Las redes sociales (sobre todo Twitter porque al menos en Facebook tengo bastante controladas las interacciones con gente desconocida y eso me permite crearme una pequeña burbuja) me producen una mezcla entre vergüenza ajena, frustración y misantropía que en ocasiones se hace muy difícil de soportar.
El penúltimo ejemplo: Irene Montero pronuncia la palabra «portavoza» y las redes sociales se llenan de expertos en lingüística. Creo que ya no queda nadie en España con acceso a twitter que no le haya dicho al menos a media docena de feministas que «voz» es femenino. Gracias, seguramente lo desconocíamos. Comentaba Beatriz Gimeno que había tenido más de 500 respuestas de gente indignada por algo que les parece poco importante, una contradicción que me resulta muy interesante por lo que tiene de comportamiento gregario, de borreguismo teledirigido. Tantísima gente indignada dispuesta a invertir tanto tiempo y tanta energía en protestar por una chorrada, siendo conscientes además de que es una chorrada. Y Carmen González Magdaleno señalaba precisamente eso: la cantidad de tiempo y energías que estáis dispuestos a malgastar en una chorrada, solo para señalar a una mujer. ¿Sobre qué tema iba la rueda de prensa que estaba dando Irene Montero cuando mencionó la palabra que encendió las redes sociales? Efectivamente. Os mueven un pañuelito delante de los ojos y os lanzáis como un Miura. Os toman por imbéciles, y les demostráis que no se equivocan en su valoración.
Cuando a mí me hicieron el FAKE de hi-men, de repente en mis menciones aparecieron cientos de expertos en etimología (siguen apareciendo, año y pico después) dándome la tabarra sobre el origen de la palabra. No habían consultado un diccionario en su vida, simplemente se limitaban a copiar y pegar lo que alguien había dicho ya antes. Homo sapiens llaman a esto. Tampoco ninguno de esos expertos en etimología que vino a darme lecciones y a llamarme ignorante se molestó siquiera en comprobar si estaba respondiendo a algo cierto o era una burda manipulación para testear el nivel de credibilidad de la masa agilipollada, además de para tocarme las narices. Lo cierto es que del análisis cuantitativo y cualitativo de las miles de respuestas de esa experiencia podría salir mi doctorado en sociología. Hay días en que pierdo completamente la fe en la humanidad.
Leí hace unos días un libro de Giovanni Sartori, La Sociedad Teledirigida, escrito hace 20 años. Se le pueden poner miles de objeciones, entre ellas el hilar muy poco fino a la hora de sustentar su argumentación, algo impropio de un investigador de su talla, una tecnofobia mal disimulada, el elitismo que desprende y una falta de rigor cuando habla de audiencias y propone posibles soluciones que escandalizaría a Ignacio Sánchez-Cuenca, que seguramente le habría dedicado un capítulo en su libro La Desfachatez Intelectual si hubiera sido coetáneo de Sartori.
Pero al margen de estas objeciones, en el libro expone su teoría sobre la influencia que ejerce la televisión como medio en personas que pasan muchísimas horas al día viéndola, desde niños mucho antes de aprender a leer, escribir y casi hablar; y en adultos cómo nos ha afectado como sociedad y como individuos, teniendo en cuenta el porcentaje tan alarmante de población que no lee ni siquiera un libro al año, que no lee un periódico ni aunque se lo regalen, que está perdiendo la capacidad de abstracción que facilita el lenguaje escrito para ir más allá de los zascas, cómo en muy pocas generaciones se está perdiendo la habilidad comunicativa a una velocidad sorprendente, y cómo lo que antes era una masa dispersa y aborregada gracias a la interacción en redes sociales se están uniendo hasta adquirir fuerza.
El homo insipiens (necio y, simétricamente, ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la llegada de los instrumentos de comunicación de masas los «grandes números» estaban dispersos, y por ello mismo eran muy irrelevantes. Por el contrario, las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que los «dispersos» se encuentran y se pueden «reunir», y de este modo hacer masa y adquirir fuerza. (…) Aunque los pobres de mente y de espíritu siempre han existido, la diferencia es que en el pasado no contaban -estaban neutralizados por su propia dispersión- mientras que hoy se encuentran, y reuniéndose, se multiplican y potencian.
Homo sapiens: requiescat in pace.
Ojalá un artículo tuyo al día. Eres muy necesaria. Gracias.