Násara es saharaui y activista feminista. En esta entrevista nos cuenta cómo se compaginan todas esas capas, cómo luchar contra la misoginia del patriarcado islámico y a la vez con el racismo de la sociedad occidental, nos habla de la doble vida que viven muchas chicas árabes en sociedades occidentales como estrategia de supervivencia, el papel de las madres como rehenes, de la virginidad como constructo social para salvar vidas, de cómo se justifican los crímenes de honor, y de lo dura que es la soledad y de la violencia que recibe cuando se enfrenta al machismo de su comunidad de origen.

Retrato de Násara realizado por la ilustradora @lastrexpres para reivindicar «un mundo sin velos islámicos, donde las mujeres no tengamos que escondernos porque nuestra sociedad considera que nuestro cuerpo es objeto del delito». (@lastrexpres, 2020)

Introducción

Násara es una mujer fuerte, valiente, que irradia energía por cada poro de su piel. Estudia, trabaja y desarrolla una intensa actividad activista, todo a la vez, por lo que encontrar un momento con ella en que pueda sentirse cómoda, relajada y responder a las preguntas de la entrevista que le hemos planteado no es tarea fácil. Siento por ella una admiración casi reverencial, reflexiono mientras espero a que se conecte a la videoconferencia que hemos acordado y pienso que solo me ha faltado perfumarme para la ocasión. Es una mujer joven, migrante, originaria del Sahara Occidental, estudiante de derecho en España y activista por la liberación de la mujer musulmana de la tiranía del patriarcado islámico. La conocí en una conferencia en Barcelona sobre feminismo norteafricano junto a Hakima Abdoun Serrak[1], ambas integrantes del colectivo Neswía, y desde entonces he seguido la trayectoria de ambas con interés.

Su relato es fruto de su trayectoria personal y de sus propias reflexiones, que a su vez se inscriben en un contexto sociohistórico, geográfico y generacional concreto. Su historia y su trayectoria no pretenden ser representativas, más bien pretende servir de inspiración para otras mujeres de su comunidad, un faro que las guíe en la noche hacia puertos más seguros. Por eso he elegido su testimonio, debido a su trayectoria singular, a la reflexión y al discurso desarrollados a partir de esa trayectoria, a su enorme capacidad de transmitir su experiencia y de realizar un análisis estructural partiendo de experiencias particulares.

Antes de la realización de la entrevista contacté con Násara para explicarle el objetivo de la misma y acordamos el tratamiento y el uso posterior. Se le garantizó también plena confidencialidad para aquellos aspectos que no quisiera que trascendiesen, motivo por el cual algunas cuestiones especialmente delicadas han sido suprimidas tanto del video de la entrevista como del propio relato de vida. No obstante, Násara ha incorporado esta entrevista como parte de su activismo político feminista, y por lo tanto ha dado autorización a que sea difundida.

Debido a las limitaciones de tiempo que impone el activismo todoterreno y multidisciplinar de Násara, la entrevista fue realizada por videoconferencia durante aproximadamente una hora, y fue grabada mediante Zoom[2]. Násara conocía previamente los temas generales sobre los que trataría la entrevista, pero no las preguntas concretas.

Se ha realizado un análisis de la entrevista a partir de la vídeo-grabación de la misma, utilizando los conceptos y la terminología aportada por la protagonista de la historia, reelaborando el formato para facilitar su lectura, manteniendo en todo momento la máxima fidelidad al discurso original. La división en diferentes apartados responde a mis propias categorías analíticas y no a las de la entrevistada.

Datos biográficos y contexto sociohistórico

Násara tiene 28 años, estudia derecho y trabaja para una ONG, cuyo nombre y actividad prefiere no mencionar. Nació en el desierto, en un campamento de refugiados saharauis, en el contexto del proceso de descolonización del Sáhara Occidental, un proceso traumático para la población saharaui, ante la indiferencia del mundo occidental empezando por el principal país implicado en el proceso, España, que dio la espalda a su antigua colonia africana en la década de los 70 y abandonando a su suerte a la población saharaui, siendo su territorio ocupado por Marruecos y Mauritania (Odalric de Caixal i Mata, 2016).

