INTRODUCCIÓN
El ritual de tránsito de la adolescencia al mundo adulto exige la tríada pareja-trabajo-vivienda. En la sociedad española actual, con una tasa de paro juvenil que es la segunda más alta de la Unión Europea [1] (solo después de Grecia), un mercado de alquiler de vivienda tradicionalmente anémico y el acceso a la vivienda en propiedad prácticamente vetado a los jóvenes [2] desde el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la crisis de las hipotecas subprime, el primero de los atributos citados es quizá el más asequible de los tres.
Socialización primaria y perspectiva sociohistórica
Nací a principios de los años 80 en España, apenas un mes antes de que se aprobara la segunda Ley del Divorcio[3], 45 años después de derogada la primera de 1932.[4]
En aquella primera década, los padres y madres divorciados constituían una minoría social, y los hijos de estos matrimonios naufragados eran sujeto de un fuerte estigma social. Los niños y niñas de mi generación, incluso aquellos que vivían familias cuyos padres constituían un matrimonio feliz, recibimos una socialización primaria en nuestros respectivos entornos familiares (nuestros “otros significativos” en la terminología empleada por G. H. Mead) en los que la expresión “no divorciarse por los hijos” era moneda corriente, y los estudios sobre cómo un divorcio afectaba negativamente al rendimiento académico y podía crear traumas severos abundaban. De hecho, aún sigue vigente el reproche social hacia las parejas que se separan expresado en la frase “hoy en día no aguantan nada” o, en palabras del psicólogo Antoni Bolinches, «tenemos poca resistencia a la frustración y ante el mínimo conflicto tiramos la toalla» (Carmona, 2019).
Categorización social: normalidad, desviación y poder
Cuando hablamos de normas sociales, hablamos de valores culturalmente dominantes en una sociedad determinada. En ese sentido, pese a que el número de hogares monoparentales no hace más que crecer [5], los matrimonios de descender (INE, 2019), el porcentaje anual de divorcios se mantiene estable entorno al 60% (INE / CGPJ, 2019), y que el 50% de las personas que conviven en pareja desde hace más de 10 años reconozcan haber sido infieles al menos una vez (Carmona, 2019), la norma social impone la vida en pareja como signo de “normalidad”, y promueve el matrimonio como el modelo que lo formalice. Hasta tal punto está promocionado el matrimonio como institución central que regula la vida en pareja, que se ha extendido el matrimonio civil fuera de los muros de la Iglesia, algo que estaba prohibido hasta 1969 y que en 1977 seguía siendo, en palabras de Lola Galán, «todavía una aventura que pocos españoles emprenden».
«A partir de 1969 cualquier español podía contraer con relativa facilidad matrimonio exclusivamente civil, sin que ello repercutiera en su vida social de una manera sensible. El mismo libro de familia, los mismos derechos para los hijos y una situación ante el derecho similar a la de los casados por la Iglesia. Sin embargo y a pesar de las últimas y mayores simplificaciones, casarse por lo civil es todavía una aventura que pocos españoles emprenden.» (Galán, 1977) (Las negritas son mías).
Desde julio de 2005, las parejas homosexuales también pueden contraer matrimonio civil con los mismos derechos y obligaciones que las parejas heterosexuales (Fernández, 2018). Y notorio resultan los numerosos discursos políticos en los que la protección a la familia tiene una presencia destacada. Discusión aparte es a qué modelo de familia hacen referencia esos discursos, cuestión que no entraremos a debatir porque excede el espacio de este artículo.
Así, la pareja en general, y la institución matrimonial en particular, se han convertido en la norma social en nuestra sociedad, mientras que el proceso de categorización social sitúa al colectivo de solteros como la alteridad, los “singles”, los “no-casados”. O aún peor: los divorciados. Los “otros”, en la dialéctica empleada por Tajfel en su teoría de la categorización social. El lenguaje y las expresiones de uso cotidiano son mucho más duras con las mujeres solteras o divorciadas que con los hombres en su misma situación. Mientras ellos son “solteros de oro” o “los solteros más codiciados” (Taules, 2018), ellas son “solteronas”, “amargadas”, o “la loca de los gatos”. Un ejemplo de esto es el personaje de Marisa en la conocida serie Aquí No Hay Quien Viva, una mujer de la tercera edad a quien su hermana, como mecanismo de control social cada vez que la primera se salía de las convenciones sociales, no perdía ocasión de señalar que “a ti te dejó Manolo” en un recordatorio constante de que, si te sales de la norma, “ningún hombre te va a querer, te vas a quedar sola” (Fillol, 2016).
