La tolerancia social hacia la violencia ejercida por la policía en el ejercicio de sus funciones contra quienes identificamos como un peligro contra el statu quo, contra nuestra vida tal y como la conocemos, contra los cimientos sobre los que se asienta nuestro mundo… es un fenómeno que pudimos observar en toda su terrorífica dimensión a raíz de los sucesos del 1 de octubre, y más tarde durante los disturbios de Vía Laietana.
El argumento para justificar el uso de la fuerza por la policía era la apelación a la legalidad: «si incumples la ley, sabes a lo que te expones«, «si participas en un referéndum ilegal, luego no te quejes si la policía te muele las costillas a porrazos«.
Lo que estaba en juego entonces era algo tan etéreo como la unidad territorial, y aún así pudimos asistir al proceso de construcción del «otro» como un peligro, y a la activación de los mecanismos de defensa del «nosotros» contra el «ellos» con toda la brutalidad que hiciera falta. «A por ellos, oé«.
Por otro lado, ahora que han pillado a Miquel Iceta camino a hacer la compra acompañado del que parece ser su pareja, resulta paradójica la cantidad de indepes que se han pasado al bando de «las normas están para todos y hay que cumplirlas«, pero de incoherencias políticas hablaremos otro día.
Estos días estamos asistiendo a un proceso similar al que se puso en marcha con motivo del referéndum del 1 de octubre (y antes con el proceso de reforma del Estatut, y con el sistema de financiación de las comunidades autónomas… pero no nos vamos a poner a hacer arqueología política ahora, que tampoco viene al caso). Lo que está en juego ahora es nuestra vida y la de nuestros seres queridos, nada de construcciones políticas como la unidad de España sino algo mucho más tangible y preciado. Y la alteridad ahora la conforman los runners, los imbéciles que salen a la calle con cualquier excusa, los que se van de vacaciones a las segundas residencias, y también los abuelos que desoyen las instrucciones y salen a la calle pese a que todos nos estamos sacrificando por ellos.
"Recomendamos a los adultos mayores no salir de sus casas y así evitar el contagio ya que son los más vulnerables"
Los viejos: pic.twitter.com/cXuiZAVde8
— Nefasto 🪽 (@HerNefasto) March 16, 2020
En este nuevo sistema social que se ha instaurado con el confinamiento, a los abuelos está permitido gritarles desde las ventanas porque «yo aquí encerrada en casa para que no les pase nada A ELLOS, y los viejos por ahí, paseando como si nada, de cachondeo«. Con lo mucho que nos estamos sacrificando todos viendo Netflix, compartiendo memes por whatsapp y navegando por internet para salvarles la vida A ELLOS, qué desagradecidos.
A los que cogen el coche y PRESUPONEMOS que se van de fin de semana, de puente o de vacaciones a sus segundas residencias, porque nos lo han dicho y como confirma nuestros prejuicios no lo ponemos en duda, el nivel de violencia que toleramos aquí es del tipo punitivo: una buena multa y para casa. Se parecen demasiado a nosotros como para tolerar con facilidad que los saquen del coche a empujones, les den una somanta de palos y se los lleven detenidos a comisaría como a un delincuente cualquiera. Pero nosotros somos buenos, nos portamos bien, cumplimos las normas; ellos no, y por lo tanto se merecen un castigo.
Pocos Euros son. Debería haber una lista pública de los multados por desobeder ahora y poderles repudiar fuerte y en público.
— Javi Unzueta (@javi_unzueta) March 19, 2020
https://twitter.com/JaviSkan/status/1241332498031874048
Luego están los gilipollas que salen a la calle con cualquier excusa. Esos son imbéciles y se merecen una buena hostia bien dada. La hostia que no les dieron sus padres, porque la letra con sangre entra y una buena hostia a tiempo blablabla. Ya os sabéis el discurso. Podrían ser como nosotros, pero no son como nosotros porque a nosotros nos educaron BIEN. Los gilipollas que se saltan la cuarentena y salen a la calle con cualquier excusa son «los otros», «los malos», los que no merecen atención sanitaria si se contagian porque la sanidad debe reservarse a gente como los buenos, los que no ponen en peligro a nadie por hacer el gilipollas. En el nuevo sistema social que estamos construyendo, la policía tiene carta blanca para agredir al gilipollas que se salta las normas. Porque gilipollas son siempre los demás, yo nunca.
https://twitter.com/wallstwolverine/status/1241791135795855365
Y, en último lugar, está el grupo más alejado de «nosotros»: runners y ciclistas. El nivel de violencia socialmente tolerado con este grupo es el más alto de todos los «malos», los que incumplen las normas, «los otros». Al ciclista o al runner está justificado derribarlo al suelo, reducirlo entre dos, arrearle unos cuantos porrazos y meterlo en el coche patrulla a empujones mientras grita con desesperación pidiendo socorro. Ya puedes desgañitarte, que nadie va a acudir en tu ayuda. Los vecinos, desde las ventanas, graban la escena y se regodean fantaseando con que son ellos quienes aplican la violencia. Eres el otro más otro de todos los otros posibles, no hay comprensión ni empatía para ti.
