Estoy viendo en Netflix el documental «Audrie & Daisy», sobre dos chicas de 14 años que fueron agredidas sexualmente por parte de chicos que consideraban amigos, que grabaron sus ataques en vídeo y lo subieron a redes sociales, encima ellas tuvieron que sufrir un brutal acoso a raíz de estos hechos, como su no tuvieran ya bastante. Por todo ello intentaron suicidarse y una de ellas lo logró.
No lleva ni 3 minutos, y habla uno de los que tomó las fotos, a quien se le presenta como una silueta dibujada para que no se le reconozca, tal y como reconocen expresamente.
No te llamaré por tu nombre y usaremos una animación para ocultar tu identidad.
Dice la voz de Bonni Cohen, co-directora del documental. La directora se dirige a uno de los atacantes de Audrie Pott, obligado por la fiscalía a aparecer en el documental junto al otro acusado como parte de su condena. La charla se produce tres años después del suicidio de la chica. La conversación que mantienen el tipo y su entrevistadora, me ha puesto los pelos de punta.
– En el instituto me martirizaban, me empujaban en el pasillo, me llamaban violador, y me decían cosas… muy duras. (…)
+ ¿Sentiste que tus compañeros te culpaban por la muerte de Audrie?
– Sí. Sin duda.
+ Cuando hiciste esas fotografías, ¿sabías que era un delito? ¿Lo sabías en ese momento?
– No, en absoluto. Simplemente pensamos que sería divertido reírse y hacer bromas.
Fotografiar a una compañera de instituto que está siendo agredida sexualmente en una fiesta y difundirlo a través de internet, porque pensaron que sería divertido reírse y hacer bromas.
Los dos agresores condenados a aparecer en el video admiten que tenían un grupo de mensajes donde intercambiaban los desnudos de sus compañeras, cedidos o robados. En el caso de Audrie Pott no solo compartieron fotografías online, sino que se aprovecharon de que estaba inconsciente para desnudarla, violarla, pintar obscenidades en su cuerpo con un rotulador e incluso introducirlo después en su vagina.
Lo escalofriante es que hoy en día siguen sin tener muy claro qué fue lo que hicieron mal.
«Lo que he aprendido de todo esto es que los chicos y las chicas pensamos de forma muy diferente. Ellas cotillean mucho. Los tíos somos más relajados, nos da igual»
dice uno de ellos a modo de conclusión. En uno de los chats que aparecen en el documental, Audrie habla en los días siguientes a la fiesta con uno de los que la pintó con rotulador en todo su cuerpo y tomó las fotos. Todo el mundo había visto las fotos. Él le dice que todo se olvidará en una semana, pero ella contesta que ahora tiene una reputación de la que jamás se podrá librar.
No tienes ni idea de lo que es ser una chica.
En el caso de Daisy Coleman, cuando tenía 14 años, su madre la encontró en la entrada del porche de su casa en coma etílico y azul por la hipotermia. Horas antes se había escapado con una amiga para ir a casa de los compañeros de equipo de su hermano mayor, estrellas de fútbol americano del instituto de Maryville, Misuri. Allí ambas fueron violadas por dos chavales de 17 años. En el caso de Daisy, mientras uno forzaba su cuerpo inmóvil, los otros grabaron un vídeo. Pero ni siquiera eso sirvió como prueba para el corrupto sheriff y el fiscal del condado.
«No subestimemos la necesidad de llamar la atención de las chicas jóvenes«, dice el sheriff de Maryville en la película. «Todo el mundo está obsesionado con la palabra violación. Es muy popular».
El acusado, Matthew Barnett, era nieto de un ex representante de Estado y eso le libró a él y a sus compañeros de cumplir condena.
«La violación no fue lo peor, lo que vino luego fue el verdadero infierno».
Las dos adolescentes se referían al acoso en redes sociales, el maltrato en el instituto y el blindaje de su comunidad a los agresores. A diferencia de Daisy, Audrie no pudo soportarlo y se colgó con la manguera de la ducha. Tenía 15 años.
¿Creéis que esto son dos casos aislados, o que ya no ocurre? Bien. 22 de marzo. Antes de ayer. Chicago. Violan a una chica entre 6. Lo retransmiten en Facebook Live. 40 personas mirando. Nadie llama a la policía. Ah, pero en España esto no pasa. ¿No? ¿Seguro? En España fue sonado el video del «mamazo» del «palanquilla»: el vídeo de contenido sexual entre adolescentes en un parque grabado por los amigos, que fue difundida en twitter y que acabó con tres detenidos: el novio de la menor, que difundió la grabación después de que la chica le dejara, y dos amigos, el que grabó el vídeo y el que lo subió a twitter. Por no mencionar los vídeos que grabaron El Prenda y su manada cometiendo abusos sexuales y difundidos después en grupos de whatsapp, y que no son unos críos precisamente.
Aterroriza la impunidad que gastan, cómo consideran las agresiones sexuales una diversión que compartir con los amigotes. No hace mucho reseñaba los resultados de una encuesta en la que comentaba que una tercera parte de los encuestados admite que violaría a una mujer si no supieran que no tendría consecuencias penales. Y rara vez las tiene. Ni penales ni sociales. Hasta tal punto se saben impunes que no tienen el menor problema en compartir públicamente las pruebas de sus crímenes.
