Sobre las pitadas al himno, al rey, a la bandera y la falta de respeto a los símbolos y autoridades del Estado

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Lo que hasta hace una semana era una demostración de libertad de expresión, mágicamente se transformó en una manifestación de violencia que mueve a actuar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, tan solo por el cambio de criterio del Ministro de Interior. Podríamos hablar de cómo la violencia campa a sus anchas en el mundo del fútbol sin apenas consecuencias, pero no será hoy.  ¿Os acordáis de cuándo había voluntad auténtica de no COLABORAR (sic) con los grupos ultras y de erradicar la violencia en el fútbol? La violencia de verdad, no silbar o llevar una camiseta amarilla, sino violencia de la que provoca heridas, moratones, huesos rotos, hospitalizaciones o incluso asesinatos… Los responsables de erradicarla tampoco.

Tres cosas me parecen interesantes de las declaraciones del ministro:

  • La cuestión del respeto
  • Los símbolos de todos
  • La simbología

Empezaré por el final, por el tema de la simbología. Ayer, en la final de la Copa del Rey, durante el himno se programó el volumen de la megafonía lo suficientemente alto como para que no pudieran escucharse los previsibles pitidos desde la grada y la policía impidió acceder al estadio a aficionados con camisetas amarillas debajo de la ropa. Camisetas amarillas incluso sin texto o alusión alguna. Porque tenían la orden de impedir las representaciones de una determinada consigna política.

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El argumento es que no se permiten manifestaciones políticas dentro de los estadios, motivo por el cual el Fútbol Club Barcelona ha tenido que pagar multas millonarias. El único club que juega en la liga española que haya sido sancionado por este motivo, que me conste. Sin embargo, banderas españolas sí se permitieron entrar, si bien como admite el propio ministro también están cargadas de simbología, y más en el actual contexto político. Por no mencionar las banderas del pollo que hemos podido ver en las gradas, por ejemplo en el partido del Girona contra el Real Madrid. ¿Unos mensajes políticos sí se toleran y otros no? Blablabla, orden constitucional, blablabla. ¿Acaso quienes defienden la supresión de las autonomías y el regreso a un estado centralizado no pretenden subvertir el orden constitucional que consagra las autonomías en su capítulo VIII, «De la organización territorial del Estado»?

Sobre los símbolos que son de todos, resulta evidente que no lo son. De lo contrario no estaríamos ni siquiera teniendo este debate. Hay alrededor de dos millones de ciudadanos y ciudadanas del Estado español, como mínimo, que hemos desconectado totalmente y que esos símbolos no nos representan. Y digo dos millones pero probablemente somos muchísimas más a quienes las bandera, el himno y el rey, como símbolos e instituciones, nos nos dicen nada o nos dejan completamente frías.

¿Que las pitadas al himno pueden ser calificadas de una falta de respeto? Tal vez. Lo que está claro es que son una manifestación de libertad de expresión, y en esa libertad de expresión hay quienes pueden sentirse faltados al respeto, como cuando Willy Toledo, ejerciendo ese mismo derecho a la libertad de expresión, en su perfil personal de facebook mostró su indignación tras la apertura de juicio oral contra tres mujeres por la «la procesión del coño insumiso» en Sevilla, y colectivos católicos sintieron que se faltaba al respeto a sus sentimientos religiosos tanto por el acto feminista de Sevilla como por las consecuencias penales que dieron lugar a que Willy Toledo se cagara en lo más sagrado.

Vivimos tiempos cada vez más violentos, con la libertad de expresión cercada, pero el monopolio de la violencia lo sigue ostentando el Estado. No se nos permite entrar en un estadio con camisetas de un determinado color, silbidos al himno son violencia y una falta de respeto a quienes sí se sienten representados por ese himno, si te cagas en Dios y en la Virgen en tu perfil de Facebook puedes acabar declarando ante el juez por una grave ofensa contra los sentimientos religiosos, si escribes en tu perfil «los borbones a los tiburones» puedes acabar en libertad provisional (¡con suerte!) por un delito de incitación al odio.

Entre tanto, parece que nos olvidamos de cuando ese mismo sector ultraconservador no veía problema alguno en los pitidos y abucheos a la máxima autoridad (democrática) del Estado durante el desfile del doce de octubre, tras el himno y con los reyes presentes. Al parecer, gritar al Presidente del Gobierno no les parecía una falta de respeto hacia los símbolos de todos, sino una manifestación legítima de su descontento con las políticas desarrolladas por el Ejecutivo. Hoy, esas mismas manifestaciones con el Rey o con Mariano Rajoy como objetivo serían perseguidas por la fiscalía. 

Cuando la Ministra de Defensa, Carme Chacón, quiso consensuar con todos los partidos un protocolo que evitara los gritos y los abucheos al Presidente, la iniciativa fue calificada de Rajoy de surrealista. Por lo de consensuarla, supongo, en lugar de hacer lo que les salga de los cojones como están haciendo.

Y en esa deriva cuesta abajo y sin frenos de considerar delito, violencia, odio o incluso terrorismo todo lo que ofende al sector más reaccionario de la sociedad nos encontramos. Y es que hay dos tipos de respeto: el que merece cualquier persona por el mero hecho de serlo, un respeto de igual a igual; y el que exige una autoridad como expresión de la jerarquía que ocupa. El primero es el que se nos niega, el segundo el que se nos exige y por el que se nos castiga si no lo manifestamos.

Os voy a decir una cosa, por ir finalizando. Quienes jaleaban a la policía y a la guardia civil al grito de «a por ellos» cuando vinieron a repartir hostias el 1 de octubre, o incluso quienes se dedicaron a apalizar a independentistas aquellas semanas, no me parece que estén especialmente legitimados para venir ahora exigiendo respeto hacia su bandera, su himno o sus símbolos. Cuanto más «respeto» exigen por medios coactivos, más desconectada me siento de todo lo que representan. Y si manifestarlo de forma pacífica implica exponerme a penas de prisión en un Estado totalitario que cercena la libertad de expresión, que así sea.

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