Los procesos de influencia social, cuando tienen éxito, tienen un reverso necesario: el conformismo. Ya expliqué en otro post las estrategias utilizadas por las mayorías sociales para bloquear los cambios propuestos por una minoría activa. Bueno, pues cuando son las minorías las que adoptan el discurso mayoritario, hablamos de conformidad.

Hay que matizar, sin embargo, que mayorías o minorías en este contexto no hace referencia al número de personas, sino a la influencia social de los valores dominantes. No es necesario ser una mayoría numérica para que tus valores sean los dominantes en una sociedad. Un ejemplo lo tenemos con el matrimonio igualitario. La demografía de la orientación sexual es compleja, aunque según el  Informe Diversidad Afectivo-Sexual en la Formación de Docentes. Evaluación de Contenidos LGTB en la Facultad de C.C.E.E. de Málaga (2009), el 14,4% de los hombres y el 11,% de las mujeres NO se declaran hetero. Sin embargo, según las encuesta del CIS de 2016 más del 76% de la ciudadanía española se muestra de acuerdo al matrimonio igualitario, porcentaje de aprobación que no ha hecho más que crecer desde la primera encuesta realizada en 1975. Cuando hablamos de mayorías, por tanto, hablamos de valores dominantes y no del número de personas que componen el grupo.

La conformidad es el hecho de que una persona cambie sus acciones o sus ideas como resultado de la presión de otra persona o grupo. Recordatorio amistoso que por presión no solamente entendemos mecanismos coactivos como meterte en la cárcel o ponerte una pistola en la cabeza: también existen los medios no coactivos de presión social.

Kelman distingue tres tipos de conformidad:

  • La sumisión: que consiste en mostrarse de acuerdo en público con una norma social por miedo al rechazo, pero manteniendo opiniones propias en privado.
  • La identificación: que se relaciona con el acuerdo por el deseo de sentirse miembro del grupo, y de lo que se reniega una vez fuera.
  • Y la interiorización: que implica asumir como propia la norma social, mostrarse íntimamente de acuerdo con que el origen de esa influencia está en lo cierto.

El corolario de la conformidad es el miedo a la exclusión social. Los medios de comunicación ejercen un papel fundamental en el efecto de normalización al difundir los discursos dominantes, y por eso me muestro tan crítica y trato de exigirles responsabilidades. Esta semana pasada hemos hablado por ejemplo de cómo el informativo de La Sexta contribuye a reforzar los estereotipos de género, y cómo el diario Público pone el foco en las conductas individuales repartiendo carnets de feminista en lugar de centrarse en el análisis del fenómeno social.

Pero no son solo los medios de comunicación los que refuerzan el discurso mayoritario. Cuando VOX habla de «la dictadura progre» o «la dictadura cultural de la izquierda», se está refiriendo a que su modelo de sociedad es muy minoritario. Hablábamos antes del apoyo al matrimonio gay, pero pasa igual con la ley del aborto: el último ministro fuerzapartos que intentó tumbar la ley de plazos y obligar a las mujeres a parir incluso en casos incompatibles con una vida digna fue Gallardón y se vio obligado a dimitir. Y son solo dos ejemplos.

La pataleta de VOX en este caso cuando se refieren a la dictadura progre hace referencia a la espiral del silencio: si bien existe un machismo, un racismo y una homofobia interiorizados que pasan por debajo del radar, comportarse abiertamente como fascistas orgullosos por fortuna hoy en España aún suscita un fuerte rechazo social. Rechazamos las manifestaciones más extremas y evidentes de discriminación por motivos de género, raza, orientación sexual, aunque no me atrevería a afirmar que también por motivos religiosos. Ahí ya no me la juego.

La espiral del silencio es una teoría propuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, que  estudia la opinión pública como una forma de control social en la que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no. Si el que comportarse abiertamente como un fascista conlleva el rechazo social, entonces es probable que quienes coinciden con estas ideas tiendan a ocultarlas en público, lo que a su vez refuerza el discurso dominante al ocultar las opiniones disidentes, en un proceso que se retroalimenta. De ahí que una de las estrategias de VOX consistiera en aparentar por todos los medios que eran más de los que realmente eran: desde un ejército de bots en redes sociales hasta llenar pabellones trayendo gente desde todos los puntos de España para sus actos, lograr presencia en los medios de comunicación como fuera, etc. Del éxito rompiendo la espiral del silencio dependía su éxito electoral. Y bueno, que dos millones y medio de personas votaran a un partido abiertamente fascista y orgulloso de serlo, solo puede ser calificado como un éxito estratégico.

Autor: Odilon Redon
Autor: Odilon Redon

Pero no solo ocurre con las ideas abiertamente discriminatorias. La espiral del silencio opera en cualquier contexto social en el que un grupo ostente la hegemonía ideológica. La teoría de Noelle-Neuman es que nuestro comportamiento en público, sea cual sea el grupo de referencia, está influido por la percepción que tenemos del clima de opinión dominante. Es decir, que si en un colectivo o en un grupo concreto hay una corriente de opinión dominante, los incentivos para hacer oír las voces minoritarias son tanto más escasos cuanto mayor se perciba la amenaza de la exclusión del grupo.

Pasa también en el seno de los partidos políticos, donde la corriente crítica al líder de turno tiene pocos incentivos para hacerse notar mientras el líder gane elecciones porque eso significa ser apartados de los espacios de poder, y es solo cuando el partido pierde elecciones que la oposición interna se hace más fuerte. Por eso es absurdo la idea de Ciudadanos de llegar a acuerdos de gobierno con el PSOE en aquellos lugares donde los líderes locales renieguen de Pedro Sánchez, precisamente ahora que acaba de ganar dos convocatorias electorales seguidas. Si Pedro Sánchez se hubiera estampado electoralmente en las generales, pues sí tendría sentido, ¿pero ganando? Para nada. Los críticos ahora es cuando más callados están.

Y pasa igual en cualquier colectivo cuando hay una cierta carga ideológica que flota en el aire, por leve que sea. Llevo tiempo señalando que ocurre también en los colectivos feministas, donde un grupo que no es mayoritario pero sí está imponiendo un discurso dominante ejerce una presión política para silenciar los discursos que se salgan un milímetro del dogma. Si algo caracteriza al feminismo es el debate interno, cuestionarnos absolutamente todo lo que hemos aprendido, asumir que no tenemos pilares inamovibles pero sí principios innegociables. Y creo el origen del miedo a la exclusión social en colectivos feministas que lleva a muchas mujeres a callar y asumir el discurso actualmente dominante tiene su origen por un lado en mecanismos de presión psicológica muy relacionados con explotar el sentimiento de culpa y de protección al más débil que ejerce un determinado grupo para lograr imponer su discurso, y por otro en dinámicas violentas que se parecen mucho al bullying.

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