A los hombres se les socializa para ser libres y exitosos («te casaste, la cagaste», cantan los amigos en las despedidas de soltero), mientras que a las mujeres se las orienta para hacerse cargo de las tareas de cuidados, socialización de género que se ve reflejada en los distintos tipos de trabajo que unos y otras eligen en la edad adulta: ellos más enfocados al éxito económico y al prestigio social, y ellas más enfocadas en labores de cuidados, dando lugar a sectores mayoritariamente feminizados y económicamente devaluados [6]. La paradoja en este caso se encuentra en que, pese a esta socialización diferenciada respecto al matrimonio y las tareas de cuidados, al enfrentarse al divorcio ellos se vuelven a casar con mayor rapidez y en mayor porcentaje que ellas: concretamente un 20% más (Prades, 2009). Según la abogada de familia Carmen Pujol:
«Cada vez son más las mujeres que no vuelven a casarse porque no les compensa. Al trabajo fuera del hogar tienen que añadir la organización de la casa, la crianza de los hijos y el cuidado del marido. Es demasiada carga, y como no van a renunciar ni al trabajo ni a los hijos, acaban por suprimir el elemento más prescindible: el marido (…) Los hombres son los grandes beneficiados de la institución matrimonial». (Prades, 2009)
Así, lo que representa un problema social como pueda ser la baja natalidad, el incremento de los hogares monoparentales, las dificultades de conciliación o la feminización de la pobreza, se transforma en un problema sociológico cuando nos preguntamos cómo hemos llegado a esta situación y analizamos algunos de los factores que lo posibilitan: la incorporación de la mujer al mercado laboral, el acceso generalizado a métodos anticonceptivos que permiten posponer y planificar la maternidad, revelarse contra los roles de género y la socialización que nos empuja a las tareas de cuidados en la institución matrimonial… En palabras de Silvia Federici: «Lo que ellos llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no pagado».
Mecanismos de control social
Numerosos son los mecanismos de control social que podríamos citar que nos empujan hacia la vida en pareja, y particularmente hacia el matrimonio:
Empezando por la presión económica ejercida por el Estado, y en concreto por Hacienda, a partir del momento en que casarse tiene beneficios fiscales. La presión económica también es evidente al compartir alquiler o hipoteca, o en aspectos tan banales como el suplemento por habitación individual en los hoteles.
En el terreno laboral, se presupone que la vida en pareja facilita la conciliación: la crianza de las criaturas es teóricamente más fácil entre dos que entre uno: «La llegada de los hijos tiene consecuencias muy diferentes en el empleo de hombres y mujeres: ellos trabajan más, ellas abandonan o reducen su jornada». (Requena Aguilar, 2017). Aunque Clara Inocencio pone palabras de nuevo a la paradoja sociológica:
«Incluso cuando ambos padres trabajan fuera del hogar, e incluso cuando ambos declaran que comparten las tareas del hogar, la mayoría de los padres (en masculino no genérico) tienden a adoptar estilos parentales estereotípicos de género. Este patrón implica que las nuevas madres tienden a reducir el número de horas que trabajan fuera de casa, lo que suele llevar a los padres a sentir más presión y responsabilidad financiera. Las consecuencias: los padres empiezan a pasar más tiempo y energía trabajando fuera de casa y el porcentaje que dedican las madres al cuidado del niño y del hogar, crece» (Loring, 2018). Las anotaciones entre paréntesis son mías.
