Sociedad Civil Catalana ha convocado una GRAN (según ellos) manifestación mañana domingo en Barcelona, en Plaça Urquinaona a las 12h, «para recuperar el seny». A esta manifestación se han adherido el PP de Catalunya, que ya está movilizando autobuses, y Ciutadans.

Me parece fenómeno que se manifiesten, que saquen sus banderas, que se unan en una exaltación colectiva de la amistad, que se reúnan y se miren unos a otros a los ojos, se abracen, se toquen y se den ánimos. En estos momentos de incertidumbre que estamos viviendo, sin duda lo necesitan más que nadie.

Ahora bien, creo que es un error echarle un pulso al independentismo en las calles compitiendo a ver quién la tiene más grande. Porque nos quieren hacer creer que existe una fractura social que no existe.

Hasta ahora, PP y Ciutadans mantenían que en Catalunya ellos eran los representantes de la Catalunya silenciosa, la Catalunya que no sale a la calle a manifestarse, que no se moviliza, que no participa en las conversaciones sobre política, que no se significa, que no agita banderas, la Catalunya de los tristes y aburridos.

Partiendo de esa premisa pretenden capitalizar para su causa el voto de quienes el domingo pasado no salieron a votar. Pretender que en el lado unionista que no quería el referéndum la abstención no existe y que por tanto representan el cincuenta y tantos por cierto me parece de tener una poca vergüenza que está incluso por debajo de la poca que ya les atribuía.

PP y Ciudadanos saben tan bien como yo que en Catalunya hay un 30% largo de ciudadanía con derecho a voto que no se ha movilizado JAMÁS para ninguna convocatoria electoral: ni municipales, ni autonómicas, ni generales, ni reforma del Estatut, ni referéndum para aprobar la Constitución Europea… NADA. Sólo una parte ínfima de esa bolsa de abstencionistas perpetuos se movilizaría en caso de referéndum vinculante sobre la permanencia de Catalunya en España. Esa no es la Catalunya silenciosa: es la Catalunya abstencionista.

Lo cual deja a esa hipotética Catalunya silenciosa en una minoría tan apabullante que tienen que traer autobuses del resto de España para, como ocurrió el 12 de octubre de hace 5 años, apenas llenar la Plaza Catalunya.

Mejor les iría manteniendo el discurso de que son los representantes de la Catalunya de los tristes, los que no se movilizan, los que no agitan banderas (jajajajajaja, ¡perdón!), la Catalunya silenciosa. Con un 47% de independentistas movilizados en un momento de exaltación colectiva y un 33% de abstencionistas recalcitrantes a los que se la viene sudando todo desde el inicio de los tiempos, no hace falta ser un genio de las matemáticas para ver que competir en número de manifestantes no es la mejor idea del mundo. Os hablan de una Catalunya fracturada en dos y de una minoría de exaltados frente a una gran masa callada y asustada que no es real.

Os cuentan que en Catalunya los unionistas tienen miedo. Os recuerdo que las hostias y los porrazos de agentes, de uniforme y de paisano, se los han llevado indepes (cuperos y tietes), los políticos indepes se juegan la cárcel y al resto nos llevan amenazando décadas con “el día que entren los tanques por la Diagonal”. Pero quienes sienten miedo son quienes tienen el monopolio de la violencia del Estado de su parte. Cojonudo esto. ¿Porque la mayoría se ha movido desde que el único partido independentista solo representaba el 15% del Parlament y ya las apelaciones a “¿qué pone en tu DNI?” sólo causan miradas de condescendencia? Mala suerte. ¿Que se han roto amistades de años por culpa de la política? Mira, eso es algo a lo que las feministas estamos bastante acostumbradas: cuando te pones las gafas violetas, los chistes sobre violaciones, los comentarios machistas, las actitud condescendientes cuando no directamente agresivas, y los “jijiji no te enfades mujer que es brominchi, las feministas no tenéis sentido del humor” empiezan a hacerte cada vez menos gracia y a tocarte los cojones cada vez con más intensidad. Al principio intentas explicar, hacer pedagogía, pero llega un momento en que las agresiones constantes te desgastan tanto que ya no merece la pena, ya no les toleras que te agredan de brominchi, cada vez quedas más con otro tipo de gente más concienciado con quienes te sientes más cómoda, y en esa evolución personal algunas personas se quedan atrás. No es un drama, se le llama evolucionar como persona. Si en tu grupo de amigos donde hasta ahora no se hablaba apenas de política y el tema, dados los últimos acontencimientos, empieza a surgir cada vez con más frecuencia y hay un personaje en concreto que suelta de vez en cuanto un “putos catalufos” o un “jodeos que os vais a morir españoles aunque no queráis”, llega un momento en que se te hinchan los huevos. ¿Miedo a que las agresiones constantes a un colectivo dejen de tener respaldo social? Ojalá hubiera más miedo de ese. Parecéis Bertín Osborne quejándose de que ya no se pueden hacer chistes de mariquitas, o Jorge Cremades diciendo que tiene miedo a los escraches feministas. Cuando un colectivo en el que te has estado cagando durante años de repente se organiza y ves que son muchos más que tú, sientes miedo. Ojalá los matones del colegio tuvieran miedo de que todos los que han sufrido bullying se organizaran.

El miedo a las consecuencias de lo que ha arrancado a rodar este fin de semana es muy legítimo, y algo me dice que también existe entre el sector indepe más hiperventilado, y ni te cuento en la cúpula de JxS que deben haber agotado las reservas de lexatines. ¿Pero miedo a lo camisas pardas, a marcha verde sobre el Sahara, miedo a lo noche de lo noche cristales rotos? ¡Venga, hombre, no me jodas! No hay ni un solo unionista en Catalunya que pueda decir que le han despedido del trabajo, que le han agredido físicamente, que ha tenido consecuencias negativas y objetivas para su día a día que le hacen plantearse coger los bártulos con su familia y mudarse. ¿De qué tienen miedo? El vecino que tiene colgada la bandera de España en su balcón tiene miedo de subir en el acensar con alguno de los vecinos que han colgado la estelad y que no le saluden, tiene miedo de que le miren con cara de asco y pongan cara como de estar oliendo mierda. Menudo drama. Miedo no: pánico, terror. No sé cómo es posible vivir así. Vamos, no me jodas… Es que soy concejal del PSC y tengo miedo de que mis vecinos me llamen fascista. Vaya, hombre, otro drama vital intolerable. Los insultos a políticos en activo son una expresión de rabia ciudadana por las decisiones que su partido ha tomado, y van con el cargo. A estas alturas ya debería estar acostumbrado.

Os recuerdo que el miedo no tiene por qué ser racional ni responder a hechos objetivos. A mí, por ejemplo, me dan miedo las serpientes y las arañas. Y a los policías y guardias civiles movilizados el fin de semana del 1-O también tenían miedo, y bien que repartieron de hostias. Utilizar el miedo como un termómetro de lo que estamos viviendo no sé si os dará una aproximación fiable. Bueno, sí lo sé: está claro que no.

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