Al nacer, en nuestro contexto sociocultural y atendiendo a una serie de características biológicas (sexo), se nos asigna un género binario (masculino si nos han asignado el género hombre, femenino si nos han asignado el género mujer). Los estereotipos de género se encargan de dotar a ese hecho de contenido. La afirmación “las cosas siempre han sido así” es la constatación de la vigencia de esos estereotipos de género y de la resistencia, en cuanto a sociedad, a renunciar a ellos.
Se atribuye un carácter natural a aspectos que son propios de una determinada organización social:
- Los hombres son proveedores y protectores del grupo familiar. Por lo tanto, son los hombres quienes tienen que salir a trabajar y traer un sueldo a casa. Siempre ha sido así desde los tiempos del hombre cazador – mujer recolectora. Es natural.
- Las mujeres tienen instinto maternal, se quedan embarazadas, son más empáticas, más sensibles, y por lo tanto su papel está en el ámbito doméstico cuidando de la familia. Siempre ha sido así, está en su naturaleza. Es natural.
De este modo se da carta de naturaleza a una organización social determinada, basada en la subordinación de las mujeres a los hombres: a ser las proveedoras de cuidados de todo el núcleo familiar (infancia, vejez, personas dependientes); a la dependencia económica; a sacrificar nuestras necesidades tanto físicas (si nosotras nos ponemos enfermas, no hay nadie para atender las necesidades del resto de miembros de la unidad familiar) como emocionales (los hombres son menos sensibles, más brutos, es natural).
Alrededor de un hecho biológico como la capacidad reproductiva de las mujeres, hemos construido toda una organización social basada en la dicotomía de géneros masculino / femenino, asignando a cada uno un papel dentro de esta construcción social: las mujeres recluidas en el ámbito doméstico, supeditadas a las decisiones que tome el cabeza de familia, que es quien tiene los recursos económicos para imponer su criterio; los hombres en el ámbito público, laboral, de poder, con libertad para tomar las decisiones que crea convenientes incluso afectando a todo el núcleo familiar que, al carecer de independencia económica, no tiene capacidad para oponerse a esas decisiones.
De este modo, el poder económico construye su alianza con el poder masculino desde el momento en que los hombres se apartan del núcleo familiar, autolimitando su participación en las tareas de cuidados exclusivamente al rol de proveedores.
El hecho biológico de que los hombres no tengan la capacidad de gestar mientras que las mujeres sí, ha servido para dotar de contenido a los estereotipos de género tanto masculinos como femeninos, de tal forma que no nos generen rechazo situaciones derivadas de ello, como que de las reducciones de jornada y excedencias laborales solicitadas para cuidar de los hijos, más del 80% sean solicitadas por mujeres, repercutiendo esto negativamente en nuestra autonomía económica, tanto a corto plazo pasando a depender casi en exclusiva del sueldo de nuestro compañero masculino, a medio paralizando nuestras carreras profesionales, o a largo plazo afectando incluso a nuestras futuras pensiones de jubilación.
El otorgar carta de naturaleza a un rol exclusivamente proveedor del género masculino dentro del entorno familiar nos mueve a tener tan interiorizado que las tareas de cuidados son propias del género femenino que a las niñas se las educa para aprender tareas domésticas para cuando “tengan marido” y no a todos los niños y niñas independientemente de su género para cuando se emancipen y sean adultos autónomos que no necesiten la asistencia de una mujer para las tareas más básicas como cocinar o limpiar. De otorgar a una determinada organización social el sello de naturaleza tenemos a las mujeres dedicando 3 veces más horas a las tareas domésticas que los hombres, y el doble de tiempo a cuidados de hijo/as y personas mayores.
Al problematizar esta subordinación femenina, las mujeres reclamamos independencia económica que nos otorga una mayor libertad para tomar decisiones en nuestras vidas, no nos vemos obligadas a permanecer en una relación insatisfactoria porque la alternativa es la pobreza. Pero mantener sin problematizar esta supuesta naturaleza femenina orientada a los cuidados nos aboca a dobles y triples jornadas laborales, sacrificando nuestra salud, bienestar, descanso y ocio.
Otro aspecto significativo de esta naturalización de la división dicotómica de géneros en nuestra sociedad es la heteronormatividad. Dar por supuesta la heterosexualidad como algo natural, y otras alternativas sexuales o afectivas como antinaturales o indeseables, conduce a frustraciones, dolor, rechazo y discriminación. El chantaje machista al que se nos somete desde niñas, “si no haces / eres XXXXXX, ningún hombre te va a querer” asumiendo como lo deseable ser amadas por un hombre y la única alternativa posible es la soledad, el peor castigo posible para quien ose contravenir los roles impuestos a su género, actúa como chantaje evitando que osemos cuestionarnos esos roles impuestos, pues el castigo para quien se sale del carril es el rechazo social.
Me llama la atención la parte que dice
El chantaje machista al que se nos somete desde niñas, “si no haces / eres XXXXXX, ningún hombre te va a querer” asumiendo como lo deseable ser amadas por un hombre y la única alternativa posible es la soledad
Me recuerda a Marcela lagarde que no solo comulga con lo que comentas, también adiciona que lo que realmente nos quieren decir es, mas que estaremos solas, que nos van a abandonar. «si no obedeces te vamos a abandonar» Porque como mujeres que nos educan para vivir por los demás, estar en el abandono supuestamente es lo peor que nos puede pasar.
saludos