El martes pasado, en Villajoyosa (Alicante), Carlos Alberto Soler asesinó a su propia madre, a su hijo de seis años y a su hijastra de doce apuñalándolos y golpeándolos con un hacha, para luego acabar con su propia vida prendiéndole fuego a la casa. Por si fuera poco, dejó una carta escrita en la que confesaba su acto, culpaba a su ex-mujer y trataba de justificarse. Una carta que apareció en los buzones de sus vecinos, no se sabe si antes o después de cometer el crimen (si la repartió él mismo o si pidió a alguien que lo hiciera). La noticia publicada dice textualmente que en el escrito el asesino se ‘vende’ a sí mismo como una víctima. Entre otras muchas acusaciones hacia su excompañera, se refiere a ella como:

  • «loba con piel de cordero»
  • «víbora»
  • «Me ha destrozado la vida, me maltrataba psicológicamente»
  • «Me ha llevado a cometer una locura»
  • «Ahora ella llorará»
  • «Ahora el malo a los ojos de la sociedad soy yo; ahora que vendan en los medios que el hombre siempre es el malo (…); los hombres siempre somos los malos de esta película»

Y aquí voy. Al victimismo de estos hombres que no se reconocen como maltratadores. A creerse víctimas de humillaciones inexistentes cuando en realidad son ellos los agresores. Lo dije en su momento y lo reitero: Los hombres que maltratan no son locos, no son la maldad personificada. Responden a una serie de valores aprendidos, a unos estímulos concretos y a una inseguridad intrínseca. Cuando un maltratador le dice a su víctima que le humilla como hombre al vestirse como una puta por ponerse falda, o que es una falta de respeto que ella quiera quedar con sus amigos, este maltratador no es consciente de que está maltratando a su pareja: cree sinceramente que él es la víctima de esta situación, cree que está siendo humillado por el comportamiento de su pareja y responde a esos estímulos de la manera que sabe y puede. No considera que sus demandas sean ilegítimas, no contempla que no tiene derecho a limitar la libertad de su compañera. Él cree tener derecho a imponer los límites que considere oportuno, y si esos limites no se acatan se siente humillado y maltratado, se siente una víctima.

Estos hombres creen tener derecho a imponer a sus parejas una manera de vestir, de comportarse, de actuar y de interaccionar con el mundo que las rodea. Cuando sus parejas no se comportan conforme a esas reglas que ellos imponen no porque sean unos dictadores sino porque consideran que es así como tienen que funcionar las relaciones «normales», se sienten agredidos, humillados y maltratados. Y reaccionan. Y cuando sus parejas toman la decisión de separarse y de denunciarles, se sienten doblemente agredidos, humillados y maltratados, y creen estar siendo víctimas de una denuncia falsa: encima que se viste como una puta, encima que zorrea con sus amigos, va la muy hija de puta y me pone una denuncia falsa. Y como todo el sistema es hembrista y protege a las mujeres, va el juez y admite la denuncia a trámite. Estos hombres que así funcionan no son capaces de ver que no son víctimas sino agresores. No son capaces de ver que no tienen derecho a exigir ni mucho menos a forzar la sumisión de sus parejas. Y encuentran un apoyo social que es el caldo de cultivo perfecto para que siga ocurriendo, hasta que ocurre una desgracia y entonces ya no es posible mirar hacia otro lado. Porque la sociedad minimiza o incluso anula las señales que conducen a la violencia, y luego se echa las manos a la cabeza cuando la manifestación más extrema de ese comportamiento que han alentado se desborda. Y lo llaman «crimen pasional».

Esto es un mecanismo muy arraigado, aprendido desde pequeños y no solo en casa: la desigualdad de género es algo social. No sirve de nada que hayas visto cómo tu padre fregaba los platos y «ayudaba» en casa si luego en el colegio, entre los amigos, en el trabajo, la desigualdad entre hombres y mujeres es un fenómeno que está a la orden del día. Por algo hay que empezar, qué duda cabe, pero la educación es mucho más que «lo que te enseñaron tus padres».

