Este año 2016 ha sido el año en que Locas del Coño ha despegado de una manera espectacular, y también ha sido el año en que he estado expuesta al mayor nivel de odio de toda mi vida. Tanto externo como interno. Cuando trabajaba en el PSC conocía perfectamente el odio que despertaba en personas que identificaban al partido como el enemigo a abatir, y también conocí las puñaladas traperas de la gente que quería medrar a costa de lo que fuera, incluso quitándose de en medio a compañeros sin el menor miramiento. Este año he revivido todo eso multiplicado por 1.000.
El feminismo tiene muchos debates internos, muchísimas corrientes que proponen diferentes soluciones a los mismos problemas. El problema es cuando las activistas de cada una de esas corrientes se enfrentan entre sí en una lucha de odio fratricida que nos impide llegar a un entendimiento, o al menos a una convivencia cordial. Somos feministas pero también somos humanas, con las mismas miserias que el resto del mundo, y las traemos con nosotras a los espacios que compartimos.
Mujeres que luchan contra el estigma de la palabra «puta» no dudan a su vez en estigmatizar a otras mujeres con el término despectivo «abolo» (de abolicionista) por tener la osadía de ponerles muchos matices al discurso de las putas empoderadas. Personalmente, la prostitutas merecen todo mi respeto; las trabajadoras sexuales que ofrecen cualquier tipo de servicio sexual por voluntad propia y de forma libre tienen toda mi admiración; pero a los puteros les pegaría fuego. Esta opinión me sitúa en el bando enemigo, en el de las «abolos», porque criticar al cliente es criticar su modo de ganarse la vida. Muy bien, pero sigo pensando que el hombre que recurre a la prostitución es un hombre incapaz de establecer ningún tipo de relación honesta y merece todo mi desprecio por ello, ofenda a quien ofenda. Tendrían que trepanarme medio cerebro para creerme la imagen dulcificada del putero que pretenden vendernos las putas libres y orgullosas, ese perfil de hombre amable, atento, preocupado por la mujer cuyos servicios sexuales está comprando y necesitado de cariño y calor humano que no puede obtener por otras vías. Simplemente no me lo creo. No dudo que exista este perfil de putero, pero me revienta que nieguen ese otro perfil de hombre que acude a la prostitución y le importa una mierda si la mujer con la que está se ha comido 20 pollas (¡uh, alerta, sexofobia!) esa noche por obligación o porque no tiene otra opción. Ese perfil de hombre que, cuando la prostituta le dice que está ahí en contra de su voluntad, le contesta «calla y chupa, que no he venido aquí a que me cuentes tu vida«; ese perfil de hombre que al enterarse de que la mujer con la que se ha ido a la cama lo hace forzada, responde «todos tenemos problemas»; ese perfil de hombre que jamás denunciaría una situación de trata de mujeres con fines de explotación sexual del que tenga conocimiento porque no quiere jugarse su relación; ese perfil de hombre que disfruta con el sometimiento de las mujeres. Ese perfil de putero, en pocas palabras, que las putas libres rechazan cuando detectan, lo que confirma que existe y que tiene su mercado en la trata de mujeres. Ese perfil de putero existe y tiene todo mi desprecio. Manifestar esta opinión me sitúa en el grupo abolicionista a combatir. Fenomenal.
En el feminismo nos exigimos a nosotras mismas un nivel de perfección en nuestro día a día que no está al alcance de un ser humano medio. Cuando dije que el vídeo del sentador de madres era un video «blanco», como sinónimo de blandito, recibí críticas indirectas de mujeres negras que se habían sentido dolidas porque utilicé ese término y exigieron que lo cambiara por uno que no equiparara «blanco = bueno» (algo que nunca estuvo en mi intención), pero no me lo dijeron a mí sino a una tercera persona, blanca como yo, para que fuera ella quien me exigiera la retirada de un término tan ofensivo. Accedí para no ofender, aunque no estaba nada convencida de los argumentos que estaban esgrimiendo por persona interpuesta.
