone en una sociedad patriarcal[1], y la violencia de los adultos perpetrada contra la infancia para educar en la docilidad[2], son algunos ejemplos de violencias funcionales al sistema.
La estrategia del miedo, la amenaza (ya sea directa o velada) ante el riesgo de sufrir determinado tipo de violencia es utilizada como mecanismo de control social, que afecta en mayor medida a algunos colectivos muy concretos, limita su libertad, condiciona su comportamiento y su posición en el espacio público.
Algunas definiciones útiles
Cuando hablamos de “poder”, debemos huir de la imagen mental del Consejo de Ministros, o incluso de un poder en la sombra compuesto por empresarios, banqueros y directores de medios de comunicación. Nos estamos refiriendo a un poder mucho más banal y disperso. En la institución de la familia son los progenitores adultos quienese representan el poder frente a las criaturas, y a su vez los hijos e hijas adultos encarnan el poder frente a progenitores ancianos o dependientes.
En este artículo haremos referencia al poder como relación, y no como atributo, utilizando la terminología propuesta por Weber[3] en relación a los conceptos de capital social, legitimidad y estatus, y la conceptualización del poder como relación desarrollada por Pierre Bourdieu[4].
En cuanto a los rasgos de funcionalidad, emplearemos la terminología acuñada por Robert K. Merton[5] según la cual un rasgo disfuncional es aquel que, en lugar de colaborar en el mantenimiento del sistema y la cohesión social, los entorpece.
Perspectiva sociohistórica
El miedo es una emoción íntima y personal, si bien carece de sentido si no es en un contexto social e histórico determinado. La gama de miedos posibles no es la misma en la sociedad japonesa[6] que en la estadounidense[7], con unos índices de delincuencia tan dispares, por ejemplo, y unas pautas culturales tan diferentes entre sí.
Mientras los indicadores de delincuencia nos hablan de hechos probados en sentencias judiciales, las encuestas como el barómetro del CIS nos hablan de victimización y percepción de la inseguridad ciudadana, y cómo la conciencia de un determinado relato social sobre determinados delitos condiciona también la subjetividad de las víctimas.
Ejemplifica esta situación el testimonio de una nueva votante de VOX entrevistada por El País[8]:
“A mí lo que no me gusta es que la gente se meta en las casas y que no se les pueda echar, por eso voto a Vox”.
– ¿Conoce a alguien que tenga okupas?
– No, pero sale todos los días en la televisión.
En el caso de los delitos contra la libertad sexual, las primeras leyes que sancionaban legalmente el acoso sexual no entraron en vigor en Estados Unidos hasta finales de 1991, tras un intenso debate social. Fueron necesarias casi dos décadas de trabajo feminista, de concienciación, de redefinición de categorías como abusos y agresiones sexuales donde antes no existían, como por ejemplo entre jefe y subordinada o en el matrimonio, hasta que se logró incorporar en textos legales[9].
El propio concepto de violación en España no fue reconocido como un delito contra la libertad sexual hasta 1989. Hasta esa fecha, la violación no era un delito contra la libertad sexual sino contra la honestidad[10]. Y no fue hasta el año 2015 que la Macroencuesta 2015 elaborada por la Delegación de Gobierno para la prevención de la Violencia de Género por primera vez incluyó en el cuestionario preguntas sobre violencia sexual. Solo así ha podido conocerse, según los resultados de este estudio, que el 7,2% de la población española femenina (1,7 millones de mujeres residentes) ha sufrido una agresión sexual alguna vez en su vida. Sin un trabajo previo de conceptualización y redefinición de las agresiones sexuales por parte de una minoría activa, estas cifras habrían permanecido invisibilizadas incluso para las propias víctimas.
Así pues, el miedo es también una emoción socialmente construida que requiere de un contexto sociohistórico que la dote de contenido y de un sentido que pueda ser socialmente capturado.
Construccionismo social y teoría de la categorización social. El lenguaje del miedo.
No es desdeñable el papel que juegan los medios de comunicación de masas en la construcción del discurso del miedo. El lenguaje condiciona las ideas, las actitudes y las acciones: no es lo mismo un chucho callejero que un perrito abandonado; y no es lo mismo un “MENA”, que un niño o adolescente solo, sin familia y en un país extranjero.