Pondré un ejemplo que me parece bastante ilustrativo de lo que quiero decir, hace unos meses conté en twitter una experiencia propia que me gustaría desarrollar, y aunque ya sé que el plural de anécdota no es datos, creo que muestra bastante bien a lo que me refiero. Cuando yo iba a EGB, en mi barrio organizábamos lo que se llama el Sant Cosme Olímpic. Creo que ya no se organiza, porque la última noticia que he encontrado al respecto en la web del ayuntamiento es del 2002. Quizá ahora lo llamen de otra manera, no lo sé. Consistía en que los tres colegios del barrio competían entre sí en diferentes modalidades deportivas: fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano y diversas pruebas de atletismo. Todos los equipos eran mixtos y cada colegio presentaba 3 equipos, uno por cada curso: 6º, 7º y 8º de EGB (11-12 años, 12-13 y 13-14 respectivamente).

Yo jugaba a balónmano en el equipo de mi clase y era relativamente buena: era alta para mi edad, muy delgada (por aquel entonces me decían que si me ponía de perfil no me veían, porque desde pequeñas se juzga nuestro aspecto físico y no hay forma posible de encajar en el canon, sea por exceso o por defecto), corría rápido, marcaba bastantes goles y muchas asistencias. Destacaba bastante en mi equipo. También jugaba a baloncesto, pero no se me daba tan bien.

En estos partidos, ocurría una cosa curiosa que no sé si quienes me lean y hayan asistido a partidos infantiles podrán confirmar si sigue ocurriendo o por suerte es una práctica que se ha erradicado: cuando un equipo era vencido por goleada, se les decía que habían sido «humillados», pero esta expresión se reservaba únicamente para derrotas aplastantes, por una distancia muy grande. Para derrotas aplastantes, o para cuando quien marcaba era una chica. Cuando yo marcaba más de un gol y mi equipo ganaba, a los miembros del equipo perdedor les decían una frase que tengo clavada en la memoria:

Os ha humillado una chica.

Estamos hablando de que esta frase se la decían compañeros de clase, amigos e incluso padres, entre risas y abucheos a chicos de entre 11 y 14 años que acababan de perder un partido. Os ha humillado una chica. Pensadlo fríamente por un momento.

Ya desde preadolescente te meten en la cabeza que si una chica te gana en un deporte cualquiera (aunque sea un deporte de equipo y en un equipo mixto), o en cualquier cosa que sea típicamente considerada «de hombres», es humillante. Te ha humillado una chica. Lo peor que te puede pasar. Una afrenta directa a tu masculinidad, a tu hombría. MARICONAZO, QUE TE HA HUMILLADO UNA CHICA. Porque ¿qué sería de la misoginia si no pudiera retroalimentarse con la homofobia?

Cuando llegué al instituto quise participar pero el equipo ya no era mixto y además el fútbol era el más importante, el resto de equipos eran como de segunda categoría. No me dejaron. ¿La explicación? Que si incluían a chicas en los equipos masculinos, eso les haría estar «en inferioridad de condiciones» respecto a los equipos compuestos sólo por chicos de otros institutos o de otras clases. Mágicamente, en cuestión de tan sólo un verano, había pasado de «os ha humillado una chica» a «es que si jugamos con chicas estaremos en inferioridad de condiciones«. No entendía nada. Para acabar de rematarlo, me decían que si jugaba duro y ganaba a los chicos se iban a sentir humillados. La misma cantinela que llevaba años escuchando, con la diferencia de que ahora era adolescente, con todo lo que eso implica. Me decían que si ganaba a los chicos, si «les humillaba», se iban a enfadar y no me iban a querer, así nunca iba a encontrar novio, y pensarían de mí que era «una marimacho» (además de misoginia, homofobia: doble combo).

