Esta entrada es una intervención en el FORO de DEBATE como nos exige la evaluación continua de la asignatura «Globalización y movimientos migratorios«. En él relaciono las políticas migratorias en la frontera con la políticas de restricción de la movilidad urbana, que parten de la misma premisa: perpetuar el eje centro/periferia y mantener a los pobres alejados de los centros de poder.

Trabajando el módulo 3 (flujos migratorios en la ciudad metabólica, por Marta Serra Permanyer), no he podido evitar una sensación creciente de cabreo a medida que avanzaba en la lectura. Cabreo por ese ecologismo urbanita de clase alta que reproduce las dinámicas centro/periferia desde una atalaya de paternalismo y una posición progresista y de izquierdas que me parece un insulto.

Soy de rodalias y pobre. Soy de la periferia del sistema. Empecemos por aquí. Quizá por eso me molestan profundamente los alegatos ecologistas que parten de un lugar de enunciación que es un lugar de privilegio; el privilegio del urbanita de clase alta.

¿Cuáles son las características de las ciudades globales? Si tuviera que mencionar la primera característica, es la de constituirse en ciudad-estado a imagen y semejanza de las polis griegas. Y la segunda característica es que expulsan a los pobres a la periferia del sistema mientras los estratos privilegiados mantienen su posición de centralidad, tanto geográfica como simbólica.

El alto nivel de vida que exige vivir en una ciudad global (Serra Permanyer, 2020, pág. 23), empezando por el prohibitivo precio de la vivienda, expulsa a los pobres a la periferia, o les condena a unas condiciones de vida lamentables (vivir en una habitación de 10 metros cuadrados con suerte, compartir piso con media docena de desconocidos, ausencia de intimidad, condiciones de salubridad cuestionables, imposibilidad de desarrollar un proyecto vital propio, de formar una familia, etc.). Si una característica de la Europa fortaleza es el hacinamiento en campos de refugiados, una característica de la ciudad global es la expulsión de los estratos más vulnerables a la periferia de las ciudades.

La consellera del ayuntamiento de Barcelona Silvia Casorrán se felicitaba en un artículo publicado en La Marea hace unos días (Casorran Martos, 2020) del éxito que suponía haber expulsado a la industria contaminante de los centros de las ciudades, sin apreciar cómo eso que ella califica de éxito reproduce las dinámicas centro/periferia: no han acabado con las industrias contaminantes, simplemente las han movido de sitio, nos las han enviado a los polígonos de las rodalias, las han enviado a contaminar a la periferia.

¿Qué efectos ha tenido esto? Nos ha hecho dependientes de la movilidad, especialmente privada, para acceder a los lugares de trabajo desde lugares cada vez más alejados del centro, contribuyendo al aumento de la huella ecológica. Otra característica de las ciudades globales es ser polos de atracción económica y grandes hubs de comunicaciones, de los cuales los pobres nos vemos excluidos. Nos han condenado a los pobres a vivir cada vez más lejos de los centros de trabajo y de poder, a ser dependientes de la movilidad privada, y cuando se han dado cuenta de las externalidades negativas que ese modelo provoca, quieren cargar sobre nuestras espaldas también la responsabilidad del cambio: cambiar la movilidad privada por el transporte público que a quienes vivimos en la periferia nos resulta incompatible con los cuidados debido al tiempo que exige, o en su defecto cambiar de trabajo por otro más próximo a los lugares de residencia a los que nos han expulsado. Mientras el ecologismo de clase alta nos recomienda cambiar nuestro trabajo en el centro por otro en la periferia al que podamos ir andando o en bici, el INEM nos retira la prestación por desempleo por rechazar ofertas que estén a menos de 30 kilómetros de nuestro lugar de residencia.

La teniente de alcalde del ayuntamiento de Barcelona, Janet Sanz propone aprovechar la pandemia para no permitir la reactivación de la industria del motor.

No es casual que los sectores que están en el punto de mira de este ecologismo de clase alta sean precisamente los sectores industriales fuertemente sindicalizados, mientras que los sectores “limpios” que promueven se ubiquen en el sector servicios, con unas condiciones de precariedad palpables.

Según Serra Permanyer, otra característica de las ciudades globales es su crecimiento insostenible, y para ello propone límites al crecimiento de las mismas. He buscado a la autora, esperando ilusa de mí que escribiera su alegato anti-urbes mientras cultiva tomates en su huerto sostenible de Sant Fost de Campsentelles (8.737 habitantes), pero no: lo hace desde Sant Cugat, siendo una más de los insostenibles 100.000 habitantes de la tercera ciudad en renta per cápita de Catalunya después de Matadepera y Sant Just Desvern, y la sexta de España (EPdata, 2020), porque menos de 3 contradicciones es dogma. Un Sant Cugat que es lo que es porque su modelo de crecimiento «sostenible» se ha basado durante décadas en dificultar con entusiasmo el establecimiento en su territorio de personas y familias con rentas bajas. Me queda claro: quienes tienen que abandonar las ciudades por insostenibles son los pobres, no los ricos. Hemos pasado de una izquierda que defendía la consigna «la tierra para quien la trabaja«, a otra que promueve sin disimulo «la ciudad para quien pueda pagársela«. Una izquierda, como pretendía el modelo defendido por Íñigo Errejón, «más verde y menos proletaria«.