En la gama de miedos socialmente disponibles, el miedo al extranjero es el miedo al “otro” por antonomasia. La xenofobia latente nos predispone a “nosotros” contra “ellos”, tal y como Tafjel ya propuso mediante la teoría de la categorización social[11], donde el inmigrante pertenece a la categoría de “otros” de la forma más autoevidente posible: tiene otro idioma, otro acento, otro color de piel, otra forma de vestir, de hablar y de relacionarse, otra cultura, puede que incluso otra religión, otras costumbres, otras tradiciones… Y todo ello nos es ajeno. La xenofobia despierta miedos atávicos latentes y se sustenta en los peores estereotipos disponibles: los inmigrantes vienen a robarnos el trabajo, violar a nuestras mujeres, quedarse con nuestras ayudas públicas, colapsar nuestros servicios médicos, atracarnos y robar nuestras pertenencias de forma violenta.
Este discurso del miedo es alentado desde el poder y difundido a través de los medios de comunicación, pues es funcional para mantener la cohesión social y los valores culturales dominantes en un contexto de inmigración creciente. Y ha alcanzado una relevancia social suficiente como para que un partido político abiertamente racista que propone la expulsión inmediata de inmigrantes[12], negarles el acceso a la sanidad pública[13] y el acceso a cualquier tipo de ayuda de carácter público[14], haya obtenido 52 diputados de 350 en las últimas elecciones generales y se haya convertido en la tercera fuerza política en el Congreso de los Diputados.
El discurso promovido desde los medios de comunicación nos indica que es en los municipios con más inmigración donde la ultraderecha ha crecido en las pasadas elecciones[15]. No obstante, un análisis micro más cercano, calle a calle[16], nos aproxima a conclusiones distintas: es en los barrios limítrofes a aquellos donde se concentran un mayor número de inmigrantes donde crece con más fuerza el voto a la extrema derecha abiertamente racista. Es decir, la xenofobia y con ella el voto del miedo no crece en aquellos barrios donde el inmigrante tiene nombre y cara, donde es el vecino con el que me encuentro al comprar el pan o que me sonríe cuando me lo cruzo en el ascensor y sé que jamás ha dado un problema de convivencia. La xenofobia crece en aquellos barrios donde la convivencia con la inmigración es lo suficientemente próxima como para despertar alarma, pero lo bastante lejana como para que se nutra de estereotipos y no de realidades cotidianas compartidas.
La brecha de género en la producción institucional del miedo
Le debemos a Susan Brownmiller[17] la idea de que la violación no es un acto pasional sino político, un ejercicio de poder utilizado para perpetuar el dominio masculino[18] y que no afecta únicamente a aquellas mujeres que la han padecido: el miedo a ser víctima de violación condiciona el comportamiento de todas las mujeres y funciona como mecanismo de control social manteniéndolas como grupo dentro de unas pautas de comportamiento socialmente aceptables, delegando el espacio público a los hombres.
De ahí que hablemos de la brecha de género en la producción institucional del miedo. Las mujeres son aleccionadas desde niñas en la amenaza de la violación, son socializadas en el miedo a sufrir una violación por parte de un hombre sin rostro, cualquiera. Esa socialización primaria en el miedo conlleva que, actualmente, el 83% de las mujeres españolas[19] sienta miedo al volver a casa de noche. Y ese discurso incide en la actitud y en el comportamiento de las mujeres como grupo social. Si 5 de cada 6 sienten miedo al volver a casa de noche, su comportamiento irá dirigido a tomar medidas que reduzcan la ansiedad producto de la inseguridad, y de algún modo las tranquilice frente al miedo.
Los consejos que se dan a las mujeres desde el poder institucional inciden en la cultura del miedo al violador desconocido. En las recomendaciones del Ministerio del Interior para la prevención de la violación[20], se aconseja a las mujeres que tengan cuidado con los desconocidos y con los lugares solitarios, y señala vivir sola como un factor de riesgo para ser víctima de violación.