Lo mismo que me dicen ahora dos décadas después, por cierto: si eres una feminista radical, los ONVRES no te van a querer, te vas a quedar sola. Esa manía de querer medirlo todo por el hombrigo: el hombre y el amor heterosexual como la medida de todas las cosas, su aprobación que marca las líneas rojas que nunca debemos cruzar si no queremos perder su aprecio y quedarnos solas en la vida, es algo que se aprende desde edades bien tempranas, y se nos marca a fuego. No hay más que ver los comentarios en algunos de mis posts más polémicos para comprobar que ellos también asumen ese argumentario chantajista de «si no pasas por el aro, te comportas como nosotros queremos y te sometes a las normas que nosotros dictamos, los hombres no te vamos a querer y te vas a quedar sola«.

 

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Así fue como aprendí desde adolescente que el ego masculino es una cosita muy frágil, y que con los chicos es mejor mostrarse débil y sumisa para que ellos puedan sentirse fuertes y poderosos, que es mejor no demostrar tus habilidades en terrenos que ellos consideran suyos, porque entonces «les humillas» y eso les enfada, y así no te van a querer. Lo aprendí con 15 años, y hoy con 34 me lo siguen reafirmando con su comportamiento, con la diferencia de que ahora ya no soy una adolescente insegura y su opinión me importa (¡oh, santos cielos, se avecina una palabrota! Aparten a los niños de las pantallas) una mierda.

Los roles que nos transmiten, no solo con la educación que llevamos de casa, sino también en el colegio desde muy pequeños, con los amigos, con los compañeros de clase, a través de los medios de comunicación que consumimos (mejor no me hagáis hablar de la Súper Pop de aquella época o de la Cosmopolitan de hoy, porque me pongo mala), de cómo nos relacionamos y de nuestras interacciones sociales en diferentes grupos, nuestras experiencias vitales y cómo las analizamos y las deconstruimos, nos ayuda a componer nuestra visión del mundo.

 

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Con 15 años no pensaba que estuviera viviendo un episodio de machismo rampante: pensaba que era injusto y que eran todos gilipollas, y mi papel por muy protestona que fuese constitía en aguantarme y punto, podía enfurruñarme tanto como quisiera pero no lo iba a cambiar porque las cosas son así, y manéjalo o adáptate como puedas. Por descontado, nadie ahí creía estar comportándose de forma machista: me estaban discriminando por el mero hecho de ser mujer pese a que mis cualidades estaban de sobra demostradas, pero a ellos les parecía de sentido común. Lo normal.

Conforme vamos creciendo, las interacciones entre chicos y chicas son cada vez más frecuentes, y especialmente durante la adolescencia vemos también cómo se asientan determinados comportamientos que se consideran «lo normal» y no lo son: son la semilla para relaciones tóxicas y el germen para la violencia de género. «Mi novio me controla lo normal» es una frase que debería hacer saltar todas las alarmas.

 

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El «respeto» mal concebido que algunos hombres creen que sus parejas les deben en forma de sumisión no es algo innato ni tampoco de «sentido común»: es la forma en que algunos hombres creen, porque así lo han aprendido, que deben desarrollarse las relaciones hetero-románticas:

  • No te pongas falda que me humillas.
  • No quedes con tus amigos que me humillas.
  • No salgas de casa maquillada que me humillas.
  • ¿Dónde vas tan arreglada? Eso es que quieres follarte a otro.
  • ¿Con quien hablas tanto por el móvil? Si texteas, sexteas.
  • He visto el doble check azul y no me contestas. Te he visto conectada y no me dices nada. ¿Con quien estabas hablando?
  • Si confías en mí tienes que darme las contraseñas de tu facebook y de todas tus redes sociales, y dejarme ver tu whatsapp. ¿Qué tienes que ocultar?
  • Que salgas a tomar algo con tus compañeros después del trabajo es una falta de respeto.
  • Que quedes con tus amigas si yo no estoy delante es una falta de respeto.
  • ¿Salir de viaje con tus amigas? ¿Estamos locos? A saber qué hacéis por ahí con lo zorras que sois.
  • Los celos son una demostración de amor. Si estoy celoso es porque te quiero.
  • No te controlo: me preocupo por ti.
  • Todos los tíos que se te acercan te quieren follar, yo soy un tío y sé cómo piensan. No salgas, quédate en casa, no te arregles.
  • No mires a los ojos de la gente, me dan miedo, siempre mienten. No salgas a la calle cuando hay gente, ¿y si no vuelves? ¿Y si te pierdes? Escóndete en el cuarto de los huéspedes, todo está a oscuras, no pueden verte. Seguro que en la calle ahora habrá gente, alguien te busca, alguien lo siente. Quédate a mi lado, no te marches más…

