Está comprobado que el momento en que los jugadores de poker son más vulnerables es tras un bad beat: una buena mano que es sorpresivamente superada por una mano mejor estadísticamente improbable. El jugador siente que se le ha robado un dinero que consideraba ya suyo, y en las siguientes manos adopta una actitud más agresiva, pone en marcha estrategias imprudentes con el fin de recuperar lo que ha perdido y que en realidad nunca ganó.

Tras la moción de censura presentada por el PSOE que, contra todo pronóstico, ha aupado a Pedro Sánchez a la Moncloa, PP y Ciudadanos aún están asimilando el bad beat. Los primeros porque no se creen que todos los partidos de la oposición hayan logrado ponerse de acuerdo en un tiempo récord para desalojar a Mariano Rajoy de la Presidencia del Gobierno en la primera moción de censura que triunfa desde la última restauración borbónica; y los segundos porque, desde que las encuestas les auguran el sorpasso en la derecha, se ven ya ganadores y Albert Rivera lleva ya tiempo pensando mentalmente en las personas a las que va a nombrar para cada Ministerio, se han dado de morros contra la irrelevancia de sus 32 escaños actuales, que les imposibilitaban tanto poner en marcha su propia moción de censura sin tener que pedir votos prestados, como impedir que prosperara la del PSOE o la que Podemos anunció que presentaría inmediatamente después si la de Pedro Sánchez fracasaba.

Y entre la sorpresa, la impotencia y la rabia, esto es lo que se nos viene encima a partir de ahora: de nuevo la estrategia de la crispación. Quienes nos interesamos por la política desde hace algo más de 10 minutos aún recordamos las asquerosas campañas desarrolladas por el PP en los años 93-96 cuando las encuestas les daban ganadores y un Felipe González acosado por los escándalos de corrupción y guerra sucia les pasó por la cara una mayoría por la mínima. Un bad beat que no supieron asumir con elegancia. O la crispación cuando, en las elecciones post 11-M, perdieron la mayoría absoluta también y Rodríguez Zapatero conformó el primer gobierno paritario de la historia de España. Otro bad beat que no supieron asimilar y volvieron a poner en marcha una estrategia cainita.

Y esto es lo que nos espera, por partida doble: agresividad, hooliganismo, confrontación por parte de quienes no asumen el bad beat. La pataleta de quienes pensaban que el gobierno era suyo y se lo han robado, y la rabieta de quienes creían que ya tenían el gobierno en sus manos con todas las encuestas de cara pero van a tener que esperar.

De nada sirve en este momento explicar que la moción de censura es un mecanismo recogido en la misma Constitución en la que se envuelven, reglado y transparente. Es inútil intentar desarrollar las diferencias entre un sistema presidencialista y uno parlamentario. No entienden que la ciudadanía no elige Presidente sino representantes. Están en plena pataleta porque creen que les han robado algo que les pertence, y con los niños en plena rabieta no se puede razonar.

En Catalunya hace mucho que sabemos lo que son los gobiernos de coalición, desde el primer tripartito que desalojó a CiU del Palau de la Generalitat. Tal vez Inés Arrimadas estaba en el instituto en aquella época y no recuerda que «ganar las elecciones» en un contexto que no es bipartidista no sirve de nada si quienes te quieren fuera son más que los que te darán su apoyo para que entres, y que llegar a acuerdos de gobierno es más importante que ser la minoría más votada si quieres gobernar. En la Comunidad de Madrid estuvieron a punto de saber también lo que podía haber sido un gobierno de PSOE e IU para desalojar a un PP de Esperanza Aguirre que había ganado las elecciones pero no tenía mayoría absoluta y aún no tenía a Ciudadanos para servirle de muleta, cuando el tamayazo lo impidió. En el ayuntamiento de Madrid de nuevo fue Esperanza Aguirre la cabeza de cartel en la lista más votada, y en cambio el PSOE de Antonio Carmona se apresuró a dar su apoyo a la lista encabezada por Manuela Carmena para hacerse con la alcadía, y gobierna desde entonces la capital del reino una lista que no fue la más votada. Estas cosas pasan y así es la democracia en un sistema plural. Y si no te gusta, pues no sé, haber pensado en un sistema electoral mayoritario como el británico, o uno a dos vueltas como en Francia, o si lo que quieres es que la gente elija presidente directamente puedes proponer un sistema presidencialista como el de Venezuela. Será por opciones, yo qué sé, todo es ponerse. Pero de momento esto es lo que tenemos y en España no gobierna la lista más votada, sino la lista que logra más apoyos entre los electos.

Y un pequeño recordatorio: aunque tengas mayoría absoluta, pasar tu rodillo parlamentario tampoco es una buena idea, porque las legislaturas no son vitalicias, son limitadas, y en cuanto pierdas la mayoría absoluta todas las medidas que tomaste sin consenso serán revertidas por las nuevas mayorías parlamentarias.

PSOE, Podemos y el resto de minorías parlamentarias se han puesto de acuerdo para echar del gobierno a la banda de corruptos que es el Partido Popular. Aunque Ciudadanos tenga prisa por llegar al Gobierno antes de que las encuestas empiecen a anunciar su declive, Pedro Sánchez tiene toda la legitimidad democrática para poner en marcha el programa con el que ha sido investigo y arreglar el caos que el Partido Popular ha sembrado, intentar recobrar la confianza de la ciudadanía en las instituciones (ya anticipo que ni Ciudadanos ni PP le van a dejar que lo consiga y se van a pasar los próximos meses atizando el hooliganismo y tratando de desprestigiar unas instituciones que no controlan), y convocar elecciones cuando toque, diga Metroscopia lo que diga. Ya han empezado con la matraca de «tienen miedo que la gente vote» (ni siquiera voy a entrar a comentar en lo insultante que esa frase me resulta como catalana que quería y aún quiere votar), y no van a parar de repetir machaconamente la misma frase hasta que Pedro Sánchez firme el decreto de convocatoria de elecciones.

Nos recuerda Joaquín Estefanía en ElPais que ya tenemos experiencia con la estrategia de la crispación:

Por la experiencia acumulada se sabe que este tipo de política extrema afecta sobre todo a tres ámbitos centrales para la convivencia: las relaciones entre el Gobierno y la oposición, la vida interna de algunas instituciones centrales para la democracia (por ejemplo, las de la justicia) y, sobre todo, para la coexistencia entre los ciudadanos porque provoca una enorme polarización. Muchas veces, la estrategia de la crispación ha adquirido rasgos que tienden a repetirse de modo sistemático: la deslocalización de las críticas trasladándolas de la arena parlamentaria a los medios de comunicación, de modo que el discurso en el Congreso de los Diputados o en el Senado busca menos el intercambio de propuestas y opiniones que su eco mediático (multiplicado ahora por el impacto de las redes sociales). Así, con la desmesura en la crítica desaparece ésta para dejar paso a la descalificación sistemática y al insulto (mentirosos, sectarios,…) y se atenúan hasta la oscuridad las reglas que exige la buena cortesía parlamentaria y la competencia entre adversarios.

A ello se le une la magnificación de los errores de los demás, así como de las mínimas discrepancias, y la distorsión de los hechos, negando haber realizado lo que figura en todas las hemerotecas (o en las sentencias judiciales, distorsionándolas) y desautorizando las iniciativas no en función de los resultados sino de las “perversas” intenciones que se atribuyen.

Las consecuencias de que ni PP ni Ciudadanos asuman su bad beat y se vuelvan cada vez más agresivos y peligrosos para recuperar lo que consideran que les han robado, las vamos a pagar todos.

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