La infancia de Násara transcurre en la dura vida del desierto, en un campamento muy pobre en el corazón del desierto de África, en mitad de la nada, en unas condiciones muy duras, con falta de comida y aún mayor escasez de agua y de medicinas, con infinita arena hasta donde alcanza la vista y los rallos abrasadores del sol. Para ejemplificar este aspecto, Násara relata que con 7 años estuvo a punto de morir de una enfermedad que en Occidente es simplemente molesta gracias a las vacunas: la varicela[3].

Násara tiene claro que un factor determinante en el hecho de que su infancia fuese aún más dura es el hecho de ser mujer, que le puso aún más trabas en su desarrollo psicosocial en su comunidad de origen. Si su movilidad en el campamento de refugiados ya era limitada, el hecho de ser niña le imponía una limitación de movimientos aún mayor. Ella lo describe como una cárcel dentro de otra cárcel.

Násara esboza alguno de los elementos que contribuyeron a que su infancia fuese aún más difícil por el mero hecho de ser mujer, de lo que sus condiciones de partida en un campamento de refugiados y pobre ya presagiaban: la estrangulación de los deseos de autonomía, la sexualización temprana de las niñas musulmanas, la hipervigilancia familiar sobre su comportamiento, la sobreprotección que se transforma en control absoluto de su cuerpo, el desproporcionado interés por preservar su virtud del acceso masculino… todo lo cual se tradujo en restringir su libertad en situaciones tan cotidianas como jugar el fútbol con el resto de niños del campamento siendo todavía una niña de apenas 5 o 6 años. Y con todo ello, la socialización en el miedo, en particular en el miedo a deshonrar a su familia.

Relaciones entre aquí y allí

Su primer proceso migratorio, con carácter temporal y delimitado en el tiempo, podríamos decir que tuvo lugar a los 8 años cuando pasó su primer verano fuera del desierto, en un programa de acogida de niños y niñas saharauis con una familia de Gijón. De su primera estancia en la península, Násara recuerda unos contrastes de sensaciones brutales, y la diferencia entre la vida comunitaria en el campamento frente a la vida occidental mucho más individualista que le costó asimilar.

Evoca los primeros recuerdos llenos de contrastes relacionados con la arena y el agua, dos elementos definitorios de su estancia en el desierto, el primero por su abundancia y el segundo por su carencia. En concreto a su llegada a la península se preguntaba “¿qué ha hecho esta gente con la arena?” y seguidamente con el uso que se le da al agua da en Occidente, en comparación con la escasez de la misma en los campamentos del desierto. Recuerda, soñadora, cómo le gustaba lavar los platos para sentir el agua correr, mientras en el campamento no podía ducharse porque la poca agua que había era para beber una vez al día y para cocinar.

La nostalgia de su familia y su comunidad fue el elemento que marcó su estancia aquel verano en Asturias, y también el elemento que aparece a su regreso, sin embargo, aquí relacionado no tanto con la gente sino con las comodidades que quedaron en el norte frente a la pobreza y las limitaciones del sur mundial, de tenerlo todo a no tener nada. Donde lo tenía todo, le faltaba su familia; y donde tenía a su familia, le faltaba todo lo demás.

Con 12 años su familia de acogida movilizó todos los recursos a su alcance para que ella pudiera volver a Asturias debido a un problema de salud que requería operación urgente, y eso significó su establecimiento en España de forma permanente.

El proceso de distanciamiento

Násara relata su proceso de distanciamiento de su comunidad de origen y de la ideología patriarcal en la que fue educada gracias a la filosofía que tuvo ocasión de descubrir en el instituto.