 

 

Me pilláis la idea. Creo que me seguís a dónde quiero llegar.

Lo fácil es decir que somos unas locasdelcoño que vemos machismo en todas partes, en lugar de mirar alrededor con mirada crítica y asumir que hay un cierto machismo social que lo impregna todo y al que todos y todas estamos expuestos, y del que es muy difícil sustraerse porque no vivimos aislados en una burbuja. Y aún más difícil de erradicar si os ponéis en plan victimista, si negáis o invalidáis nuestras propias vivencias incluso dándonos lecciones de cómo son las cosas EN REALIDAD o pretendiendo abrirnos los ojos a LA VERDAD, cuando no directamente enviáis a la basura nuestras quejas con un «ya están las feminazis histéricas quejándose por todo otra vez«.

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Vamos a decirlo claro una vez más: el listado de arriba no es amor, es sumisión, es control. Y si te ves reflejado en esas frases, tú no eres la víctima: eres el agresor. Una relación sin confianza es como un coche sin gasolina: puedes intentar empujarlo, pero no vas a llegar muy lejos. Hay un determinado grupo de hombres (por supuesto, antes de que empiecen los lloriqueos: #NotAllMen) para quienes estos comportamientos descritos son normales. Es lo que han visto en su casa, en su entorno, en sus amigos. No son comportamientos normales. Y si te ves identificado en alguno de esos comportamientos, BUSCA AYUDA. Tienes un problema tú y tiene un problema tu posible pareja, incluso aunque nunca llegues a ponerle la mano encima. Porque el maltrato, la violencia de género, no es única y exclusivamente la agresión física: la violencia de género es violencia física, económica, psicológica y sexual. Si consideras que tu pareja debe someterse a ti en las situaciones descritas, es probable que seas un maltratador y no lo sepas todavía.

 

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Aunque creas que hemos avanzado mucho y que ya existe igualdad por ley, o incluso que los hombres están discriminados porque hay leyes que protegen a las mujeres y discriminan a los hombres, ocurre todavía hoy que entre los hombres jóvenes (de entre 18 y 29 años), resulta que:

Y así podría seguir. ¿Hay alguien por aquí capaz de negar que este tipo de actitudes son machistas? Por supuesto, no son TODOS los hombres. Los que confiesan estas actitudes a una persona completamente desconocida que los está entrevistando son aproximadamente entre una cuarta y una tercera parte de los jóvenes. ¡Ojo, de los jóvenes!

yesallwomenNos hemos criado en una sociedad machista, España sigue siendo machista y por mucho que queramos escapar de ello, protestar o decir «a mí en casa mi madre me educó en la igualdad porque mi hermana y yo nos hacíamos cada uno nuestra cama y recogíamos nuestra habitación«, resulta que no nos hemos educado en una burbuja ni en una isla desierta completamente aislados.

¿A dónde quiero llegar con esto? A que los hombres que cruzan la línea y que maltratan a sus mujeres, y cuando digo maltratan no me refiero exclusivamente a agresiones físicas sino también verbales, a maltrato psicológico, a agresiones sexuales, a control económico, y a todos los aspectos que engloba la violencia de género… son maltratadores sin saberlo. Ellos no creen estar haciendo nada malo. Ellos se comportan como han aprendido a hacerlo. De hecho, es frecuente como en el caso con el que abría esta entrada, que ellos mismos se consideren víctimas de «maltrato psicológico», de humillaciones por parte de sus parejas, que no siempre se someten a su control. Y creen que si no hay sumisión por parte de sus parejas, eso es «una falta de respeto», una humillación de ella hacia él. Un motivo para reaccionar de forma agresiva, violenta.