Así, Serra Permanyer nos habla de los límites al crecimiento impuestos por China en los años 60-70 (Op. Cit, pág. 25) o cita a Salvador Rueda cuando habla de poner límites al crecimiento. Y no puedo evitar conectarlo con el peaje urbano que propone el lobby del motor Barcelona Global, formado por empresas como el RACC, la SEAT o Abertis Autopistas (Europa Press, 2020), sin duda nada sospechosos de tener intereses en el tema y justo ahora que se acaban las concesiones, y que de una forma que parecería inexplicable pero no lo es tanto si lo enmarcamos en ese ecologismo de clase (de clase alta, concretamente), también defienden los comuns del equipo de Ada Colau, como los concejales Janet Sanz (Redacción Europa Press, 2019) o Eloi Badia (Blanchar, 2019). Este peaje urbano, igual que la Zona de Bajas Emisiones, hacer de pago los parkings disuasorios o las más de 10.000 multas en dos semanas en la ZBE a la vez que recortan en 100 personas la plantilla de conductores de autobús, entre otras medidas de restricción de la movilidad privada implantada en una ciudad global como Barcelona desde la perspectiva de ese ecologismo de clase alta, tiene por objeto limitar el acceso a la ciudad a los pobres. Funciona como una frontera internacional tal y como Marín Salamero describe la economía del paso de la frontera (2020, pág. 37), unas barreras institucionales que no impiden el acceso a los migrantes pobres, tan solo lo dificulta y lo encarece porque un cierto número de migrantes en situación de extrema vulnerabilidad son necesarios para el sostenimiento del sistema, del mismo modo funcionan la ZBE, la zona azul (o verde con permiso de estacionamiento para residentes) y el peaje urbano: mantienen fuera de la ciudad a los pobres de rodalias y perpetúan el eje centro/periferia desde una pretendida posición progresista y de izquierdas que cada vez me cuesta más creer.

¿Cómo se configura una economía feminista partiendo de la base de un trabajo femenino precario al que hay que sumarle 4 horas diarias en desplazamientos en transporte público casa/trabajo/casa? ¿Externalizar los cuidados en mujeres aún más precarias forma parte de las prácticas de esa economía feminista y verde que nos están imponiendo aprovechando la pandemia, sin consenso y a traición porque, en palabras de la propia Janet Sanz, «es ahora o nunca«? ¿Nuestras vidas al margen del trabajo productivo no tienen ningún valor? No es eso lo que yo entiendo por economía feminista.

Los recursos son limitados, y los estratos privilegiados no tienen la menor intención de compartirlos. Este ecologismo se parece sospechosamente a la lucha de clases de toda la vida. Lo que es insostenible por definición es el modelo capitalista, cuya premisa principal es precisamente la acumulación por desposesión. Pretender cargar sobre los pobres la responsabilidad de la lucha contra el cambio climático y la protección del medio ambiente, mientras los privilegiados no modifican su modo de vida ni un milímetro es el triunfo del ecologismo de clase alta del siglo XXI. Un ecologismo sin perspectiva de clase y de género no me representa.

Referencias

Blanchar, C. (21 de diciembre de 2019). “Hemos encargado el estudio del peaje urbano”. Obtenido de El Pais: https://elpais.com/ccaa/2019/12/21/catalunya/1576955713_506191.html

Casorran Martos, S. (20 de octubre de 2020). ¿Están las ciudades preparadas para decir basta a los humos? Obtenido de La Marea: https://www.lamarea.com/2020/10/05/estan-las-ciudades-preparadas-para-decir-basta-a-los-humos/

EPdata. (6 de octubre de 2020). Barcelona – Renta por municipios: datos y estadísticas de la Agencia Tributaria. Obtenido de EPdata: https://www.epdata.es/datos/renta-municipios-datos-estadisticas-agencia-tributaria/201/barcelona/1325

Redacción Europa Press. (01 de marzo de 2019). El Gobierno de Colau estudia aplicar un «peaje urbano» en próximos episodios de contaminación. Obtenido de La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20190301/46764609567/el-gobierno-de-colau-estudia-aplicar-un-peaje-urbano-en-proximos-episodios-de-contaminacion.html

Salamero, M. M. (2020). Temps, espais i memòries del desplaçament. En UOC, Globalització i moviments migratoris (pág. 37). Barcelona: UOC.

Serra Permanyer, M. (2020). Fluxos migratoris a la ciutat metabòlica. En UOC, Globalización y movimientos migratorios (pág. 23). Barcelona: UOC.

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