Ella estudió bachillerato a los 24 años, antes no pudo debido a su situación administrativa como migrante, y cuando pudo hacerlo relata cómo la filosofía le abrió un mundo de incógnitas que contribuyó de forma decisiva a aumentar sus dudas existenciales, de las que antes huía mientras que con la filosofía ahondaba en ellas. Esto creó en su interior una situación emocional muy intensa y conflictos internos de grandes dimensiones, pues toda la estructura sobre la que se cimentaba su forma de pensar, de creer y de comportarse se estaba desmoronando. Para Násara el islam no era únicamente una fe: era un modo de vida.

Ella define su educación en su comunidad de origen como una secta que la adoctrinó, y cuando, una vez en España y ya de adulta, empezó a cuestionarse la educación recibida, llegó a la conclusión de que había estado viviendo una mentira, en una sociedad que se sustentaba en la opresión de las mujeres por el mero hecho de serlo, y esto le generó la necesidad de distanciarse e iniciar un proceso, como ella lo describe, de “desnormalizar” lo que vivía creyendo que era “normal” aunque le pareciera injusto, lo cual le generaba frustración e impotencia al no poder reaccionar debido a que el entorno en el que ella estaba la superaba, y lo único que podía hacer como forma de supervivencia era autoparalizarse mientras se llenaba de ira por dentro.

La comunidad en el proceso migratorio

En su adolescencia vivía en España junto a su familia extensa: madre, tíos y primos. En concreto su tío era el imán salafista de la mezquita, representaba una figura de autoridad dentro de su comunidad, con todo lo que eso implica de autoexigencia de ejemplaridad respecto al grupo, no solo de él sino de toda la familia por extensión.

Násara define a su comunidad con una metáfora visual muy precisa: el caparazón de un caracol. La comunidad va allá donde va el caracol, siempre le acompaña, es imposible separarse de ella, si el caracol migra la comunidad le acompaña, y lo que afecte al caparazón afecta al caracol. Es así como explica que en el fondo nunca se ha ido del Sáhara: se ha traído el Sáhara con ella y arrastra sus consecuencias hasta la última vena, vive más dentro de su sociedad islámica que en la sociedad occidental. La sociedad occidental, tal y como ella la describe, es una alternativa: la opción B a la que puede acceder de vez en cuando pero, aunque esté viviendo en Occidente, ese no es su modo de vida.

Pese a la importancia que ella reconoce a las redes de apoyo, especialmente entre mujeres, relata con dolor cómo ella vivió su proceso de distanciamiento con respecto a su comunidad en total soledad. Násara procede de una sociedad donde, como ella lo define, la “omertá” es ley de vida y a las niñas se las adoctrina en el miedo y en la desconfianza, lo que dificulta tejer redes de apoyo mutuo. No podía contarle a nadie de su familia las dudas que estaba experimentando, porque era consciente de que eso implicaba que la mandaran de vuelta al Sáhara, y tampoco podía hablarlo con españoles porque no tenía relaciones de la suficiente confianza como para que pudieran alcanzar a entender el grado en que a ella le estaban afectando sus dudas existenciales, así que se vio obligada a ocultarlo y llevar su proceso en soledad.

Estrategias de supervivencia

Probablemente debido a la soledad que ha experimentado en su proceso de distanciamiento respecto a su cultura de origen, Násara ha tenido que poner en marcha estrategias de supervivencia de carácter individual, de ahí quizá que haya desarrollado una capacidad de autoanálisis y resiliencia fuera de lo común.

Mantenerse en contacto con su niña interior y aislarse del mundo es su forma de sobrevivir, se ha convertido en una persona solitaria como un acto de supervivencia para poder resistir a tanta violencia. Násara habla de regulación emocional frente al control de las emociones, lo que le permite estar triste sin reprimirse, pero manteniendo el equilibro, buscando siempre alguna cosa pequeña que la ilusione en la que recrearse, para evitar hacerlo en la parte negativa.

De igual modo, sus estrategias de supervivencia frente al racismo en la sociedad de destino, la sociedad occidental, Násara habla de la importancia de personalizar al otro, de ponerle rostro y explicar sus experiencias para permitir que la gente la humanice y los mire con más cercanía, de tal modo que dejen de ver una inmigrante y empiecen a ver una persona.