En la pareja no es el único entorno en el que vemos esta reacción: cualquier demanda de igualdad es respondida desde ciertos colectivos como una agresión a sus derechos y una justificación a reaccionar de forma agresiva. Tal que así.

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O bien con una mal entendida igualdad en la que cuelan su obtuso y machacón Y LOS HOMBRES QUÉ, porque no hay colectivo oprimido que pueda intentar hacer valer sus derechos sin que ellos sientan que se les margina y se les discrimina si no se les incluye también.

 

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Algo que cuesta hacer entender a la gente que se aproxima al fenómeno de la violencia de género queriendo aprender, es que el maltratador no empieza maltratando desde el primer día: ejercen presión psicológica, chantaje emocional y sutilmente van detruyendo tu autoestima, poco a poco, al principio sin que te des cuenta, y con la colaboración del entorno que lo minimiza y desactiva cualquier posible alarma que salte en tu cerebro: «no es para tanto», «pobre, él lo pasa mal», «se nota que te quiere», «mujer, ¿qué te cuesta?». Él sufre mucho por sus celos porque te quiere locamente, tú no quieres hacerle daño y aceptas, poco a poco vas renunciando a partes de ti para que él no sufra, porque lo ves normal, porque te has educado en la misma sociedad que él que te ha inculcado los mismos roles de género y al principio aunque te puedas sentir incómoda, no te chirría. Y para cuando quieres darte cuenta estás completamente atrapada, has cambiado todo tu comportamiento, tu forma de vestir, tu forma de relacionarte y has renunciado a tu círculo de amigos para que él no se sintiera «humillado», estás aislada, todo tu mundo ha quedado reducido únicamente a él y sin embargo él sigue sin ser feliz, nada de lo que hagas es suficiente, porque el problema no está en tu actitud: está en su cabeza.

Sin ese substrato social que nos empuja a ser sumisas para no humillarles, a no mostrarnos fuertes ante los hombres porque entonces van a considerarnos unas «marimachos» y no nos van a querer, sin esa idea tan arraigada de que los hombres deben mostrarse fuertes y protectores y las mujeres deben ser unas frágiles damiselas que se dejan proteger por el príncipe azul, sin esa machacona idea de «os ha humillado una chica», probablemente la violencia de género no encontraría terreno tan fértil en el que crecer.

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Cuando me decís «es que ves machismo en todas partes», me imagino en el desierto y a vosotros diciéndome «es que ves arena en todas partes».

Sobre todo esto, tengo pendiente escribir para «Una Docena De» un artículo sobre 12 cosas que son maltrato, porque aunque os parezca extraño no es tan sencillo identificar patrones de maltrato, especialmente en una fase temprana, antes de que empiecen a sonar todas las alarmas y ya sea imposible minimizar el daño. He pedido ayuda a los amigos de Rasgo Latente para que revisen el texto final y evitar meter la pata, ya que los expertos en psicología cientifica son ellos y no yo. A mí me ha tocado aprender de la experiencia por las malas. Como a muchas otras. Todas las aportaciones constructivas serán bienvenidas.

Ver los tweets con el Hashtag #SoyUnMaltratadorSi

Fuentes:

28 comentarios

  1. Muy bueno, la verdad. Cien por cien de acuerdo. La verdad es que no se puede salir por la calle un par de horas sin ver algún tipo de discriminación como las que mencionas. Un saludo.

  2. Gran articulo… pero quizas difiero en un aspecto, que creo importante. Hay una maldad intrinseca en la cuestion de poder sentirme con «derecho» a condicionar a otra persona mediante agresiones fisicas, psicologicas o verbales. Es por ello que esas «humillaciones» se pagan con violencia, y no con otro tipo de reacciones… Enhorabuena por el texto.

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