¿Quieres ir por libre? ¿Te la suda la cuarentena? ESTO es lo que te espera. 😈😈😈 pic.twitter.com/mbf665L29s
— Max Pradera 🚀 (@maxpradera) March 20, 2020
@ConMalTalante daba en el centro de la diana con solo dos frases:
https://twitter.com/ConMalTalante/status/1241385406291152898
Es mucho más fácil señalar al «otro» y culparle que analizar las estructuras sociales y ver qué está fallando en el sistema. En caso de que sea realmente un fallo del sistema lo que ha provocado este estado de cosas, y no sea realmente así como tenían que ser tal y como está diseñado. Como dicen los informáticos, «it’s not a bug, it’s a feature«.
Me preocupa que con el paso del tiempo, la ira se apodere de la gente que está en casa y se crean con el derecho de castigar directamente.
— Matyox (@MaltyoxChawe) March 22, 2020
La consigna empezó siendo «Quédate en casa». Tras 10 días de aislamiento, se ha transformado en «Quédate en TU PUTA casa». ¿Os habéis planteado cómo va a evolucionar y cómo va a acabar esto cuando llevemos un mes? #QuédateEnTuPUTACasaJoderOTePegoUnTiro.
Más abusos: guardias de seguridad de la estación de @Renfe de Móstoles reduciendo y esposando a un hombre que venía de comprar el pan. https://t.co/OY0oaMjB51
— Miquel Ramos 🥘 (@Miquel_R) March 23, 2020
Estamos allanando el camino para la deriva autoritaria y represiva que continuará una vez hayan pasado el estado de alarma y la pandemia, porque los virus pasan pero la tolerancia social con la violencia contra el «otro» permanece. Es un buen momento para recordar los experimentos de Milgram sobre obediencia a la autoridad, y de Zimbardo en la cárcel de Stanford sobre cómo las circunstancias y el entorno transforman nuestra forma de actuar. Porque no creo que seamos capaces, como sociedad, de volver al punto de partida cuando el estado de alarma termine.
¿De verdad creéis que todo esto se va a revertir por completo hasta regresar al punto de partida cuando el estado de alarma sea retirado?
Es la misma dinámica que las violaciones a la privacidad que aceptamos acríticamente cuando la Guerra contra el terrorismo™.— vюlїпєs dёsafїиadоs 🆉🇵🇸 (@violindesafina) March 21, 2020
En esta guerra contra el virus en la que estamos asistiendo a una descarada utilización del miedo para justificar la represión y la violencia, el runner se ha convertido en el nuevo Bin Laden al que hay que abatir como sea, usando la violencia si es necesario. Las ruedas de prensa de militares, el ejército patrullando las calles desiertas, y la retórica belicista solo contribuyen a legitimar la violencia represiva. Yo no soy un soldado, soy socióloga.
No soy un soldado, soy periodista#QuedateEnCasa
— Sato Díaz (@JDSato) March 21, 2020
No sóc una soldat, sóc professora#QuédateEnCasa#QuedatACasa https://t.co/DYrUCR7jXg
— Sònia Farré (@Sonia_Farre) March 21, 2020
No sóc un soldat, sóc politòleg #quedatacasa #joemquedoacasa https://t.co/Litx09PNYj
— Marc Bosch Matas @marcbosch@mapstodon.space (@Mboschm) March 22, 2020
No sóc un soldat, sóc pagès!#Delaterraiperlaterra#quedatacasa#QuedateEnCasa https://t.co/b9x5pG5uZl
— Abel del Soler (@AbelDelSoler) March 21, 2020
https://twitter.com/ManelDMarti/status/1241005470611058689
Yo no soy un soldado. Soy un ciudadano.
— Carlos Saura León (@CarlosSauraL) March 21, 2020
Serie completa:
Una socióloga confinada. DÍA 3 (martes). Performance espontáneas
Una socióloga confinada. DÍA 4 (miércoles). Seguridad y sensación de control
Una socióloga confinada. DÍA 5 (jueves). Legitimidad democrática
Una socióloga confinada. DÍA 6 (viernes). Capital social y religión
Una socióloga confinada. DÍA 7 (sábado). Disciplina y otras áreas de análisis
Una socióloga confinada. DÍA 9 (lunes). Tolerancia social a la violencia
Una socióloga confinada. DÍA 10 (martes). La importancia de la comunidad
Una socióloga confinada. DÍA 12 (jueves). Recolección de datos sociológicos
Una socióloga confinada. DÍA 13 (viernes). Una sociedad sin ritos
Una socióloga confinada. DÍA 14 (sábado). La dimensión económica
Una socióloga confinada. DÍA 16 (lunes). Hipótesis de trabajo y marco teórico
Una socióloga confinada. DÍA 17 (martes). La importancia del frame
Una socióloga confinada. DÍA 18 (miércoles). Propuestas encaminadas a una renta básica universal
Una socióloga confinada. DÍA 19 (jueves). Coronavirus y clase social
Una socióloga confinada. DÍA 20 (viernes). El tratamiento a la tercera edad
Una socióloga confinada. DÍA 21 (sábado). El miedo como mecanismo de control social
Una socióloga confinada. DÍA 22 (domingo). Todos somos héroes
Una socióloga confinada. DÍA 24 (martes). La mascarilla como burka laico
Una socióloga confinada. DÍA 25 (miércoles). Sobre la estadística de prevalencia epidemiológica
Una socióloga confinada. DÍA 26 (jueves). Datos estandarizados
Una socióloga confinada. DÍA 37 (lunes). Cómo combatir los bulos