Las recomendaciones de los cuerpos de seguridad del Estado van en la misma línea: cuidado con los desconocidos y con los callejones oscuros.
«Si vas sola, no passis per carrers solitaris i esquiva persones que no t’inspirin confiança. Evita posar-te en risc #ConsellsMossos.» 7 de marzo de 2016.
Fuente: https://twitter.com/mossos/status/706921176690331649
No obstante, la construcción social del violador como un hombre desconocido en un callejón oscuro tiene más de mito social útil para el mantenimiento de un orden social en el que el hombre es el dueño del espacio público que una evidencia basada en los datos. Se trata de un discurso que contribuye a invisibilizar que, en la inmensa mayoría de los casos, la víctima confiaba en el agresor. Según un informe realizado en el Estados Unidos[21], coherente con los datos de otro estudio del que se hizo eco la BBC[22], solo en el 10% de los casos de violación y agresiones sexuales el perpetrador era un extraño, mientras que en el 56% el agresor era la propia pareja de la víctima y en el 33% un amigo, conocido o miembro de la familia. Pero educar a las niñas en el empoderamiento, en la autonomía de sus propios cuerpos y en la autodefensa contra la propia pareja, amigos o familiares no es útil al sistema, mientras que controlar el comportamiento de las mujeres y su posición en el espacio público relegada por la necesidad de protección masculina perpetúa la desigualdad de género y contribuye a mantener los valores sociales de la ideología patriarcal dominante.
La ausencia de representaciones de la violación alternativas al discurso del violador del callejón solitario que te aborda una noche oscura y te penetra mediante el uso la fuerza implica que del millón setecientas mil mujeres españolas que a lo largo de su vida sufrirán una violación, casi millón y medio no se verán reconocidas en esa construcción social de la violación[23]. Y esta construcción social permite por un lado perpetuar la impunidad de los agresores sexuales, y por otro legitimar la culpabilización de la víctima mediante el repertorio de preguntas habituales:
«¿Cómo ibas vestida? ¿Le diste a entender que tus intenciones eran otras? ¿Le provocaste? ¿Transmitiste mensajes ambiguos[24]? ¿Por qué subiste a su casa si no querías nada? ¿Cuánto habías bebido? ¿Dejaste las cosas claras desde el principio?[25]»
No hemos mencionado al violador del pasamontañas en un callejón oscuro o al inmigrante sin rotro del barrio de al lado por casualidad. Es oportuno citar en este punto a Zygmunt Bauman en la introducción de su obra “Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus miedos”:
«El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto. “Miedo” es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer -a lo que puede y no puede hacerse- para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que está ya más allá de nuestro alcance.» (Bauman, 2007)
Conclusiones
El miedo limita nuestra libertad y determina nuestra posición en el mundo. El miedo promovido desde instituciones centrales en nuestra sociedad como la familia, la política o los medios de comunicación tiene la función de mantener el orden social vigente y perpetuar los valores culturales dominantes.
Como sociólogos en ciernes, nos interrogamos sobre el carácter conflictivo de las relaciones sociales y sobre los mecanismos mediante los cuales los grupos permanecen cohesionados. Entre ellos, el miedo como mecanismo de control social promovido desde el poder mediante instituciones sociales como la familia, los partidos políticos o los medios de comunicación, es uno de los elementos que contribuye a perpetuar los valores culturales dominantes.
Si bien la sociología es, en palabras de Bourdieu, la ciencia de la crítica o del desenmascaramiento del poder, todo acto de comprensión exige previamente evitar el juicio crítico de los hechos estudiados y, en consecuencia, en nuestra tentativa de comprensión de los problemas sociales debemos abstenernos de dar soluciones, toda vez que la propuesta de acción transformadora es el resultado de un compromiso con unos determinados ideales políticos o ideológicos que no derivan de la propia disciplina en tanto que ciencia y podrían introducir sesgos en nuestro análisis.
Así pues, pese a la tentación que impele a todo sociólogo a convertirse en “profeta social” en el sentido tanto de realizar predicciones como de intentar guiar a la sociedad en el objetivo de frenar la reproducción social de las desigualdades, debemos advertir que no es este el objetivo perseguido en este artículo. De lo contrario, no estaríamos hablando de sociología, sino de ingeniería social.
