Seguimos analizando las palabras de Jorge Buxadé sobre las feministas feas que maltratan y dicen a las mujeres lo que tienen que hacer, porque es impresionante cómo una frase tan breve resulta tan reveladora de toda una cosmovisión.
Según Jorge Buxadé, candidato de VOX al Parlamento Europeo, recordemos que nos decía hace unos días que las hermanastras y la madrastra de su princesa de la infancia, de su Cenicienta, son esas feministas feas que la maltratan y le dicen a las mujeres lo que tienen que hacer.
Que la madrastra y las hermanastras de Cenicienta la maltrataban, creo que está fuera de toda duda, ¿no? Lo que me pregunto es la lectura que socialmente hacemos de esto. La malvada mujer que seduce a un pobre hombre (el padre de Cenicienta creo que era viudo, ¿no?), le engaña, mete a sus hijas a convivir en la misma casa, se hace con el control y somete a la hija de ese pobre hombre seducido y engañado para que la hija las atienda en todas sus necesidades. Pero ¿sabéis qué es lo que no consigo recordar? A ver si podéis ayudarme. No consigo recordar qué es lo que hizo el padre de Cenicienta para librar a su princesa de ese abuso. La lectura que sacamos socialmente del cuento de Cenicienta es que las mujeres somos malvadas, manipuladoras, abusadoras… (spoiler: la madrina también es una mujer, pero claro, es anciana y eso no cuenta), pero el padre de Cenicienta es un personaje ausente. No me acuerdo si es que había muerto o es que trabajaba mucho, pero el caso es que no recuerdo la figura del padre, la recuerdo ausente.
En cuanto a la propia Cenicienta, siento sacar a los liberales de VOX de su burbuja, esa en la que los empleados pueden negociar con la empresa de igual a igual y proponer que los trabajadores puedan renunciar al convenio y cobrar por debajo de lo pactado en la negociación colectiva les parece una buena idea, pero… Cenicienta no pidió un príncipe: ella pidió una noche libre y un vestido. Lo que Cenicienta estaba pidiendo no era ir al baile para conocer al príncipe: estaba pidiendo derechos laborales, un sueldo digno que le permitiera comprar ropa entre otras cosas, y tiempo de ocio. Cenicienta es working class hero, su hada madrina es su representante sindical.
Otro punto y aparte es el de decirles a las mujeres lo que tienen que hacer. No, las feministas no les decimos a las mujeres lo que tienen que hacer ni cómo tienen que comportarse. Las feministas analizamos el mundo en que vivimos, nos cuestionamos las relaciones de poder que tenemos naturalizadas, nos preguntamos por qué hacemos lo que hacemos, y lidiamos con nuestras propias contradicciones.
Queremos cambiar el mundo en que vivimos y hacerlo más justo, más igualitario y menos violento, pero no queremos cambiar la sociedad diciéndole a la cada mujer individualmente lo que tiene que hacer. No censuramos ni prescribimos comportamientos individuales para circunstancias personales: nosotras nos cuestionamos un sistema global donde las mujeres, como grupo social, viven sometidas a las necesidades de los hombres; queremos darle la vuelta a un sistema cimentado sobre la división sexual del trabajo que ya no tiene sentido (si es que alguna vez lo tuvo) y el sometimiento de las mujeres por medios violentos o por medio de la presión social, lo que Alicia Puleo denomina por un lado el patriarcado de la coerción, y por otro el patriarcado del consentimiento.
No les decimos a las mujeres lo que tienen que hacer. En todo caso, les decimos a los hombres lo que ya no vamos a consentir que sigan haciendo. Es la resistencia al cambio de los hombres como grupo social, su negativa a renunciar a los privilegios de los que han disfrutado como grupo, lo que dificulta el avance hacia la igualdad.
Las feministas no cuestionamos que una mujer en particular se pinte los labios, se ponga tacones, haga dietas o se ponga un vestido maravilloso de Versace en una mañana de enero con un frío del carajo. O, como diría Ortega Smith, no cuestionamos si una mujer se corta el pelo, las uñas, si se cuida más o menos. Nosotras no ponemos límites a la libertad individual de las mujeres, como sí hace la ultraderecha en temas como el aborto o la masturbación femenina. Nosotras, las feministas, lo que hacemos es reflexionar sobre la raíz de esos comportamientos. ¿Por qué las mujeres dedicarían tiempo cada mañana a maquillarse antes de ir a trabajar pudiendo dormir 10 minutos más o tomarse el café con calma? ¿Por qué las mujeres se someten voluntariamente a la tortura de los tacones imposibles que te dejan ampollas, dolor de pies, de piernas, de espalda…? ¿Hasta qué punto «fea», «gorda» o «vieja» constituyen una penalización social y qué efecto tiene sobre nuestras vidas? ¿Cómo nos afecta la imagen que los hombres perciben de nosotras en nuestras relaciones laborales y afectivas? Sobre eso es sobre lo que reflexionamos y nos cuestionamos, no sobre si Rocío, María o Inmaculada se pintan la raya del ojo o se ponen la falda más o menos larga.
Y no, ni el feminismo te vuelve fea, ni te haces feminista por ser fea. El feminismo te libera de la necesidad de aprobación de la mirada masculina, te da la libertad de no vivir sometida a la opinión que los hombres tienen sobre ti. Cuando ya no te importa lo que los hombres piensen de ti y sus críticas ya no tienen efecto sobre tu autoestima (aunque sí lo tengan sobre tus condiciones materiales, como por ejemplo que no te contraten aunque tengas la formación y experiencia suficientes, porque físicamente no das el perfil que están buscando), cuando ya no pueden forzarte a pasar por el aro… entonces ¿qué sentido tiene pasar por dietas imposibles, y por jornadas maratonianas en el gimnasio después de trabajar cuando solo te apetece tumbarte en el sofá a ver la tele? ¿Para qué perder el tiempo y el dinero en depilación, tintes, maquillaje, cremas, tratamientos, etc.?
Solo quienes no tienen ni han tenido nunca que someterse a la presión estética que los mandatos de género imponen a las mujeres puede permitirse el lujo de juzgar la belleza ajena con esa cara.