Cuando digo que los machirulos que vienen a llamarme fea, gorda o amargada me pueden comer el coño de canto, estoy siendo tránfsoba y ofendiendo a las mujeres con pene. Cuando Facebook eliminó el logo de Locas del Coño porque había sido reportado, además de otras fotos de pezones, tuvimos un debate interno de HORAS sobre la redacción del comunicado que debíamos publicar, porque al parecer decir que Facebook establece una censura sobre las representaciones estéticas del cuerpo de las mujeres ofendía a las personas trans, y debíamos omitir la referencia al cuerpo femenino ya que hay mujeres con pene y sin pechos. ¿En serio estamos discutiendo sobre si en el comunicado vamos a omitir la palabra MUJERES cuando facebook nos acaba de censurar el logo por representar UN COÑO? La misoginia que se oculta tras ese presunto transfeminismo se sale de la tabla. Cuando Facebook elimina fotos de bebés siendo amamantados, le importa una soberana mierda si la persona de la foto fue asignada mujer al nacer pero es un hombre: los censura porque equipara pechos femeninos a pornografía y tolera la representación masculina del pecho sin preocuparse por el género con el que se identifica la persona representada. A ver si dejamos de una puñetera vez de hacernos trampas al solitario. Pues efectivamente, no hicimos alusión al «cuerpo de las mujeres» y buscamos una fórmula que no fuese demasiado rebuscada pero no ofendiera la sensibilidad de las personas trans para explicar que nos habían censurado la representación de un COÑO.
Esta censura al cuerpo y a las páginas de activismo feminista no es algo nuevo en Facebook: las penalizaciones al empoderamiento de la mujer y a expresiones artísticas del cuerpo como el coño simbólico de nuestro logo es algo con lo que páginas feministas tenemos que lidiar diariamente y queremos denunciar esta situación porque sabemos que no somos un caso aislado.
Esto es falso, es un texto mío y sin embargo es un párrafo de consenso que no suscribo en absoluto. Facebook no censura «el cuerpo»: censura el cuerpo de lo que interpreta como mujeres. No censura «las expresiones artísticas del cuerpo»: censura las expresiones artísticas del cuerpo que interpreta como mujer. Porque equipara el cuerpo de la mujer a la pornografía. Basta de cogérnosla con papel de fumar. Basta de ocultar la realidad tras un velo de la autocensura. Uh, mis disculpas a las feministas islámicas por haber usado la palabra «velo» en esto contexto, lo último que querría es ofender. SPOILER: Llegados a este punto, me la suda.
En este 2016 me he visto teniendo que mantener posturas en las que no creo, o de las que no estoy del todo convencida, para evitar irritar, para no ofender sensibilidades, para no ser señalada y apartada. Ya me da completamente igual.
No soy vegana. Como carne, pescado, huevos y lácteos. Soy el demonio personificado. Soy alérgica a los mosquitos y si desaparecieran todos de la faz de la Tierra mis veranos serían más felices. Desparasito a mi perra 3 veces al año, lo que me convierte en una genocida de lombrices, pulgas y garrapatas. Comer animales me sitúa al mismo nivel que un maltratador, y desayunar café con leche me hace igual que un violador porque para que una vaca de leche hay que violarla y preñarla en contra de su voluntad. A veces se os va un poco la pinza con las comparaciones (¡uh, acabo de utilizar una expresión capacitista! Vergüenza sobre mí, vergüenza sobre mi familia, vergüenza sobre mi vaca). Curiosamente parece ser que la gente vegana está por encima del resto en la escala moral y pueden utilizar sexismo, racismo y violencia en sus campañas de concienciación que no pasa nada. He visto a veganas utilizar expresiones cargadas de odio misógino y capacitismo contra compañeras con trastornos alimenticios y aquí no ha pasado nada. Puede que algún día llegue a entenderlo, pero no será hoy. De hecho, para tirarme a la piscina no hay día mejor que hoy, así que me voy a mojar: creo que el veganismo es un trastorno de la conducta alimenticia similar a la anorexia oculto tras la excusa de la ética. Otro día, si quieres, te lo desarrollo (actualización: pues lo desarrollé. Vuestro turno).