Notas
- [1] (Mi marido me pega lo normal. Agresión a la mujer: realidades y mitos, 2001)
- [2] (Reflexiones sobre la violencia, 2010)
- [3] (Ensayos de sociología contemporánea I, 1985)
- [4] (Estrategias de reproducción social, 2002)
- [5] (Teoría y estructuras sociales, 1949)
- [6] (Cómo hizo Japón para convertirse en uno de los países más seguros del mundo, 2019)
- [7] (Las muertes por armas de fuego en EEUU alcanzan su máximo histórico, 2018)
- [8] (“No soy racista, voto a Vox porque primero hay que arreglar tu país”, 2019)
- [9] (Los hombres me explican cosas, 2016)
- [10] (Microfísica sexista del poder: el caso Alcàsser y la construcción del terror sexual, 2018)
- [11] (Social Identity and Intergroup Relations, 1982)
- [12] (Abascal, a Echenique: «Haremos lo posible para que los extranjeros, aunque tengan la nacionalidad, sean expulsados de España», 2018)
- [13] (El acuerdo de PP y Cs elimina la universalidad de la sanidad en Madrid, 2019)
- [14] (Vox pide que se aplique la “prioridad nacional” para discriminar a los extranjeros, 2019)
- [15] (Los graneros de Vox: el voto a la ultraderecha se concentra en los municipios con más inmigración, 2019)
- [16] (El mapa del voto en toda España, calle a calle, 2019)
- [17] (Contra nuestra voluntad. Hombres, mujeres y violación, 1981)
- [18] La violación como herramienta de control social no es únicamente empleada por los violadores. Recurrir al peligro de violación como argumento también es utilizado por padres y madres para condicionar el comportamiento de sus hijas. Por ejemplo: para condicionar su forma de vestir, la hora de volver a casa, los lugares que frecuenta, las amistades que tiene, el tipo de relación que establece con el género masculino, etc.
- [19] Según la encuesta realizada a 35.000 mujeres españolas entre el 11 de febrero y el 4 de marzo de 2019 por la aplicación de seguridad femenina Sister (Europa Press, 2019)
- [20] (Los polémicos consejos del Gobierno para que no te violen, 2014)
- [21] (Perpetrators of Sexual Violence: Statistics, 2016)
- [22] (5 creencias falsas sobre las violaciones y la agresión sexual, 2018)
- [23] («Yo quería sexo pero no así», 2012)
- [24] (Violadores confundidos porque las mujeres les mandan mensajes ambiguos (?), 2016)
- [25] Campaña del Gobierno de Aragón para prevenir «situaciones incómodas», cuyo mensaje sobre el consentimiento es problemático, pues implica la culpabilización de las víctimas de agresiones sexuales que se ponen “en situaciones incómodas” al no dejar “las cosas claras”, y transmite la idea de que, una vez tomada la decisión, no pueden cambiar de idea: «Las cosas claras DESDE EL PRINCIPIO».
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- Redacción Público. (10 de octubre de 2018). Abascal, a Echenique: «Haremos lo posible para que los extranjeros, aunque tengan la nacionalidad, sean expulsados de España». Obtenido de Publico.es: https://www.publico.es/politica/vox-abascal-echenique-haremos-posible-extranjeros-tengan-nacionalidad-sean-expulsados-espana.html
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- Weber, M. (1985). Ensayos de sociología contemporánea I. En Clase, status y partido (pág. 149). Barcelona: Planeta Agostini.
Coincido en buena medida con lo expresado, pero añadiría: no solo hay violencia que resulta funcional para el sistema, sino que diría que el sistema se cimenta sobre la violencia como elemento fundacional y funcional. Sin violencia, el sistema (Estado) no existiría desde el punto de visto moderno, que es el «utilitarismo ético». Es decir, la agregación de voluntades e intereses particulares que, por coincidencia y por coerción, llamamos cohesión. Pero sin voluntad ni proyección solidaria.