Bicheando esta mañana por twitter, me topé con este artículo, que me dejó en estado de shock. Admito que aún no me he recuperado del todo.

No me lo podía creer, así que fui a buscarlo y efectivamente: un artículo publicado en la edición de hoy 30 de abril de El País y firmado por Víctor Lapuente, Doctor por la Universidad de Oxford y actualmente es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Gotemburgo. Yo, como estudiante de Ciencias Sociales, me siento bastante avergonzada, porque aún estoy en pañales, pero observo un patrón: cuando se trata de señores hablando de, literalmente, cualquier cosa remotamente relacionado con la socialización de género, el nivel cae en picado.

Créame, profesor, que soy perfectamente consciente de las limitaciones de espacio que los medios de comunicación, especialmente la prensa escrita, impone a sus articulistas. Y precisamente por eso creo que debemos hacer un ejercicio de responsabilidad y, si no somos capaces de abordar el tema propuesto con el rigor que requiere en el espacio que se nos impone, a veces es mejor renunciar admitiendo nuestras limitaciones al menos en cuanto a capacidad de síntesis, que meter unas cuantas afirmaciones de cuñao de barra de bar con palillo entre los dientes.

Como vengo diciendo desde las primeras conferencias que impartí sobre activismo digital y empoderamiento ciudadano, allá por el año 2004, la web 2.0 supuso un cambio de paradigma comunicativo en el que la audiencia dejó de ser sujeto pasivo que consumía los mensajes que los medios preparaban para ello, y dio paso a un sujeto activo capaz de hablarle de tú a tú a las grandes plumas de nuestros periódicos, hasta ahora acostumbradas a no recibir más allá de alguna que otra furibunda carta de los lectores.

Así que, profesor, desde el más profundo respeto intelectual, permítame decirle que la columna que firmó ayer para El País es una chapuza impropia de alguien de su nivel, que con su permiso o sin él paso a continuación a comentar, sabiendo de antemano que cuento para ello con una ventaja y una desventaja: la ventaja es que aquí, en mi propio espacio personal, no tengo límite en cuanto a espacio para explayarme a placer, matizar, ampliar, completar, o cuestionar aspectos que en su texto parecen afirmaciones sin el menor rigor académico; la desventaja, es que sin duda no cuento con su bagaje académico y científico, por lo que interprete este texto como un sincero y humilde homenaje de alguien que se ha sentido profundamente decepcionada con su artículo.

Vamos a ello.

Por qué los hombres violamos. En parte, por la testosterona, que dificulta nuestro autocontrol.

Toma ya. Luego dí tú que los hombres son violadores en potencia, y de feminazi para arriba. SPOILER: esa frase que tanto os ofende, en realidad no significa lo que pensáis que significa. No, las feministas no consideramos que todos los hombres sean violadores. En serio.

Aun así, con la misma biología, los hombres cometemos hoy menos crímenes que en el pasado.

Ergo algo habrá, al margen de la biología, que ha ayudado a los hombres para que, con la misma biología, algo haya mejorado su autocontrol para cometer menos crímenes que en el pasado. ¿Me pregunto qué será? ? Qué voy a saber yo, solo soy una estudiante de ciencias sociales.

La alusión a la testosterona y la sexualidad hidráulica e incontrolable de los hombres suena a excusa mala para justificar a violadores, que no se sostiene con las tasas de delitos contra la libertad sexual, pese a ser de los más infradenunciados de todo el código penal. En la provincia con mayores denuncias y actuaciones policiales 2015, que es Lleida, hablamos de una tasa de 0.55 agresiones con penetración en 2015 por cada 10.000 habitantes, dato que casa bastante mal con esa sexualidad explosiva e incontrolable producto de la testosterona que describe el profesor Lapuente.

Con una siniestra excepción. Seguimos agrediendo a las mujeres. Y las razones hay que buscarlas en un aspecto poco conocido de la naturaleza masculina: nuestra sensibilidad. Por ejemplo, el éxito profesional o social de nuestras parejas afecta negativamente a nuestra autoestima. En contraste, la confianza de las mujeres no se ve minada por nuestros logros. Los hombres somos el sexo sensible. Ellas, el resistente.