Pero no se trata únicamente de la presión o el control social que puedan ejercer instituciones con poder coactivo como Hacienda, el Estado o tu jefe. También ejerce control social para que encajes en el molde tu abuela preguntando cuándo te echas novio cada vez que vas a visitarla; o tu madre diciéndote que está deseando ser abuela y que se te va a pasar el arroz si no te buscas un novio pronto; también lo son el oprobio y las murmuraciones de las vecinas comentando que hace mucho que no te ven con un hombre, que se te está poniendo cara de amargada, que a lo mejor te has hecho lesbiana; las cenas navideñas en familia o las bodas de tus primas a las que se espera que acudas con pareja; ir sola al cine o a un restaurante y ser consciente de las miradas condescendientes; las pachangas de solteros contra casados en las que el estado civil delimita de forma explícita la frontera entre un equipo y otro, entre el “ellos” y el “nosotros”.
Los espacios de singles podrían ser calificados de “espacios seguros” para solteros, y sin embargo no están orientados a que los participantes disfruten de su soltería, sino como herramientas para ayudarles a abandonar un estado transitorio.
Incluso la Iglesia católica, aunque como institución esté perdiendo el monopolio de la coacción psíquica del que gozaba en España en décadas pasadas y las relaciones prematrimoniales ya no estén socialmente proscritas, la soltería a partir de cierta edad sigue estando mal vista, y pese a la teórica liberación del comportamiento sexual, la promiscuidad femenina aún sigue siendo tabú. Que las mujeres mantengan relaciones sexuales esporádicas y sin un contrato social en forma de relación con compromiso al menos implícito aún representa un fuerte estigma social, que se refleja en vergüenza y culpa como mecanismos de control social al haber interiorizado una serie de valores entre los que la monogamia ocupa un lugar privilegiado. En palabras de Marta Rovira, «ser mujer condiciona los roles que la sociedad admite que hagas» (Rovira, 2019), y entre ellos la promiscuidad y la soltería pasada cierta edad, o incluso haber pasado por un divorcio, son procesos que devalúan el prestigio y el estatus social de las mujeres.
Identidad y roles: de mujer casada a mujer divorciada
Nuestra conciencia de formar parte de “la comunidad del anillo”[7] se rompe tras el divorcio y crea una brecha en nuestra identidad: has dejado de ser una respetable mujer casada, ahora eres una mujer divorciada, abandonada, no importa quien tomara la decisión final. Tu estatus social queda devaluado, por no mencionar tu estatus económico especialmente si tienes hijos. Tu rol en tu antiguo círculo de amistades se verá alterado. De repente ya no eres bienvenida, tu anterior círculo social ahora percibe el divorcio como un peligro palpable encarnado en ti [8], y salvo el reducido grupo de íntimos que permanece a tu lado apoyándote en los momentos difíciles, toda tu vida se altera: sientes que te han removido los cimientos y que lo que era un futuro socialmente construido con unas estructuras claras y estables (piso en propiedad, hipoteca, hijos, perros y plaza de garaje), lo que era diáfano ahora es borroso, y debes empezar de cero otra vez.
O quizá no sea exactamente así, pero como explica Marta Rovira al definir el proceso de socialización secundaria: «Creamos dentro de nuestra cabeza una imagen de cómo los demás, así, en general, reaccionarán a nuestras acciones». (Rovira, 2019)
Puede que incluso, si alcanzamos a establecer nuevos vínculos afectivos fuertes con un círculo social reconstruido tras el divorcio, podamos hablar de un proceso de resocialización en una comunidad que marque nuestra nueva identidad: antes era una mujer casada, y ahora soy una mujer divorciada.
Como decía Gloria Steinem, una destacada ideóloga del feminismo norteamericano, «una mujer sin un marido es como un pez sin bicicleta»[9]. Claro que ella, que calificó el matrimonio de «apareamiento en cautividad«, acabó casándose en el año 2000. Y es que ni siquiera las feministas estamos exentas de haber interiorizado los valores culturalmente dominantes en las sociedades en las que nos ha tocado vivir.
Notas al pie
[1] «La tasa nacional de paro juvenil es la segunda más elevada de la UE, con un 35%, sólo por detrás de la griega (43%) y teniendo España las peores condiciones laborales para los jóvenes». (Vindi, 2018).
