Cuando cuestionamos los productos de ocio audiovisual, solemos enfocarnos en contenidos pensados para un público masivo, producido y promocionado por grandes corporaciones. Sin embargo, el contenido amateur realizado por sus propios protagonistas reales y en teoría al margen de la gran industria capitalista, también puede ser altamente problemático. Cuestionarnos por qué nos gusta lo que nos gusta es el primer paso para entender los valores que transmiten y los comportamientos que normalizan los contenidos de ocio que consumimos.

La Reina del Brillo, Ramón, Perro Viejo, etc. son un grupo de personas que viven en Vallecas, tienen muy pocos recursos, sin estudios, sin trabajo, con multiadicciones, inteligencia muy limitada, una situación de exclusión social extrema… pero han aprovechado las redes sociales, y en particular Instagram, para lograr un nutrido grupo de seguidores que se conectan a sus directos y siguen sus peripecias vitales, sus romances, sus rupturas, sus dramas y sus celos. Son los anti-influencers: la mayor parte de sus seguidores no quieren parecerse a ellos, los comentarios de sus directos suelen estar plagados de insultos, y no son pocos quienes les siguen para reírse de ellos, o para engañarles con sus comentarios y reírse a su costa.

Dieron el salto en cuanto a popularidad se refiere, pasando de ser conocidos en un círculo muy concreto de Instagram a la cultura youtuber popular, cuando hace un año AuronPlay (casi 23 millones de suscriptores) les dedicó no uno, ni dos, sino tres vídeos, el primero de ellos visto 15 millones de veces, el segundo con 10 millones de visualizaciones, y el tercero con casi 9 millones. Creo que tiene las dimensiones suficientes como para que podamos hablar de fenómenos social.

¿Por qué funcionan? Funcionan por el mismo principio que funcionan los concursos de la tele: porque nos hacen sentir mejor, más listos, más inteligentes, por encima. Los comentarios de sus directos y de sus vídeos de youtube rápidamente se llenan de insultos, de gente llamándoles vagos, parásitos, vividores, yonkis. La mayoría sobrevive gracias a que perciben rentas mínimas de inserción, lo que los liberales llaman «la paguita»; algunos tienen trabajos que no requieren cualificación; y las más espabiladas de la pandilla han conseguido aprovechar la popularidad para cohesionar en torno a sus personajes una masa de seguidores dispuestos a pagar una suscripción mensual a cambio de contenido erótico que les garantiza un buen sueldo mensual. Triunfan porque mientras nuestras vidas transcurren en alienada monotonía (trabajar-consumir-dormir-trabajar), asomarnos a las suyas nos permite sentir que no tampoco estamos tan mal. En ese sentido, nos hacen sentir bien en el conformismo y son funcionales al sistema, de ahí su éxito. Son anti-influencers porque no queremos parecernos a ellos: nos basta con ser conscientes de la distancia que nos separa.

Sin embargo, el estatus de anti-influencers no implica que este contenido esté libre de ser una influencia nociva. El concepto que está detrás de su triunfo en redes sociales lo ha definido la catedrática Adela Cortina y se llama aporofobia: miedo o rechazo al pobre, al indigente, a la persona sin recursos, que nos nula la empatía. Para que se entienda de forma fácil: aporofobia es el fenómeno por le cual un árabe que llega en un yate a Puerto Banús es un jeque, y si llega en patera a Algeciras es un moro de mierda.

Es el mismo concepto que está detrás de retos como el de Reset dándole galletas oreo a un hombre sin hogar para reírse de él, de su vulnerabilidad, aunque en este caso no sea necesario cruzar tantas líneas, y esa distancia en cierto modo mantiene tranquilas nuestras conciencias, podemos pensar que no estamos haciendo nada malo, hay una barrera, una distancia social que nos separa de ellos y nos mantiene a salvo.

La normalización de comportamientos nocivos que no identificamos como causa sino como mera circunstancia es otro peligro. La banalización del abuso de drogas y alcohol entre adolescentes. La normalización de modelos disfuncionales de relación. Atribuir a un comportamiento una causa completamente distinta de la que en realidad lo origina nos lleva a análisis desviados y a conclusiones erróneas. La idea de que delincuentes politoxicómanos y semianalfabetos sean referentes y líderes de audiencia ni es nueva ni es creación suya, tan solo la han llevado a instagram a una generación que no vivió la época de Salsa Rosa pero ha adaptado el formato y creado sus propios personajes que les aporten «salseo».

