La doctrina del distanciamiento social impuesto tendrá consecuencias a medio/largo plazo y no solo en los niños. Sostuve cuando hablamos del capital social que el distanciamiento social continuará una vez haya pasado el estado de alarma, y cristalizará en una desconfianza colectiva, en el debilitamiento de la cohesión social y desperdiciará el capital social acumulado durante las últimas décadas. Y a nivel individual, Donatella Dellla Porta y Mario Diani sostuvieron que el aislamiento social produce individuos con menos recursos intelectuales, profesionales y/o políticos, lo que les haría particularmente vulnerables al llamamiento de movimientos antidemocráticos.
Pero hay un aspecto más que no hemos calibrado lo suficiente. Durante este confinamiento nos hemos convertido en una sociedad sin ritos. Las bodas, bautizos y comuniones han quedado pospuestos, pero se podrán retomar más adelante, a lo sumo supondrán un pequeño caos logístico familiar que en agregado tendrá consecuencias curiosas, pero han sido solo paradas, no anuladas. Las graduaciones y la EBAU (la selectividad para la gente de mi generación) como rito de paso a la juventud y a la vida universitaria penden de un hilo. Miles de cumpleaños no han podido ser celebrados y se han tenido que posponer para más adelante, cuando todo se normalice. Las Fallas, la Semana Santa… Pero lo más delicado en estos momentos son los velatorios y entierros. Estamos en un momento muy delicado, en el que miles de personas no están pudiendo acompañar en sus últimos momentos, y más tarde velar y enterrar a sus muertos, y eso es devastador desde el punto de vista psicológico pero también sociológico.
«El ritual cumple una función sociológica, reforzando las estructuras sociales. En cualquier colectividad, los ritos codifican y expresan experiencias básicas, cosmovisiones, valores y actitudes vitales para su supervivencia y reproducción. El ritual desempeña, a la vez, funciones psicobiológicas, adaptando las estructuras mentales de los individuos que intervienen. Hay ritos para acoger al que nace y conformarlo a lo que aún no es. Y hay ritos para despedir el que muere«(Pedro Gómez García), y entre un extremo y otro, tenemos ritos de paso de una etapa de la vida a otra que introducen principios de orden. Los rituales son actos performativos definidos por elementos de índole afectiva e identitaria, más que cognitiva. Son puntos de inflexión que sociedades y grupos consideran relevantes debido a que definen un antes y un después.
La visión del cuerpo de un ser querido fallecido puede ser para muchos un momento terrible. Sin embargo, este último contacto permite reconocer la realidad de la pérdida, así como su carácter irreversible y definitivo. En una sociedad en la que la muerte es tabú, el ritual funerario nos permite asumir intelectualmente la pérdida. Para eso necesitamos los ritos funerarios: para aceptar la muerte, para tramitar los sentimientos que nos origina y para escenificar un punto de cambio. El hecho de que el dolor se viva de forma colectiva también otorga consuelo, al hacerle saber a los familiares más cercanos que no están solos: en los rituales funerarios el dolor es compartido y esto conforta. La ceremonia funeraria también ayuda a comenzar el proceso de redefinición de roles, ya que este espacio social brinda la oportunidad de un reconocimiento público de la nueva identidad que sus allegados deberán asumir a partir de ahora. Pero la doctrina del distanciamiento social impone velatorios y entierros sin contacto físico, sin abrazos, sin cogernos de la mano.
Y hay un enorme grupo social a quienes se está privando de este rito que les ayuda a poner punto y final y a canalizar su duelo personal y familiar, a asumir y gestionar su pérdida y a configurar su identidad. No solo a quienes han perdido a sus seres queridos víctimas del coronavirus, sino a todos los familiares de personas fallecidas durante este mes de confinamiento, y lo que nos quede.
Teniendo en cuenta las cifras de mortalidad, si asumimos que el estado de alarma dure solo un mes, podríamos estar hablando de entre 30.000 y 40.000 personas fallecidas (incluyendo a las propias víctimas del coronavirus), de quienes sus familiares no van a poder despedirse en las condiciones que nuestra tradición cultural determina. Las consecuencias psicosociales que puede tener esto no sé yo si las hemos calibrado bien. En el decreto del estado de alarma, las misas y las liturgias en general no están prohibidas y se permite acudir a lugares de culto, por buenas razones. No obstante, hay lugares como Madrid en el que los servicios funerarios están saturados y se ha tenido que habilitar el Palacio de Hielo como tanatorio. ¿En qué posición deja eso a los familiares del resto de fallecidos por cualquier otra circunstancia? En una muy muy precaria. El decreto del estado de alarma tampoco prohíbe los funerales, como hemos visto por poderosos motivos, pero sí delimita que se debe respetar el metro y medio de separación entre personas y evitar aglomeraciones, lo cual implica en esta nueva doctrina de distanciamiento social que como dije tendrá consecuencias que se alargarán mucho más allá del estado de alarma, que en un momento como un funeral de un ser querido no puedes coger de la mano, ni recibir abrazos de familiares y amigos, y los velatorios y entierros se reducen en número de asistentes. Los sentimientos de pertenencia y de arraigo se debilitan, el duelo se vive en una soledad física, la cohesión social se resquebraja.
Como dije, esta pandemia va a cambiar la naturaleza de nuestras relaciones sociales. El distanciamiento social decretado va a tener consecuencias que quizá no sean tan evidentes como las colas fuera de los comercios, pero van a dejar un poso en nuestras relaciones que nos va a costar superar, si es que llegamos a hacerlo.
Serie completa:
Una socióloga confinada. DÍA 3 (martes). Performance espontáneas
Una socióloga confinada. DÍA 4 (miércoles). Seguridad y sensación de control
Una socióloga confinada. DÍA 5 (jueves). Legitimidad democrática
Una socióloga confinada. DÍA 6 (viernes). Capital social y religión
Una socióloga confinada. DÍA 7 (sábado). Disciplina y otras áreas de análisis
Una socióloga confinada. DÍA 9 (lunes). Tolerancia social a la violencia
Una socióloga confinada. DÍA 10 (martes). La importancia de la comunidad
Una socióloga confinada. DÍA 12 (jueves). Recolección de datos sociológicos
Una socióloga confinada. DÍA 13 (viernes). Una sociedad sin ritos
Una socióloga confinada. DÍA 14 (sábado). La dimensión económica
Una socióloga confinada. DÍA 16 (lunes). Hipótesis de trabajo y marco teórico
Una socióloga confinada. DÍA 17 (martes). La importancia del frame
Una socióloga confinada. DÍA 18 (miércoles). Propuestas encaminadas a una renta básica universal
Una socióloga confinada. DÍA 19 (jueves). Coronavirus y clase social
Una socióloga confinada. DÍA 20 (viernes). El tratamiento a la tercera edad
Una socióloga confinada. DÍA 21 (sábado). El miedo como mecanismo de control social
Una socióloga confinada. DÍA 22 (domingo). Todos somos héroes
Una socióloga confinada. DÍA 24 (martes). La mascarilla como burka laico
Una socióloga confinada. DÍA 25 (miércoles). Sobre la estadística de prevalencia epidemiológica
Una socióloga confinada. DÍA 26 (jueves). Datos estandarizados
Una socióloga confinada. DÍA 37 (lunes). Cómo combatir los bulos