Desde que empezó a barajarse la posibilidad de hacer obligatorio portar mascarillas en espacios públicos, centros de trabajo y por la calle, no puedo dejar de pensar en la mascarilla como un burka laico.
Una prenda que nos anonimiza, que nos despersonaliza, bajo la que desaparecen nuestras facciones y expresiones faciales como la sonrisa, y que tiene efectos psicosociales en el comportamiento tanto de quien la lleva (el poder del anonimato relativo), como de las personas con las que interactúa (que despersonalizan a su interlocutor/a). Estos efectos me hacen prever un aumento de la violencia y de los conflictos sociales, y una sociedad mucho menos cohesionada como ya anticipé en las hipótesis. El distanciamiento social no era solo hacer cola fuera de los comercios dejando un metro de separación.
Una prenda impuesta por el poder y socialmente aceptada debido al miedo. Nos dicen que el uso de la mascarilla es por nuestro bien, para protegernos y para proteger a nuestros seres queridos. El mismo argumento que se les da a niñas y adolescentes musulmanas para el uso del hijab: el miedo a que las agredan, protegerse a sí misma y a sus seres queridos. Enfermedad o deshonor.
Sí hay mucha gente que afirma usar la mascarilla de forma voluntaria, pero antes del coronavirus jamás se habrían planteado la posibilidad de salir a la calle sino ella, por lo que parece obvio concluir que no se puede analizar el fenómeno de la popularización del uso de la mascarilla al margen del contexto social y cultural en el que se desarrolla. Y sin el miedo y la presión social, ni se habría extendido su uso tan rápido ni se aceptaría una imposición legal al respecto. Igual que el hijab.
Los dos argumentos principales que nos damos para autojustificar su uso, con honestidad intelectual tendremos que admitir que no se sostienen: “es para proteger a los demás demas que no sé si tengo el virus pero soy asintomática”. En ese caso, lo más lógico es usar también mascarillas guantes DENTRO de casa, para proteger a la sociedad personas más cercanas y queridas, ¿no? Y, sin embargo, la obligatoriedad de su uso se plantea solo en el espacio público. “Mejor algo que nada”, que es el equivalente a promover el uso de preservativos de ganchillo para luchar contra el SIDA, mejor algo que nada.
La mascarilla actualmente como símbolo de la domesticación del cuerpo por el poder, de la disciplina social. La nueva realidad social a la que nos vamos a tener que ir acostumbrando.
Serie completa:
Una socióloga confinada. DÍA 3 (martes). Performance espontáneas
Una socióloga confinada. DÍA 4 (miércoles). Seguridad y sensación de control
Una socióloga confinada. DÍA 5 (jueves). Legitimidad democrática
Una socióloga confinada. DÍA 6 (viernes). Capital social y religión
Una socióloga confinada. DÍA 7 (sábado). Disciplina y otras áreas de análisis
Una socióloga confinada. DÍA 9 (lunes). Tolerancia social a la violencia
Una socióloga confinada. DÍA 10 (martes). La importancia de la comunidad
Una socióloga confinada. DÍA 12 (jueves). Recolección de datos sociológicos
Una socióloga confinada. DÍA 13 (viernes). Una sociedad sin ritos
Una socióloga confinada. DÍA 14 (sábado). La dimensión económica
Una socióloga confinada. DÍA 16 (lunes). Hipótesis de trabajo y marco teórico
Una socióloga confinada. DÍA 17 (martes). La importancia del frame
Una socióloga confinada. DÍA 18 (miércoles). Propuestas encaminadas a una renta básica universal
Una socióloga confinada. DÍA 19 (jueves). Coronavirus y clase social
Una socióloga confinada. DÍA 20 (viernes). El tratamiento a la tercera edad
Una socióloga confinada. DÍA 21 (sábado). El miedo como mecanismo de control social
Una socióloga confinada. DÍA 22 (domingo). Todos somos héroes
Una socióloga confinada. DÍA 24 (martes). La mascarilla como burka laico
Una socióloga confinada. DÍA 25 (miércoles). Sobre la estadística de prevalencia epidemiológica
Una socióloga confinada. DÍA 26 (jueves). Datos estandarizados
Una socióloga confinada. DÍA 37 (lunes). Cómo combatir los bulos