Y aún tenéis la poca vergüenza de decir que la cultura de la violación no existe y que nadie educa a sus hijos para violar. No, no se educa a los hombres para que violen, de la misma forma que no se les enseña a poner freno a su sexualidad cuando la otra persona dice NO, a respetar el consentimiento. Se han criado en una sociedad que les dice que traspasar los límites de una mujer no es tan grave, y que en el fondo ella se lo ha buscado, era una zorra.
¿Qué se pensaba que iba a ocurrir escapándose de casa a la una de la madrugada?
Por si todo esto fuera poco, se añade la repercusión global que puede alcanzar al difundirse en redes sociales. La escasa conciencia de que lo que ocurre en redes sociales afecta a las personas en su vida diaria. El «trolleo» se ha convertido en la diversión preferida de algunas personas con una vida muy vacía y muy triste, cuyo pasatiempo favorito es tocar los cojones durante meses o incluso años a gente a quien ni siquiera conocen por pura diversión, ignorando o quizá incluso disfrutando del daño que provocan en sus víctimas.
Un error frecuente en la educación en ciberconvivencia: usar la expresión “no te das cuenta de que esto lo va a ver todo el mundo” con adolescentes.
La razón es sencilla y seguro que la veis a la legua pero esconde algunos matices interesantes: ¿qué ocurre si “que la vea todo el mundo” es precisamente lo que quiere el menor? ¿Y si el problema no es tanto ignorar la repercusión como buscar la repercusión de un contenido?
(…) detrás de la perplejidad de algún alumno había un “ok a todo lo que dices, pero que mis fotos del fin de semana las vean 1 millón de personas no me parece un problema, al contrario”.
Esta actitud siempre estuvo ahí. En la era Tuenti para algunos menores tener cientos de amigos era percibido como un éxito y por ello hablarles de herramientas de privacidad y de tener “sólo a los amigos de verdad” no surtía el efecto deseado. Había que trabajar más en desmontar o analizar sus visiones de la popularidad y el éxito y ha sido con redes como Twitter, Instagram y sobre todo YouTube con las que estos temas han complicado mucho el enfoque educativo.
Vía: Blogoff.
Así, tenemos casos como el del youtuber que le dio a un mendigo galletas Oreo rellenas de pasta de dientes por hacer la broma; de ese otro youtuber que se dedicaba a insulta a gente random por la calle y se acabó llevando una hostia con toda la mano abierta tras llamar caranchoa a un repartidor, agresión que se saldó con una multa de 30€; o el caso de Mario García Montealegre, que tenía por entretenimiento patear a mujeres por la calle mientras un amigo lo grababa entre carcajadas y después difundirlo por whatsapp entre los colegas por las risas.
En chavales esta actitud ya es de por sí bastante problemática, pero ¿qué ocurre cuando los trolls que buscan popularidad a costa de incordiar tienen los sobacos peludos desde hace más de dos décadas? Que te acaban amargando la existencia, y tu vida tanto en redes sociales como fuera se resiente. Conozco activistas que han tenido encontronazos con trolls que promovían ataques de grupos de acosadores muy numerosos, que han tenido verdaderas dificultades para lidiar con la ansiedad que les generaba este marcaje, que se han visto expuestas hasta límites verdaderamente humillantes, que han visto como el «trolleo» y el acoso les afectaba en su vida personal llegado a abandonar sus redes sociales por pura salud.
El martes que viene se estrena en La Sexta el programa «Cazadores de Trolls», conducido por Pedro García Aguado, el mismo coach que en Hermano Mayor se dedicaba a intentar reconducir la vida de unos ninis violentos. Si de algo puede servir, creo que puede ser en la línea de crear cierta conciencia social y trasladar el estigma de las víctimas a los trolls, igual que ocurrió con los «ninis»: que esa conducta deje de ser socialmente aceptada o incluso valorada y acabe siendo rechazada, algo que ahora no percibo que ocurra.
Claro que también cabe la posibilidad de que esté esperando demasiado de un programa de televisión.
Muchas gracias por la recomendación, por muy duro que sea el tema es muy interesante que se le dé voz a las supervivientes. Es de agradecer esa sentencia judicial que les obliga a los agresores a participar (y a retratarse, según los cortes que destacas).
Tampoco tengo muchas esperanzas en el programa, la verdad. Como mucho se acercaría a una solución un tanto cortoplacista, me temo. El tipejo que se «divierte» grabando vídeos en los que simula hacer trucos de magia para besar a mujeres sin su consentimiento se merece… muchas cosas. Pero el problema sigue siendo la cultura de la violación y contra eso sólo nos queda la educación. No es que me parezca poca cosa, sino que es a demasiado largo plazo.
Había oído hablar de este documental. Es tan descorazonador el hecho que relata, tan terrible… que solo puedo agradecer que le des difusión a este comportamiento vergonzoso y, sin embargo, exculpatorio para tantos.
Gracias Jessica.