Existe actualmente un debate abierto y sangrante en el seno del movimiento feminista sobre la inclusión o no de las identidades trans como sujeto político del feminismo. Me refiero, por supuesto, a las identidades transfemeninas, pues las transmasculinas no están sujetas a debate sino que son tratadas, en el mejor de los casos, como fugitivos del género: al ser socialmente leídos como hombres, han podido escapar de la mayor parte de las opresiones a las que nos enfrentamos las mujeres adultas siguiendo la estrategia propuesta por Paul B. Preciado: chutarse testosterona para combatir la inferioridad política femenina y pasar a ser hombres, mientras que a las mujeres «cis» («biomujeres» en la terminología de Preciado) será que nos gusta que nos discriminen. En cualquier caso, para aquellas personas cuya expresión de género sea masculina, es al hacer explícita su condición de trans cuando afloran las discriminaciones inherentes a la transfobia, mientras que para las personas con identidad de género femenina en ese mismo punto se suma la transfobia a la misoginia previa.
Creo que esta guerra abierta que fracciona el movimiento feminista está muy condicionada por la perspectiva utilizada para explicar la construcción de la identidad de género en general, y las identidades trans en particular.
Empezaremos este artículo resumiendo brevemente las orientaciones o perspectivas más importantes de la psicología social:
Psicología Social Psicológica (PSP): la unidad de análisis es el individuo, y su objeto de estudio es el impacto que tiene la sociedad en los procesos psicológicos individuales. Es una perspectiva muy influenciada por el biologicismo y que se explica el fenómeno de las identidades trans argumentando que la identidad de género, y por lo tanto la transexualidad, está en el cerebro. Socialmente, la explicación a este fenómeno se ha resumido en la frase “nacer en el cuerpo equivocado” o “ser una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre” (o viceversa). Es, por lo tanto, un enfoque de dentro hacia fuera. De ahí que la solución propuesta para solucionar el malestar que la disonancia entre cuerpo e identidad de las personas trans tuviese también un enfoque hacia dentro: cambiar el propio cuerpo para amoldarlo a los mandatos sociales de género. Esto es problemático, porque los mandatos sociales de género no afectan únicamente a la genitalidad o a los caracteres sexuales secundarios, pero hablaremos de eso más adelante. Es, en definitiva, una perspectiva que el movimiento transactivista dejó atrás hace años.
Psicología Social Sociológica (PSS): aquí la unidad de análisis ya no es el individuo, sino la dimensión social y sus interacciones. La perspectiva da un giro de 180o y pasa ahora a ser de fuera hacia dentro, el objeto de estudio es cómo las características de la vida colectiva influyen en el individuo y en su configuración social. Este enfoque contempla la identidad de género como algo flexible, con mayor nivel de plasticidad que el enfoque anterior, no fijado en el cerebro ni en el nivel de hormonas del cuerpo sino algo marcado por la interacción social y dependiente del contexto. Es el enfoque que promueve la despatologización de la disforia de género al considerar que el origen del malestar de las personas trans no está en sus cuerpos (salvo, quizá, en casos de trastorno dismórfico que no tienen relación con la identidad de género) sino en la sociedad que tiene unos marcados excesivamente rígidos acerca de lo que debe ser una mujer o un hombre. Por lo tanto, el malestar de las personas cuya identidad de género no se corresponde con la del sexo asignado al nacer no se diferenciaría del malestar que sufre cualquier mujer que no encaja en los cánones de belleza heteronormativa, y por lo tanto la solución no pasa por cambiar los propios cuerpos de manera individual, sino por dinamitar los moldes en los que tan difícil resulta encajar y que tanto malestar provocan.
Psicología Social Construccionista (PSC): o la “tercera vía” que intenta superar la división disciplinar entre las dos visiones anteriores, parte de un enfoque bidireccional entre la psicología individual y la sociedad, y rescata la importancia del lenguaje en la construcción de los fenómenos psicosociales. Es este enfoque el que utilizamos cuando decimos que el lenguaje importa o que el lenguaje construye subjetividades, y destacamos por lo tanto la importancia del lenguaje inclusivo y de no invisibilizar a las mujeres en el discurso. Partiendo de este enfoque es como explicamos la performatividad del género promovida por Judith Butler y sus discípulos académicos: las identidades trans rompen los rígidos esquemas sociales del género y, por lo tanto, influyen en la sociedad, que a su vez también influye en la representación del género, en cómo lo vivimos, cómo lo expresamos y cómo es a su vez decodificado por quienes nos rodean.
