Circula desde hace días la información que vincula la prevalencia del virus a la clase social. En particular el barrio de residencia parece ser una variable importante a tener en cuenta: según la información territorializada que publica la Generalitat, Nou Barris que es uno de los distritos con la renta per cápita más baja, es la zona más afectada, mientras que Sarrià-Sant Gervasi, uno de los distritos que concentra la mayor riqueza de la ciudad, es el barrio menos afectado por la pandemia.
Profesionales de los CAP insisten en que las desigualdades sociales son determinantes para la salud y que la precariedad dificulta el aislamiento.
Que variables como la esperanza de vida están atravesadas por la clase social no es nuevo. Un informe reciente de Oxfam Intermon señalaba que la diferencia en la esperanza de vida entre ricos y pobres en Barcelona era de hasta 11 años, y de casi siete en Madrid.
Sin embargo, por lo que respecta al coronavirus, la clase social es una variable que resume toda una serie de condicionantes que concluyen en un mayor riesgo de exposición al virus:
- Trabajos en muchas ocasiones incompatibles con el teletrabajo: personal de supermercados, transportistas, personal de almacenes, fábricas, servicios de limpieza.
- No solo son incompatibles con el teletrabajo: lo que antes de esta pandemia se consideraban «perfiles que no requieren cualificación», ahora han resultado ser esenciales en muchos casos, por lo que el confinamiento no les afecta no les afecta como al resto y se ven más expuestos.
- Trabajos expuestos de cara al público, en los que en demasiadas ocasiones no se respeta ni el distanciamiento social, ni los equipos de protección individual que en teoría protegen contra el virus son ni útiles ni prácticos.
- Uso más intensivo del transporte público. Los desplazamientos en vehículo privado en el que no hay contacto con otras personas tienen, obviamente, un riesgo mucho más bajo de contraer el virus; mientras que las aglomeraciones en el transporte público y el contacto masivo con superficies de apoyo facilita la propagación.
- El número de personas por hogar es más elevado en aquellos barrios con una renta per cápita más baja: varias familias que comparten piso, que alquilan habitaciones para complementar los ingresos, mayor número de hijos por unidad familiar… Esto dificulta enormemente las medidas de higiene a adoptar: es muy difícil que cada miembro del hogar tenga su propia ropa de cama, toalla propia, etc. y no la comparta con nadie más. Si compartes nevera y solo tienes una balda, el número de veces que tienes que bajar al súper a hacer la compra es mayor. Es difícil mantener el distanciamiento social en viviendas donde conviven tantas personas confinadas.
- Una salud precaria preexistente.
No solo el confinamiento es mucho más duro cuando tienes que hacerlo en un piso de 60 metros cuadrados atestado de gente que se sube por las paredes, con quienes no haces otra cosa que discutir cuando interactuáis, agobiados por el futuro económico que os espera que ya pendía de un hilo por culpa de trabajos precarios y mal pagados, con niños con unos niveles de energía que ya no saben cómo consumir, con una conexión a internet precaria o inexistente, sin poder pagar Netflix, HBO, Amazon Prime y Disney+, y por supuesto sin piscina, sin jardín, y si me apuras incluso sin balcón.
Desde que empezó a extenderse la enfermedad y se convirtió en un problema global, no dejo de pensar en qué ocurriría cuando llegara a Estados Unidos, con la sanidad privatizada, con unos precios prohibitivos de las que amplios sectores de la sociedad son sistemáticamente excluidos y con una esperanza de vida más de 4 años inferior a la española. Las estimaciones de la Casa Blanca que vaticinan de entre 100.000 y 240.000 fallecidos por el virus se me antojan pura fantasía.
No solo romantizar el confinamiento es un privilegio de clase: la salud también lo es. Si realmente queremos cambiar algo cuando todo esto termine, es hora de ir pensando en qué modelo de sociedad queremos construir.
Serie completa:
Una socióloga confinada. DÍA 3 (martes). Performance espontáneas
Una socióloga confinada. DÍA 4 (miércoles). Seguridad y sensación de control
Una socióloga confinada. DÍA 5 (jueves). Legitimidad democrática
Una socióloga confinada. DÍA 6 (viernes). Capital social y religión
Una socióloga confinada. DÍA 7 (sábado). Disciplina y otras áreas de análisis
Una socióloga confinada. DÍA 9 (lunes). Tolerancia social a la violencia
Una socióloga confinada. DÍA 10 (martes). La importancia de la comunidad
Una socióloga confinada. DÍA 12 (jueves). Recolección de datos sociológicos
Una socióloga confinada. DÍA 13 (viernes). Una sociedad sin ritos
Una socióloga confinada. DÍA 14 (sábado). La dimensión económica
Una socióloga confinada. DÍA 16 (lunes). Hipótesis de trabajo y marco teórico
Una socióloga confinada. DÍA 17 (martes). La importancia del frame
Una socióloga confinada. DÍA 18 (miércoles). Propuestas encaminadas a una renta básica universal
Una socióloga confinada. DÍA 19 (jueves). Coronavirus y clase social
Una socióloga confinada. DÍA 20 (viernes). El tratamiento a la tercera edad
Una socióloga confinada. DÍA 21 (sábado). El miedo como mecanismo de control social
Una socióloga confinada. DÍA 22 (domingo). Todos somos héroes
Una socióloga confinada. DÍA 24 (martes). La mascarilla como burka laico
Una socióloga confinada. DÍA 25 (miércoles). Sobre la estadística de prevalencia epidemiológica
Una socióloga confinada. DÍA 26 (jueves). Datos estandarizados
Una socióloga confinada. DÍA 37 (lunes). Cómo combatir los bulos