«Sin la espada, los pactos no son sino palabras»[1]
Thomas Hobbes (1588-1679)
Resumen: con el fin de afrontar la pandemia mundial derivada del COVID-19 y sus consecuencias (sanitarias, económicas, sociales y políticas) se hace necesaria la redefinición del contrato social que da origen a la República conceptualizada por Thomas Hobbes, por el cual los ciudadanos abandonan su estado natural de libertad total, renuncian a ejercer sus pasiones y aceptan someterse a un marco normativo común que, si bien restringe sus libertades, a cambio les garantiza la paz y la cohesión social necesarias para el bienestar colectivo. El miedo a la guerra y la destrucción mutua funciona como mecanismo de control social y que sostiene el sistema.
Palabras clave: pandemia, coronavirus, miedo, control social, Thomas Hobbes

Marco teórico
«El miedo es una emoción íntima y personal, si bien carece de sentido si no es en un contexto social e histórico determinado. La gama de miedos posibles no es la misma en la sociedad japonesa[2] que en la estadounidense[3], con unos índices de delincuencia tan dispares, por ejemplo, y unas pautas culturales tan diferentes entre sí. El miedo es una emoción socialmente construida que requiere de un contexto sociohistórico que la dote de contenido y de un sentido que pueda ser socialmente capturado.
En la construcción del discurso del miedo, es fundamental el papel que juegan los medios de comunicación de masas. El lenguaje condiciona las ideas, las actitudes y las acciones: no es lo mismo un chucho callejero que un perrito abandonado; como no es lo mismo un “MENA”, que un niño o adolescente solo, sin familia y en un país extranjero[4].»
Jessica Fillol, Poder y producción institucional del miedo. 1 de diciembre de 2019
El discurso del miedo es alentado desde el poder y difundido a través de los medios de comunicación, pues es funcional para mantener la cohesión social y los valores culturales dominantes, especialmente en un contexto de pandemia global como a la que nos enfrentamos: un contexto absolutamente desconocido por la ciudadanía, un riesgo ante el que los distintos gobiernos no están preparados para proteger a la población, para el que no hay respuestas claras ni soluciones fáciles, y que en consecuencia puede llevar muy rápidamente a la pérdida de confianza en los gobernantes y en las leyes que han ido implementado sobre la marcha, en función tanto de la evolución de la pandemia como de los indicadores económicos y sociales.
Contexto sociohistórico
El miércoles 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declara oficialmente la denominación de pandemia a nivel mundial al brote por Covid-19[5] que, en forma de extraño conglomerado de casos de neumonía, había empezado a propagarse meses antes a distintos lugares del mundo desde la ciudad china de Wuhan[6].
Tres días más tarde, el sábado 14 de marzo de 2020, comparece el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, para informar sobre la aprobación del estado de alarma[7] y las medidas de restricción de derechos y libertades asociadas al mismo, con el fin de contener la pandemia ante una situación de desbordamiento sanitario. Entre otras medidas restrictivas, decretaba el confinamiento domiciliario y la restricción a la libertad de movimientos de la ciudadanía, salvo en casos de primera necesidad estrictamente tasados, mediante una formulación legal de dudosa factura[8]. Posteriormente, las medidas se ampliarían decretando también el cierre laboral salvo para aquellas actividades consideradas esenciales[9].
Estas medidas, acompañadas de una campaña en medios de comunicación destinada a dar la mayor difusión posible a las medidas coercitivas desarrolladas para hacer cumplir el decreto del estado de alarma, concitaron en realidad un seguimiento social bastante amplio atendiendo a los datos de movilidad registrados por Google[10] y publicados en el informe Google Community Mobility Reports, con datos agregados de todo el mundo[11].
No obstante, es en esta campaña coordinada de difusión de las medidas coactivas llevada a cabo por los medios de comunicación en la que me gustaría detenerme.
El miedo como mecanismo de control social
Más de 102.000 denuncias y casi mil detenidos durante el estado de alarma (Agencia EFE, 2020). Los datos los recoge una noticia publicada el 24 de marzo, en apenas los primeros 10 días en vigor de un estado de alarma que se alargaría durante más de 3 meses: en concreto 98 días en los que el coronavirus paralizó España[12]. Y solo en los primeros 10 días los medios ya daban cuenta de más de cien mil denuncias y mil detenidos por saltarse el confinamiento. ¿Qué estaba pasando?
Los datos sobre movilidad registrados y que Google hizo públicos en abril no se correspondían con ese incumplimiento generalizado del confinamiento domiciliario que el elevado número de multas hacía presagiar. Sin embargo, fue necesaria una estrategia del miedo para lograr ese efecto de cumplimiento. El miedo al virus por un lado, a enfermar o a que enfermasen nuestros seres queridos; y el miedo a las multas por otro.