Y ahí fuera la cosa no está mucho mejor. Desde que en el 2014 denuncié a mi exmarido por maltrato continuado, agresiones sexuales continuadas y abusos sexuales continuados, y conté el proceso que estaba viviendo tanto a nivel personal como judicial, he vivido un calvario adicional que no ha ayudado en nada. Opiniones como las vertidas en el foro burbuja.com sobre mí no son una excepción: han sido la norma:
Lo mejor es que la asquerosa lleva divorciada dos años, y dice que su ex era un maltratador:
A ver, hija de la gran puta, es evidente que te estás haciendo la víctima y que todas tus acusaciones son falsas; pero, aun en el supuesto de que hubieras sido maltratada de verdad: TE LO MERECES POR CREER QUE PUEDES ESTAR CON UN HOMBRE NORMAL SIENDO TÚ UN SUJETO DE ESTUDIO EN LOS LIBROS DE TETRATOGENIA.
Ojalá te mueras de cáncer
Este tipo de cosas me ha estado llegado a diario, por cientos. Se han creado cuentas a docenas únicamente para insultarme, han suplantado mi identidad y ahora están circulando por ahí tuits como si fueran míos dejándome por imbécil. Mi nombre, mis apellidos y mi cara están ahora en numerosas páginas «antifeminazis» junto a frases ridículas que me atribuyen para difamarme. Lo han compartido miles de veces, circula por twitter, por facebook, por whatsapp… No han tenido el menor problema en ridiculizarme para hacerme quedar como una gilipollas que dice estas estupideces de repente, después de más de 8 años twitteando. Y esto ha sido la gota que ha colmado el vaso. Los insultos que he tenido que aguantar esta última semana han sido completamente desproporcionados. Era muy fácil ver que esto era un FAKE, he tenido un tuit fijado en mi perfil toda la semana explicando la suplantación, y si te la han colado es porque eres un fracaso en cuanto a «espíritu crítico», «librepensador que no se deja llevar por el feminismo de Estado». Tu odio te ha cegado y te la han colado pero bien. A mí me han presentado como una idiota, pero a ti te han tomado como a idiota y les has demostrado que lo eres. Un tonto útil al servicio de quienes te manipulan para sus intereses. Bravo, fenómeno. Vivimos en la dictadura de los gañanes y todos se creen más listos que los demás.
Mis interacciones sociales desde siempre han sido bastante duras. No es algo que diga abiertamente porque desde muy pequeña descubrí que a la gente le genera un sentimiento de animadversión casi automático, pero tengo un CI por encima de la media. Bastante por encima de la media. Me hice las pruebas de adulta porque estaba convencida de todo lo contrario, de ser retrasada (¡uh, alerta, capacitismo!). Gracias mama, gracias papa, la idea de que soy retrasada mental y una farsante os la debo a vosotros. El síndrome de la impostora se llama y es frecuente sobre todo en mujeres por encima de la media. El diagnóstico fue altas capacidades intelectuales y déficit de atención, lo que explica que mientras escribo este post me haya levantado unas 20 veces, y que el 80% del tiempo en mis interacciones sociales me sienta como si me hubiera caído en la jaula de los mandriles. Llevo muy mal la ignorancia ajena y más aún cuando la elevan a la categoría de mérito. El efecto Dunning-Kruger de estas semanas ha sido brutal: gente que se ha comido el FAKE sin masticarlo venían dándoselas de listos, a llamarme ignorante y a darme lecciones porque han leído en la wikipedia que el origen etimológico del término «himen» es el griego y no el inglés. Bravo, genios. En España no cabe un tonto más.