[2] «Los bajos salarios de los jóvenes, unidos a su inestabilidad en el trabajo por la precariedad en los contratos que sufren en muchos casos, configuran una de las barreras de este colectivo para acceder al crédito bancario y, como consecuencia, a un bien preciado: la vivienda». (Gómez-Serranillos, 2018).
[3] Ley 30/1981, de 7 de julio, por la que se modifica la regulación del matrimonio en el Código Civil y se determina el procedimiento a seguir en las causas de nulidad, separación y divorcio (BOE, 1981), aprobada el 22 de junio de 1981, por 162 votos a favor frente a 128 en contra y 7 votos en blanco.
[4] «Tras 45 años de que se derogase la primera Ley del Divorcio en España (1932), España volvía a admitir de forma legal el fin de los matrimonios siempre que fuera evidente que, tras un dilatado periodo de separación, su reconciliación ya no era factible, y después de que se demostrase el cese efectivo de la convivencia de las partes o la violación grave o reiterada de los deberes conyugales, según expone el Código Civil». (Redacción Europa Press, 2016)
[5] El prototipo de pareja con hijos sigue siendo el más numeroso, pero las familias monoparentales son las que más crecen y también aumentan los que viven solos. En 2016, los hogares unipersonales representaban el 25% y crecieron un 1,1% respecto al año anterior; y los hogares monoparentales un 10,3% del total (de los que el 81,3% son en realidad monomarentales), con un crecimiento superior al 8% respecto al año anterior. (Rius, 2016).
[6] «La devaluación de los trabajos feminizados es una pieza clave de la brecha de género: los trabajos, cuando los hacen mayoritariamente mujeres, se valoran menos y se pagan peor. Las ocupaciones feminizadas son aquellas en las que se emplea mayoritariamente a mujeres. Por ejemplo, el 97% de las empleadas del hogar son mujeres, es un trabajo feminizado. Otro ejemplo, el 71% de los profesionales de salud son mujeres, es un trabajo feminizado. El concepto de devaluación indica que las ocupaciones feminizadas pagan menos que las ocupaciones masculinizadas, en las que se emplea mayoritariamente a hombres». (Goñalons Pons, 2018).
[7] Parejas casadas. Referencia a El Señor de los Anillos.
[8] Según un estudio publicado en la revista estadounidense «Social Forces», si un familiar o un amigo se separa hay un 75 % más de posibilidades de que uno mismo acabe haciéndolo (Toro, 2013).
[9] La cita correcta que se atribuye a Gloria Steinem es «una mujer necesita un hombre como un pez necesita una bicicleta». Adaptación libre con el propósito de introducir el marco teórico de este artículo.
Bibliografía
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Carmona, R. (23 de febrero de 2019). El amor después de una ruptura. Obtenido de La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vivo/lifestyle/20190223/46601356985/amor-despues-ruptura-segundas-oportunidades.html
Fernández, M. (30 de junio de 2018). 13 años de matrimonio igualitario en España. Obtenido de Europa Press: https://www.europapress.es/epsocial/igualdad/noticia-trece-anos-matrimonio-igualitario-espana-20180630123554.html
Fillol, J. (1 de marzo de 2016). El chantaje como forma de control machista de la autoestima femenina. Obtenido de Jessicafillol.es: https://www.jessicafillol.es/2016/03/el-chantaje-como-forma-de-control-machista-de-la-autoestima-femenina/
Galán, L. (19 de marzo de 1977). Casarse por «lo civil» en España. Obtenido de El País: https://elpais.com/diario/1977/03/19/ultima/227574001_850215.html
Gómez-Serranillos, M. (19 de febrero de 2018). Los jóvenes se resisten a ser propietarios de una vivienda. Obtenido de Elmundo.es: https://www.elmundo.es/economia/vivienda/2018/02/19/5a8a91b4e2704e08108b4628.html
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Taules, S. (11 de noviembre de 2018). Estos son los solteros de oro más codiciados en España. Obtenido de El Confidencial: https://www.vanitatis.elconfidencial.com/famosos/2018-11-11/soltero-de-oro-codiciado-espana-dia-del-soltero_1642444/
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