Y no es fácil este proceso que describe desde la soledad y la individualidad, especialmente teniendo en cuenta que, como ella nos cuenta, la sociedad islámica utiliza a las madres como rehenes plenamente conscientes de su rol, en lo que ella define como el Tribunal Social Islámico (Said, 2020), y eso le supone una tortura psicológica brutal y constante.

De hecho, tal y como Násara conceptualiza el rol de la mujer islámica en sus comunidades insertas en el mundo occidental, también podrían considerarse estrategias de supervivencia este rol de colaborar con el patriarcado islámico como una forma de proteger a sus hijas de forma que se mantengan dentro de la moral islámica y así no deshonren a la familia y, por lo tanto, no les pasará nada malo; y de igual modo también es una estrategia para protegerse a ellas mismas frente a la crítica del Tribunal Social Islámico, cuyas últimas consecuencias tienen su correlato en los crímenes de honor (Mujeres refugiadas, 2020), que es justificado porque está normalizado en el seno de su sociedad hasta el punto en que la propia víctima justifica el crimen, lo que me recuerda a aquella frase de uso común en España no hace tanto tiempo, que Miguel Lorente recoge como título de uno de sus libros, “mi marido me pega lo normal” (Lorente Acosta, 2001).

Desnormalizar las estructuras de poder

Con el fin de poder romper estas estructuras que mantienen a las mujeres árabes sometidas y aisladas, Násara fundó la plataforma Amnat Thawra, que significa “Hijas de la revolución” (Suárez, 2019), orientada a la divulgación de teoría feminista y denuncia de las prácticas misóginas que se llevan a cabo sobre sus cuerpos para desnormalizarlas.

En un primer momento relata cómo sus denuncias intentaron que fuesen muy suaves, para no provocar cierta disonancia cognitiva en las destinatarias de su activismo, y mantener la divulgación de teoría feminista dentro del marco del islam, lo que se conoce como feminismo islámico, intentando buscar los mecanismos que conectasen con el bagaje cultural de las mujeres a las que se dirigía. No obstante, en un momento determinado, tras conocer a un colectivo feminista árabe, llegó a la conclusión de que esta estrategia no estaba surtiendo efecto, que feminismo islámico constituía un oxímoron, que estaba perpetuando la creencia de que el islam es perfecto, que de todas formas recibía críticas, insultos, amenazas, y no estaba siendo escuchada, de modo que debían cambiar su planteamiento. Que, en palabras de Audre Lorde, jamás podrían derribar la casa del amo con las herramientas del amo. Que estaba siendo reformista y eso, dentro de su comunidad, equivalía a ser occidentalizada y por lo tanto silenciada y ninguneada. Fue en ese momento cuando Násara consideró necesario radicalizar su discurso y sus denuncias a través de la plataforma.

Uno de los momentos de ruptura con su comunidad cargados de violencia que Násara relata fue el momento en que se atrevió a cuestionar el tabú de la virginidad femenina como constructo social para salvar vidas. En Occidente, en los países del centro del sistema, la importancia social de la virginidad femenina ha sido relativizada y ha ido perdiendo peso progresivamente en las relaciones sociales a lo largo de las últimas 5 décadas, salvo en determinadas comunidades con un perfil muy específico, generalmente relacionadas con contextos ultra religiosos: cristianos evangélicos, Testigos de Jehová, católicos de la órbita del Opus Dei y similares. Mientras que, por su parte, en las sociedades islámicas el estigma de la virginidad femenina implica la muerte en crímenes de honor, cárcel, maltrato o matrimonios concertados para las mujeres musulmanas. Esto provocó tal cisma en su plataforma, que el pánico llevó a que muchas de sus compañeras abandonasen el proyecto, de desvinculasen de su relación, se aliaran en su contra y se unieran a la campaña de violencia contra ella que estaban desarrollando en el seno de su comunidad, en esa estrategia de supervivencia similar a la que describía con sus madres, lo que generó en Násara un profundo sentimiento de soledad y vulnerabilidad del que probablemente, por la forma en que relata aquella experiencia, todavía no se ha recuperado. Lo que yo llamo creer que están “en el lado seguro del patriarcado” como estrategia de supervivencia (Fillol, 2016): la ilusión de que a las chicas buenas no les pasan cosas malas. Si hay mujeres que están en el lado bueno, es porque hay otras que están en el lado malo y por lo tanto es lícito atacarlas para sobrevivir y mantener su estatus de relativa seguridad.