Traducción: la masculinidad herida y la baja autoestima lleva a los hombres a agredir mujeres con más éxito que ellos. Una tesis que sin duda compartiría Enrique de Diego cuando afirma que en España nunca se había matado mujeres hasta que llegó el feminismo. Cuando las mujeres aún no se habían incorporado al mercado laboral, no tenían carreras profesionales de éxito y su mundo se dedicaba a «sus labores», no existía la violencia de género. ¿Correcto profesor Lapuente? Bueno, el profesor Miguel Lorente, Doctor en medicina y especialista en violencia de género, discrepa radicalmente de su teoría. Él afirma en su libro Mi marido me pega lo normal (Editorial Planeta, 2012) lo siguiente:

La alusión a la carrera profesional, no obstante, sí es nueva. Lo habitual era hablar de crímenes pasionales, celos, infidelidades… Puede usted objetar que esto cae dentro de los efectos de la testosterona que vuelve a los hombres violentos e incontrolables; yo tiendo a pensar que se trata de una socialización de género que no solo les tolera sino que les anima a ser dominantes y posesivos.

La revolución feminista ha llenado de mujeres las aulas y los lugares de trabajo. En pocas décadas, hemos pasado de un monopolio masculino del espacio público a la paridad, o incluso superioridad femenina, en algunos ámbitos.

Con lo seguras que estábamos dedicándonos a las tareas del hogar, ¿quien nos mandaría a nosotras salir de la cocina? Salvo por el pequeño detalle de que el hogar, la familia y el matrimonio por amor, históricamente han distado mucho de ser un lugar seguro para las mujeres, hasta el punto de llegar a estar legalmente codificado en las leyes tanto de nuestro país como de nuestro entorno la prerrogativa masculina de ejercer la violencia para con la esposa con el fin de corregirla. Permítame el abuso de volver a citar al profesor Miguel Lorente (op.cit.):

El propio marido tenía la obligación y «el noble deber» de vigilar la conducta de su esposa, por lo que se le permitía «aunar con moderación la fuerza a la autoridad para hacerse respetar», otorgándole una especie de patente de corso (…) La autoridad que la naturaleza y la ley le otorgan al marido tienen como finalidad dirigir la conducta de la mujer. (…) El «deber conyugal» autoriza al marido a hacer uso de la violencia en los límites trazados por la naturaleza, por las costumbres y por las leyes ,siempre que se trate de actos realizados por la mujer en contra de los fines del matrimonio. Esta situación dejaba toda la libertad al marido para que interpretara en un sentido o en otro lo que él consideraba que afectaba a su matrimonio. En esas circunstancias no podía hablarse de violencia carnal cuando el marido utiliza la fuerza física contra la mujer, ni siquiera cuando la obliga a mantener relaciones sexuales utilizando la violencia, aunque en este caso se decía «siempre y cuando que ésta no fuera grave». (…)

La violación (…) en nuestro país hasta 1989, no era considerada como un ataque a la mujer, sino que lo era contra las costumbres o el honor (…) La mujer tenía que enfrentarse al delito y al hecho de ser considerada como responsable del mismo, aunque en los mejores casos el agresor fuese condenado.

Casa mal esta permisividad legal a una cierta violencia marital sobre la esposa siempre que sea una violencia moderada, con el argumento de la testosterona que vuelve a los hombres unas bestias incontrolables, del mismo modo que no encaja ni a martillazos en la teoría de los pobrecitos hombres humillados por sus exitosas parejas. Lo de la brecha de género en el mercado laboral lo vamos a dejar para otro día.

Y, como advierten los antropólogos, las ratios entre hombres y mujeres determinan las actitudes sexuales de los primeros. Ya sea en la selva amazónica o en las universidades americanas, si los hombres son mayoría, invierten esfuerzos en construir relaciones saludables con las mujeres. Si son minoría, prefieren el sexo esporádico y se vuelven más violentos.

Caramba. Y esto nos lo dice con la indignación colectiva por la sentencia a La Manada en todo lo alto. Pensaba que lo ocurrido en aquel portal de Pamplona era precisamente eso: sexo esporádico y violento cuando los hombres son mayoría. Admitamos que el plural de anécdota no es datos. Me pregunto a qué estudios antropológicos se referirá, y me encantaría leerlos. Sobre todo para saber a qué se refiere con lo de invertir esfuerzos en construir relaciones saludables con las mujeres cuando los hombres son mayoría. Quiero conocer la definición de «relaciones saludables con las mujeres», qué criterios se han utilizado para medirla y a qué tipologías hace referencia. Porque algo me dice, y esto es mera intuición, que la definición de «relaciones saludables con las mujeres» estará atravesada por el estereotipo de género más rancio que me viene a la cabeza: el que establece que los hombres son más noblotes, van de frente, solucionan sus conflictos hablando cara a cara; mientras que las mujeres somos más manipuladoras, rebuscadas y mentirosas. La historia del hombre (y digo «del hombre» y no «de la humanidad» siendo plenamente consciente de la expresión que estoy utilizando) es la historia de hombres noblotes, que van de frente y que solucionan sus conflictos hablándolos cara a cara: guerras, masacres, genocidios, dictaduras, esclavitud, explotación, los escuadrones de la muerte, la bomba atómica, el holocausto nazi, la discografía de Melendi…

Permítame apuntar mi propia hipótesis, profesor, a la pregunta que encabeza su artículo: Los hombres violan porque no identifican lo que es una violación, y porque cuando lo hacen, les importa un carajo su compañera sexual. A uno de cada tres, lo que más les preocupa es que, llegado el caso, no les pillen. Y, si quiere, se lo documento con bibliografía.

