La opinión pública está dividida. Hay quien considera un comportamiento aceptable, incluso elogiable pasarse el día con la nariz pegada a la ventana controlando los movimientos de todo el vecindario y los motivos que alegan (o imaginan) para salir de casa. Y luego estamos quienes observamos cómo antes el reproche social era un mecanismo de control social no coactivo que se está volviendo violento y coercitivo cada día que pasa. Quienes consideramos que esta categorización dicotómica entre «buenos» y «malos» se va a llevar por delante la cohesión social. Que estar controlando a todas horas los movimientos de los vecinos un día tras otro es un ejercicio insano.
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