Si hay alguien o algo en tu vida que te hace daño, la reacción lógica es intentar cambiarlo. Es una reacción natural y lógica: si tu vecino está dando por saco con la taladradora a las 6 de la mañana de un sábado, subes a decirle que deje de hacer tanto ruido, que no son horas; si tu compañera de piso se trae a su último ligue y se pasan la noche follando en el comedor, por la mañana tienes una charla con ella y le explicas las normas básicas de convivencia y respeto (mientras te cagas en sus muertos); si tu hermano pone a Los Rebujitos a todo trapo en la habitación de al lado, le pides amablemente que baje la música y, si no atiende a razones, le ahogas con una almohada.
Es un comportamiento lógico y normal que, cuando alguien hace algo que te molesta, le pidas que lo cambie. Sin embargo, la otra persona no siempre puede o quiere querer cambiar este comportamiento, ni está obligado a hacerlo, ni siquiera aunque lo imponga la ley. La otra persona puede hacer lo que le de la gana asumiendo las consecuencias, y en todo caso eres tú quien debe decidir cómo lidiar con ello.
Una conversación recurrente en las primeras sesiones con mi terapeuta eran del tipo:
Es que él me hace/dice… y quiero que él entienda cómo me hace sentir cuándo…
O bien:
Quiero que él me deje en paz. ¿Cómo me libro de él? ¿Cómo hago para que no vuelva a llamarme? ¿Cómo consigo que entienda de una vez que me hace daño, que no puedo volver con él? ¿Que me está destrozando la vida?
Y mi psicóloga nunca respondía a estas preguntas. O lo hacía planteándome nuevas preguntas centradas en mí:
¿Cómo te hace sentir eso A TI? ¿Cómo reaccionas TÚ cuando él se comporta de determinada manera?
Me ponía de los nervios. No eran esas las respuestas que yo quería. Lo que yo buscaba era que mi psicóloga me ayudara a entrar en SU mente, a comprenderle, para intentar explicarle y que él me entendiera a mí. Pero él no estaba allí sentado. Él estaba muy muy lejos en más de un sentido. Tantas veces nos han repetido que la clave para que una relación funcione está en la comunicación, que realmente pensé que el problema es que yo hablaba en otro idioma. Y sí, bueno, algo de eso también había, al parecer hablábamos idiomas diferentes porque cuando yo decía «no» él creía que decía «sí», pero ese es otro tema.
Fue duro, supuso un mazazo y estuve varios días reflexionando cuando mi psicóloga me preguntó:
Pero ¿tú quieres curarte tú, o quieres curarle a él? Porque si él quisiera curarse, estaría aquí sentado. Y no está. Él no va a cambiar y tú no puedes obligarle a hacerlo. Quien está en la consulta eres tú, no él. Céntrate en ti. ¿Cómo te sientes tú? ¿Qué quieres tú? ¿Y qué tienes que hacer para conseguirlo?
Centrarme en mí. ¿Qué quiero yo? Es curioso porque me han llamado egoísta millones de veces, y a pesar de tener tan interiorizado que soy un ser despreciable y egoísta que solo pienso en mí… no conseguía centrarme en mí, no conseguía determinar qué quiero yo. Ahora sí lo sé, ahora lo único que quiero es vivir tranquila, estar a gusto y que me dejen en paz (sí, lo sé, suena como la letra de una canción de El Canto del Loco). Aspiraciones sencillas. Por aquel entonces mis aspiraciones eran aún más básicas: lo único que quería era dejar de sufrir. Que dejaran de hacerme daño, y no sabía cómo conseguirlo. Tampoco es que haya avanzado mucho desde entonces, pero al menos ahora sé que esconderme, hacerme un ovillo y acurrucarme para que no me encuentren no sirve de nada, y que me siento más segura cuando encaro los problemas de frente.
En terapia aprendí (y me costó un dineral, un montón de sesiones y no pocos cabreos) que no puedes cambiar a la otra persona para que se comporte como tú necesitas: puedes cambiar la manera en la que tú gestionas eso, puedes cambiar la forma en que eso te afecta, puedes cambiar el cómo te hace sentir, puedes cambiar la forma de comunicarte o relacionarte con esa persona, incluso puedes dejar de comunicarte y de relacionarte con él o ella… Pero no puedes cambiar a esa persona porque si quisiera cambiar ya lo habría hecho después de los millones de veces que se lo has pedido, o bien sería ella quién iría a terapia y no tú (o yo en este caso).
Es un giro copernicano de planteamiento y no es sencillo. La respuesta a la pregunta «¿cómo le pido que cambie su actitud para que me entienda?» es: puedes pedírselo en chino si te apetece, que va a dar igual porque no tienes poder sobre él o ella, no puedes obligar a nadie a cambiar, ni siquiera aunque sea una persona que teóricamente te quiere y te está lastimando con su comportamiento.
La pregunta «¿cómo hago para que su comportamiento no me lastime?» en cambio sí tiene respuesta, y la tienes tú. No me refiero a esa basura new age de «la felicidad está en tu interior» y toda esa mierda de coaching barato. Hablo de centrarnos en cosas que sí están en nuestra mano, que sí podemos cambiar.
Hay un chiste tonto que siempre me ha hecho mucha gracia:
– ¿Cuántos terapeutas hacen falta para cambiar una bombilla?
+ Sólo uno, ¡pero la bombilla tiene que querer cambiar!
Decía el maestro Sabina que no hay ser humano que le eche una mano a quien no se quiere dejar ayudar. Puedes intentar echarte toda la mierda del mundo sobre tus hombros, pero eso solo te hará caminar con mayor peso a tus espaldas. Hay cosas que puedes cambiar y cosas que no, y no puedes obligar a nadie a que cambie porque te hace sentir mal. Pretenderlo será un gasto inútil de energía y añadir más frustraciones a una situación ya de por sí frustrante. Dado que nuestras fuerzas en tanto que seres humanos y no súper-heroínas son limitadas, tenemos que elegir nuestras batallas.