La imagen del «violador» instalada en el imaginario colectivo es la de un hombre con pasamontañas agazapado de madrugada en un callejón oscuro que te pone una navaja en el cuello. Esa imagen tiene el pequeño inconveniente de que no es consistente con la realidad. En el 70% de los casos el abusador es un miembro de la propia familia y en un 20% un conocido cercano. Y el 10% restante lo más habitual es que la agresión sexual empezase con una relación sexual inicialmente consentida que, en algún momento y por las razones que sean, quieres parar y no te dejan.

La mera palabra «violación» les horroriza. Pero si hablamos de forzar, insistir, presionar, mentir, provocar situaciones violentas o incluso emborrachar a su eventual pareja, ahí no ven ningún problema. Los hombres violan porque se les ha enseñado que todo eso está bien, que todo es aceptable si el objetivo último es mojar el churro. Los hombres violan porque se les ha enseñado que no pasa nada si cuando se empalman ya no razonan, porque es la mujer que esté a su lado quien tiene que asumir las consecuencias de esa erección, o bien exponerse al reproche social de ser estigmatizada como calientapollas.

Porque seguimos moviéndonos en los términos del consentimiento como sea y a costa de lo que sea (como decía Homer Simpson en aquel capítulo en el que se dedica al telemarketing: «interpretaré 3 segundos de duda como un sí rotundo«). Porque una educación sobre la sexualidad femenina absolutamente castradora y sobre la sexualidad masculina absorbente y falocéntrica ha desconectado a los hombres del deseo de sus parejas hasta tal punto que el silencio y la ausencia de un «no» es interpretada como un «sí».

Fíjese, profesor: he necesitado 338 palabras, casi las mismas que usted para exponer mi teoría sin necesidad de caer en criterios esencialistas y biologicistas y sin que parezca que quien escribe el texto está muy necesitado de un abrazo. Igual no era la falta de espacio lo que le ha movido a redactar un texto carente del más mínimo rigor científico pese a las alusiones a esos estudios antropológicos que, si lee este artículo-respuesta y tiene a bien, me encantaría leer.

10 comentarios

  1. Hola, Jessica. Siento un tufillo detrás de esta justificación a la violación del tal Lapuente consecuente con la idea de «conquista» en el hombre. A su necesario papel de exitoso. «Exitoso» en un sentido económico – competitivo es, si bien se mira, haber dejado a la competencia en la bancarrota. Haber jodido exitosamente a todos los demás. Con las consecuencias que ello conlleva. Miseria y malestar para muchos y éxito para pocos. Por eso cuando dices «La mera palabra “violación” les horroriza. Pero si hablamos de forzar, insistir, presionar, mentir, provocar situaciones violentas … ahí no ven ningún problema.» yo creo que es mucho más generalizable de lo que piensas. Y cuando dices que «Los hombres violan porque se les ha enseñado que todo eso está bien, que todo es aceptable si el objetivo último es mojar el churro.»; si cambias el «mojar el churro» por «ser exitosos», «darse el gusto más allá de sus consecuencias», etc. la frase sigue teniendo plena vigencia. Y cuando dices también que «Los hombres violan porque se les ha enseñado que no pasa nada si cuando se empalman ya no razonan» podría cambiar el «se empalman» por «consiguen lo que quieren» y estarías también en lo cierto. Y sería completamente consecuente con ésto: «La historia del hombre (y digo “del hombre” y no “de la humanidad” siendo plenamente consciente de la expresión que estoy utilizando) es la historia de hombres noblotes, que van de frente y que solucionan sus conflictos hablándolos cara a cara: guerras, masacres, genocidios, dictaduras, esclavitud, explotación, los escuadrones de la muerte, la bomba atómica, el holocausto nazi, la discografía de Melendi…»

    Gracias por tu intervención.

    Un afectuoso saludo.

    Pablo.

  2. Que asco. Disculpe pero ya con el titulo da terror. Debería pedir disculpas a todas las mujeres, en especial a las victimas. Yo fui una con solo 6 años. Ojala tenga sentimientos.

  3. Digno de leer tus palabras estimada ! Espero la humabidad entera mejore pronto y haya respeto tanto para las mujeres como para los hombres, niños y niñas, solo por el hecho de ser personas .

    Saludos!

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