Mientras por un lado teníamos las cifras de contagios y fallecimientos, los mandos técnicos del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias cada día nos aportaban datos de las personas multadas o detenidas por salir a la calle. La escenificación de las ruedas de prensa diarias con personal militar de uniforme[13], el ejército patrullando las calles, las noticias sobre los numerosos incumplimientos y los cientos de miles de multas, y el establecimiento de un frame bélico en la comunicación gubernamental[14], inciden en la línea de utilizar el miedo y la coacción como mecanismos de control social para lograr el cumplimiento de las medidas de restricción de libertad decretadas.
Desde un punto de vista socio-construccionista, el papel de los medios de comunicación es clave en la redefinición del nuevo comportamiento normativo, en la adhesión a las nuevas normas en un contexto completamente nuevo para todo el mundo: por un lado contribuyen difundiendo ejemplos de ciudadanos que han interiorizado rápidamente las nuevas normas; y a la vez señalan los comportamientos inadecuados en este nuevo escenario.
El papel del miedo en la República de Thomas Hobbes
Probablemente una de las mejores definiciones de la República conceptualizada por Thomas Hobbes la ha expresado la presidenta del gobierno madrileño, Isabel Díaz Ayuso, en un discurso de protesta contra el estado de alarma decretado en la región madrileña por el gobierno del Estado español, con objeto de frenar la expansión de la pandemia del COVID-19 en la Comunidad de Madrid:
«La libertad requiere de un marco legal que sea efectivo. Es decir, normas ponderadas, claras y de obligado cumplimiento. Dinamitar el Estado de Derecho con la excusa del bien común es el camino recto hacia la anarquía y la vuelta a regímenes totalitarios.»[15]
Declaración institucional de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, 13 de octubre de 2020.
Y es que bien sabe Isabel Díaz Ayuso, y por extensión el equipo de Pablo Casado (PP) en su utilización de la Comunidad de Madrid como ariete para desgastar al gobierno de coalición del Partido Socialista y Unidas Podemos, que la arbitrariedad allana el camino a la desobediencia (Bührle, 2004).
El pacto social por el que se regula la república hobbesiana, por el cual los ciudadanos deciden renunciar a su libertad individual, abandonar el estado natural y pasar a formar parte de un cuerpo social en forma de comunidad regulado por unas normas de obligado cumplimiento, es precisamente el miedo. Hobbes lo desarrolla en términos de propiedad y violencia. Por un lado, conceptualiza la igualdad entre los hombres como la igual capacidad para hacerse daño mutuamente[16], y sitúa las pasiones como el motor de la actuación individual. De ahí la necesidad del soberano, y con él el ordenamiento legal, para contener las pasiones y proteger a los hombres unos de otros.
En su ensayo sobre el papel del miedo en la filosofía política de Thomas Hobbes, Carlos Bührle (2004) argumenta que «en principio el soberano debería estar en condiciones de garantizar la vida, la salud y cierta felicidad a sus súbditos y, por añadidura, éstos no deberían sentirse amenazados por los otros». El soberano requiere de la fuerza del Estado para hacer cumplir los pactos, cristalizados en las leyes, frente a las pasiones humanas que nos llevan a actuar a cada cual por su cuenta, sin contemplar el bien común entre las posibilidades. Se produce aquí un choque de legitimidades entre la ética del egoísmo individual y el interés general. Por un lado a mí particularmente igual me apetecería, por ejemplo, salir de viaje, irme a pasar los días de puente a algún pueblecito pintoresco del Pirineo, con la población envejecida y un sistema sanitario poco preparado para responder a las exigencias de una pandemia; pero por otro el Estado restringe mi derecho a la movilidad en aras del interés general, con el fin de que no contribuya a expandir el virus, y de esta forma el soberano por la vía de restringir mi libertad protege del peligro a poblaciones de riesgo.
Sin embargo, cuando esta figura de autoridad en la que los hombres han delegado su libertad individual pierde legitimidad para protegerles, como en el caso de una pandemia mundial como la que nos ocupa a la que ningún gobierno está capacitado por sí solo para hacer frente, al soberano se le hace necesario volver a recurrir al factor miedo para lograr que la ciudadanía renueve el contrato social, renueve la fe en sus gobernantes y se conforme una adhesión generalizada las nuevas leyes asociadas al nuevo estado social, a lo que se ha denominado “nueva normalidad”, que mantengan la cohesión social y la paz. En otras palabras, los gobernantes utilizan el miedo para lograr el cierre de filas en torno a sus decisiones como mecanismo para prevenir la anarquía que precede a la guerra, el todos contra todos que es el estado natural del hombre tal y como Thomas Hobbes lo conceptualizó. El poder ilimitado del soberano para legislar sin someterse a autoridad civil alguna tiene mal encaje en las democracias occidentales.