Por hacerlo fácil, si nos ponemos en la piel de una persona del perfil de Hazte Oír, la asociación ultraconservadora que hizo pasear por toda España un autobús con la frase «los niños tienen pene, las niñas tienen vagina«, argumentaría desde el punto de vista de la perspectiva psicológica que el hecho de que una persona se identifique con un género distinto del sexo asignado al nacer responde a un problema psicológico que hace que no se identifiquen con su sexo biológico, mientras que argumentando desde la perspectiva sociológica esa misma persona diría que es trans por no tener como referente la figura paterna/materna y que por lo tanto el otro progenitor le ha influido de manera determinante hasta el punto de identificarse con un sexo que no le pertenece. El enfoque construccionista, por su parte, se podría resumir en las declaraciones de José María Cano: «Vivimos una época tan blandita que se están amariconando hasta los gays«.
Es a partir de la identificación de estos tres enfoques y sus respectivas posturas explicativas del género y de las identidades trans que podemos comprender el debate que fractura actualmente el movimiento feminista. El fondo del dilema está, más allá de la perspectiva académica adoptada, en dilucidar la respuesta a una pregunta para la que la ciencia aún no tiene solución: las personas trans, ¿nacen o se hacen? ¿Puede alguien que no ha experimentado el constante flujo de discriminaciones al que nos enfrentamos las mujeres a lo largo de nuestra vida, comprender cómo nos afectan a nivel psicológico y a nivel social? ¿Puede alguien comprender la experiencia política de ser mujer si no ha tenido que enfrentarse hasta la edad adulta tras el cispassing con las implicaciones de que la sociedad te perciba como mujer? ¿Y sin cispassing? Dicho de otra forma, ¿cómo puede alguien que no ha vivido el estigma de la regla en la adolescencia, que no ha tenido que enfrentarse a la sexualización durante la pubertad con el desarrollo del pecho, que no conoce la limitación que impone al juego infantil el llevar faldas y vestidos, a quien jamás le han preguntado ni le preguntarán en una entrevista de trabajo si tiene pareja y/o se plantea tener hijos… cómo puede ese alguien tener los santos huevazos de dar lecciones sobre lo duro que es ser mujer? Y a la inversa, ¿cómo podemos excluir de nuestras filas a quien se encuentra en una fase de su tránsito tal que se enfrenta a las mismas discriminaciones por las que pasamos nosotras, aunque no hayan vivido personalmente parte del camino que hemos recorrido hasta llegar hasta aquí? ¿O sí?
¿Es la socialización un proceso de fuera hacia dentro, mediante el cual la sociedad te lee de una forma determinada y te envía una serie de mensajes de acuerdo a ello, deposita en ti unas expectativas independientemente de tu identidad que quienes interactúan contigo no tienen por qué percibir si tu expresión de género no se corresponde? ¿O es un proceso de dentro hacia fuera, mediante el cual interiorizas los imputs que la sociedad envía que consideras que van dirigidos a ti y descartas los que consideras que no se ajustan a tu identidad? ¿O se trata de un proceso bidireccional, cambiante en el que ambos mundos se retroalimentan? ¿Tiene razón Butler cuando afirma que el género es performativo?
La psicología social no tiene una respuesta unitaria a estas preguntas, y por supuesto las activistas twitteras posmo, por muy indignadas que estén, tampoco tienen la respuesta definitiva, solo tienen consignas. Sin embargo, las respuestas que nos demos a estas preguntas (entre otras muchas) son las que marcarán nuestra postura en el debate sobre cuál debe ser el sujeto político del feminismo.
Y no, yo tampoco tengo LA respuesta. Solo tengo las preguntas.
Muy bueno, pero falta algo: el cambio del cuerpo se sigue proponiendo (es mas, se intenta imponerlo) en los menores supuestamente trans, considerados tales solo porque no encajan en los estereotipos de género.
De hecho, es falso. Nadie trata de imponer tal cambio. La cirugía de cambio de sexo es ilegal en menores y nadie pretende que sea de otra manera.
Creo que Irene cuando habla de «cambio del cuerpo», no se refiere a reasignación de sexo, sino a cambios menos radicales como bloqueadores de la pubertad, mastectomía y hormonación que también implica un cambio del cuerpo.
Has acertado, Jessica.