Mi celebración de navidad ideal es una casa en silencio, sin gritos, sin reproches, sin insultos, sin prisas, sin presión absurda, sin postureo, sin intentar aparentar, sin quiero y no puedo, sin hipocresía, sin puyas solapadas, sin agresiones consentidas, sin gastar dinero a lo loco, sin sesiones maratonianas en la cocina, sin odiosos villancicos a toda tralla, sin que nadie me eche el humo del tabaco a la cara y me diga que si me molesta me joda, sin visitas indeseadas en casa hasta las tantas de la madrugada que a las 11 ya estás deseando que se marchen para poder meterte en la cama…
El año pasado decidí que ya estaba bien de todo esta mierda y en navidades me largué a Londres a hacer de dog-nanny. Este año, como soy una recién hipotecada y no tengo un duro, me quedo en casa tranquila. En mi sofá, con una mantita y una taza de chocolate caliente, con Netflix en la tele, el último libro que me han regalado, y paz, tranquilidad, silencio si me apetece.
Cuando vivía en casa de mis padres la alternativa ni siquiera se consideraba, cuando estaba casada había una serie de peajes familiares que tenía que pagar. Pero ahora ya no, ahora ya todo eso se ha acabado. Tengo 35 años, llevo dos años divorciada, no tengo la menor intención de tener hijos y estoy hasta el mismísimo potorro de normas y convencionalismos sociales. El año pasado tomé la decisión de ponerle fin a las navidades en familia, y fue tan liberador que no pienso volver a pasar por el aro.
Si estas navidades me queréis encontrar, nos vemos en MI CASA. Con turrón pero sin villancicos, con cava pero sin uvas, con amor y cuidados y sin obligaciones impuestas.