Conclusiones
Para mantener el orden social y la adhesión a las normas que garantizan la paz y con ella el bienestar general, es necesario la renuncia individual a la libertad absoluta en estado de naturaleza que conduce a la guerra. Para que esta renuncia individual se produzca por voluntad propia, se requiere una emoción más fuerte, y esta es el miedo, en concreto el miedo de unos a otros. El miedo garantiza la cohesión social de forma que prevalezca la renuncia individual a la libertad máxima en aras de la seguridad colectiva. Las medidas de distanciamiento social (que no físico) decretadas ahondan en la brecha que genera este miedo de unos a otros.
En un contexto de pandemia mundial incontrolada, los distintos gobiernos requieren aprobar nuevas normas aún más restrictivas de la libertad individual con el fin de contener la expansión de los contagios. Sin embargo, el miedo a la enfermedad o al contagio por el virus, por sí solo, podía no ser suficiente aliciente como para aceptar de manera voluntaria restricciones tan estrictas como las que nos han exigido durante los meses de confinamiento, de modo que para el mantenimiento del poder se hace necesario alentar un miedo mucho más palpable y menos difuso: el miedo a los mecanismos coactivos del Estado en general, y a las multas en particular.
Los medios de comunicación contribuyen a la redefinición del comportamiento normativo, a la difusión de un frame bélico que despierte la necesidad de orden y control en lugar de un frame de emergencia sanitaria que promueva medidas de colaboración y de atención al más débil, así como contribuyen a fomentar la adhesión a las nuevas normas.
Se atribuye a Benjamin Franklin[17] la expresión «aquellos que renunciarían a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad temporal no merecen libertad ni seguridad». A tenor de los informes de movilidad comunitaria publicados por Google en abril, la estrategia ha funcionado: hemos renunciado voluntariamente a ambas.
Bibliografía
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Wikiquote. (4 de julio de 2020). Benjamin Franklin. Obtenido de Wikiquote: https://es.wikiquote.org/wiki/Benjamin_Franklin
[1] Thomas Hobbes (1588-1679) (Botella, Cañeque, & Gonzalo, 2018, pág. 180)
[2] (Cómo hizo Japón para convertirse en uno de los países más seguros del mundo) (Kamata, 2019)
[3] (Las muertes por armas de fuego en EEUU alcanzan su máximo histórico) (Europa Press, 2018)
[4] (Poder y producción institucional del miedo) (Fillol, 2019)
[5] (Coronavirus: la OMS declara la pandemia a nivel mundial por Covid-19) (Arroyo, 2020)
[6] (COVID-19: cronología de la actuación de la OMS) (OMS, 2020)
[7] (El Gobierno decreta el estado de alarma para hacer frente a la expansión de coronavirus COVID-19) (La Moncloa, 2020)
[8] (No es un estado de alarma, es un estado de excepción) (Sanchez, 2020)
[9] (El Gobierno aprueba el decreto que prohíbe ir al trabajo a actividades no esenciales) (5Días, 2020)
[10] (Google lanza informes sobre el movimiento de población en España durante el confinamiento) (del Castillo, 2020)
[11] (Informes de movilidad local sobre el Covid 19) (Google, 2020)
[12] (Estado de alarma: 98 días en los que el coronavirus paralizó España) (González & Arce, 2020)
[13] (Estos son los cinco mandos que informarán sobre la evolución del coronavirus) (eldiario.es, 2020)
[14] (Una socióloga confinada. DÍA 17 (martes). La importancia del frame) (Fillol, 2020)
[15] (Las mentiras de Ayuso y Almeida sobre el estado de alarma en Madrid) (Escolar, 2020)
[16] «De esta igualdad de capacidades surge la igualdad en la esperanza de alcanzar nuestros fines. Y, por tanto, si dos hombres cualesquiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos gozar, devienen enemigos; (…) se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse» (Botella, Cañeque, & Gonzalo, 2018, pág. 176)
[17] (Wikiquote, 2020)
Otro articulo excelente. Yo ya llevo 10 años o más mareando a cualquiera que se me ponga a tiro con eso de que corromper el lenguage=corromper el pensamiento=corromper el comportamiento. Lo que a menudo se acaba en caza de bujas y campos de concentración.
También llevo unos 20 diciendo lo que dicen que dijo el buen don Benjamin.
Me estoy quedando más sola que la una.
Yours, ever, Cassandra.