Y otra posible consecuencia negativa que puedan provocar es un posible efecto Paco Sanz o una voxificación del debate público. Me explico. Por un lado, que retransmitan sus vidas con escaso filtro pero mediatizadas por aquello que ellos consideran «éxito», por la imagen que quieren proyectar, sumado a la vergüenza de reconocer en público ciertos aspectos, puede llevar fácilmente a generar en su audiencia la idea de que para qué ayudarles incluso aunque se vean en una situación extrema, si el dinero que se les done no se lo gastarán en comida sino en drogas.

Y, por otro lado, tener a un grupo relativamente numeroso (porque a esta historia se incorporan personajes nuevos todas las semanas), con características comunes (mismo barrio, misma extracción social, mismos referentes, mismas actitudes y pensamientos), y fuertemente estigmatizados como un grupo de personas que viven cómodamente instalados en los márgenes de la sociedad viviendo a costa de ayudas sociales, pese a las dificultades de inserción que resultan evidentes cada vez que hablan, que no es que haya ni que rascar un poco, es que saltan a la vista… el mero estigma que acarrean, que ya les ha categorizado en la mente de su audiencia como vagos y vividores, funciona como reforzador del discurso de VOX de las paguitas para gente que prefiere vivir sin trabajar y pasarse el día fumando porros sin aportar nada a la sociedad.

Por supuesto, el hecho de que muchos de ellos sean gitanos y otros sean inmigrantes no es casual: sirve tanto para explicar que su situación de precariedad de partida es estructural, como para justificar los prejuicios de su audiencia. Sin embargo, bajo mi punto de vista, el factor principal común a todos ellos, gitanos y payos, inmigrantes y nacionales, es que todos son pobres. Pero no una pobreza circunstancial como la tuya y la mía, de ir sobreviviendo capeando la precariedad y adaptándonos a la inestabilidad, esa pobreza que nos deja colgados de la brocha si de repente llega una pandemia que liquida nuestras escasas expectativas y nos deja en el paro. No, es esa pobreza pegajosa de vivir el día, al límite, esa pobreza que sabes que no es un problema temporal sino casi una seña de identidad, como una marca de nacimiento, una pobreza heredada de la que difícilmente saldrán. Esa pobreza que les viene de sus padres y que también heredarán sus hijos, porque es una marca de clase como los pendientes son una marca de género.

¿Es posible dejar atrás esa pobreza? ¿Es posible pasar por encima de la reproducción social de la pobreza y saltar la herencia de clase? La buena noticia es que sí, la mala que es que la escolarización juega un papel importante. Hay estudios que indican que los referentes positivos actúan como modelos a imitar en sus comunidades, de ahí la importancia de los referentes como agentes del cambio social en sus propias comunidades, en particular precedentes familiares que rompan con el estereotipo que provoca esas condiciones de marginación.

Tampoco conviene descartar demasiado rápido el papel de la escuela como institución reproductora de las desigualdades. Una obra clásica en sociología es la etnografía de Paul Willis «Aprendiendo a trabajar: cómo los chicos de la clase obrera obtienen trabajos de clase obrera«, analiza cómo los hijos de los estratos sociales más acomodados encajan mejor con la ideología de institución escolar, que exige esfuerzo continuado con unos objetivos visibles a largo plazo; mientras que, por su parte, los hijos de las clases trabajadoras priorizan los objetivos a corto plazo, necesitan obtener dinero ahora para alcanzar la independencia que otorga el estatus de la vida adulta y paliar las privaciones actuales, algo que no es necesario para aquellos estudiantes de familias más acomodadas. De ahí que aquellos que proceden de familias obreras abandonen prematuramente los estudios y busquen trabajos que requieren poca cualificación pero les permite obtener dinero ahora, mientras que quienes proceden de familias con recursos prioricen la educación con el objetivo a largo de plazo de obtener trabajos más cómodos.

Hacer como si no existieran los elementos coercitivos sociales y culturales que operan en este grupo social de jóvenes de Vallecas abocados a la exclusión social nos lleva a categorizarlos como vagos, parásitos y vividores del Estado. Mientras tanto, el fracaso escolar sigue siendo una condena.

2 comentarios

  1. Muy bien explicado. Por desgracia esto que comentas ya ha ocurrido. Más de 1000 personas viendo como la Reina del Brillo casi se ahoga en su propio vómito en una bañera. Está en youtube. El tema de auronplay, en realidad ramon y cía eran conocidos en el mundillo del trap (sobre todo perroviejo). La Reina del Brillo se hizo famosa porque su arresto domiciliario se viralizó. Una lástima todo.

    1. ¡Es verdad! Lo del patinete durante el arresto domiciliario fue épico. Tienen menos luces que una lancha de contrabando. El peligro está en extrapolar sus comportamientos y generalizar a toda una categoría humana.

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