Pero lo peor de todo esto no ha sido el acoso, las toneladas de insultos que he recibido, la desmoralizante ignorancia de la que hacían gala… Lo peor ha sido la reacción de la gente que se supone que «me apoya». La reacción mas habitual ha sido «¡denuncia, mujer!» demostrando que no hemos aprendido nada. Llevo años dando la cara con nombre y apellidos porque creía, y sigo creyendo, que es importante romper el velo del silencio para empezar a concienciar, para intentar barrer el profundo desconocimiento que todavía persiste sobre la violencia de género. Y lo que me he encontrado es que personas que se ocultan tras un pseudónimo me azuzaban a ir más lejos, a exponerme aún más. Ellas cuando apagan el ordenador continúan con su vida. Yo no. Mi teléfono y mi dirección ha circulado por foros y grupos de hombres cargados de odio. Han amenazado con matarme, entre ellos se animaban a «darle un susto a esta cerda«. Estamos hablando de grupos de hombres denunciados por ejercer violencia contra las mujeres, con órdenes de alejamiento en vigor, que no pueden ver a sus propios hijos sin supervisión y tienen que recogerlos en puntos de encuentro familiar, muchos de ellos con antecedentes penales múltiples, que no pueden ejercer violencia contra sus exmujeres por tener órdenes de protección vigentes, que conocen mi dirección y mi cara, y que me amenazaban de muerte. ¿Y sabéis qué? Que la policía no puede hacer nada contra esto porque el código penal exige que para que las amenazas sean tenidas en consideración tienen que cumplir tres requisitos: ser creíbles, materializables y concretas. Y al parecer lo que yo estaba sufriendo no cumplía con alguno de los tres criterios porque «dar un susto a esta cerda» no es algo concreto por ejemplo. ¿Denuncia? No sirve de nada hasta que no me agredan físicamente. Toman nota de los mensajes, muchas gracias y buenas tardes. Y luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando ocurre una desgracia.
¿Los insultos? ¿El acoso? Tampoco sirve de nada denunciarlos en comisaría, porque el delito de ciber acoso está pensado para proteger a menores de ciberbullying o para proteger a víctimas de grooming, y cuando las víctimas de estas conductas somos adultos que nos den por culo (¡uh, alerta expresión homófoba!). Sí es posible denunciar por injurias, calumnias, delitos contra el honor en general, pero eso por sorprendente que os parezca no se denuncia en una comisaría de policía porque no va por la vía penal sino por la civil, es decir que hay que denunciarlo en un juzgado con abogado y procurador. Y sí, lo estoy preparando con mi abogado porque todo esto se ha salido de madre no de ahora sino desde hace ya meses: hay varias personas identificadas con nombre y apellidos que han cruzado la línea, sus acciones han ido encaminadas a destruir mi imagen y a perjudicarme personal y económicamente, esos daños son cuantificables y la notificación de la demanda les llegará cuando la justicia tenga a bien hacérselo saber.
Así que mientras yo estaba dando la cara con mi nombre y apellidos, y llevándome hostias una y otra vez, siendo el objeto de odio de miles de hombres resentidos y violentos… Gente que se escondía tras un pseudónimo y que no tiene la más remota de idea de lo que es poner en riesgo tu integridad personal y jugarte tu imagen y tu futuro por una causa en la crees, el máximo apoyo que han sido capaces de expresar ha sido un «¡denuncia!» y con eso ya quedaban con su conciencia en paz. Las mismas que se llenan la boca de «sororidad» han chillado histéricas (¡uh, alerta, expresión capacitista!) cuando he utilizado una palabra o una expresión que no les ha gustado, cuando he manifestado mi disconformidad con un tema concreto dentro del feminismo, cuando he aportado argumentos para sustentar una postura contraria a sus postulados. Mujeres con quienes comparto el 90% del ideario me han apartado y marginado por disentir en un 10% o me han machacado por utilizar una expresión que consideran inapropiada.
Me he sentido muy sola. No es que me sienta incomprendida: es que soy yo quien no os comprende. Y no merece la pena. No merece la pena seguir en primera línea de fuego, exponiéndome como lo he hecho estos últimos años, para acabar humillada por los machistas organizados y despreciada por quienes consideraba mis compañeras. Seguiré pensando como pienso, aprendiendo, evolucionando, compartiendo lo que pienso por si a alguien le interesa, pero no quiero hacerlo sometida a las imposiciones de nadie, estoy harta de mordazas y tampoco quiero representar a nadie más que a mí misma.
Habrá quien se sienta decepcionada por estas líneas. A ellas mismas van dirigidas, porque son precisamente ellas quienes me han decepcionado a mí. En el 2016 he aprendido que la idiotez, el odio y la cobardía están más extendidos de lo que pensaba, y que eso de «no estás sola» es una gran mentira. La sororidad es una utopía porque mientras os creéis mejores que quienes decís combatir, reproducís sus mismas actitudes despreciables envueltas en una presunta ética que os protege. Yo ya no sé si soy de las nuestras.