De ahí que muchas compañeras, como ella explica, vivan una doble vida como estrategia de supervivencia: mientras en la sociedad árabe viven de acuerdo a la moral islámica, en la opción B que comentaba, en la sociedad occidental, viven de acuerdo a las normas sociales occidentales, en una especie de esquizofrenia que supone un desgaste físico y psicológico que les genera tensión ante el miedo a que en un contexto las puedan pillar comportándose de acuerdo a otro contexto y les supone un desgaste de energía enorme.

Násara se sorprende cuando le hablo de algunas propuestas encaminadas a resignificar la prostitución como espacio de supervivencia para mujeres migrantes, pobres y en situación de precariedad, como una forma de eludir la ley de extranjería a partir de la regulación de la prostitución como trabajo. Násara considera que esto equivale a legitimar la trata con fines de explotación sexual para que la administración se apiade de ellas, y además considera que es de una ingenuidad tremenda pensar que el Estado iba a permitir la regularización de miles de mujeres migrantes que llegasen dispuestas a ejercer la prostitución, está completamente segura de que la administración encontrará la forma de evitar regularizar de forma indiscriminada la situación administrativa de las mujeres migrantes. Y añade que con la trata no se negocia, que tener la documentación en regla no exime de estar bajo la tutela de un mafioso, y considera que la clave no está en legitimar la prostitución, sino abolirla.

Bibliografía

@lastrexpres. (2 de diciembre de 2020). Instagram de Násara. Obtenido de Instagram de Násara: https://www.instagram.com/p/CITj9LhDOt-/

Fillol, J. (26 de diciembre de 2016). En el lado seguro del patriarcado: «A las mujeres buenas no las violan ni las maltratan». Obtenido de JessicaFillol.es: https://www.jessicafillol.es/2016/12/en-el-lado-seguro-del-patriarcado-a-las-mujeres-buenas-no-las-violan-ni-las-maltratan/

Lorente Acosta, M. (2001). Mi marido me pega lo normal. Agresión a la mujer: realidades y mitos. Barcelona: Editorial Planeta.

Mujeres refugiadas. (5 de noviembre de 2020). Crímenes de honor y protección internacional. Obtenido de Mujeres refugiadas: https://mujeresrefugiadas.accem.es/crimenes-de-honor-y-proteccion-internacional/

Odalric de Caixal i Mata, D. (26 de abril de 2016). Proceso de descolonización del Sahara Español. Obtenido de Rutas con Historia: https://www.rutasconhistoria.es/articulos/proceso-de-descolonizacion-del-sahara-espanol

Rejón, R. (4 de enero de 2016). La varicela vuelve a crecer en España justo antes de que la vacuna para bebés entre en el calendario oficial. Obtenido de eldiario.es: https://www.eldiario.es/sociedad/varicela-vuelve-crecer-vacuna-bebes_1_4256611.html

Said, N. i. (24 de 12 de 2020). ¿Qué es el Patriarcado Islámico? Obtenido de Nueva Revolución: https://nuevarevolucion.es/que-es-el-patriarcado-islamico/

Said, N. I., & Abdoun Serra, H. (2020). Feminismo norteafricano, entre la religión y la política. I Jornada Abolicionista Las Hipopótamas. Barcelona. Obtenido de https://www.youtube.com/watch?v=8RQ_Dtz195Y

Suárez, O. (29 de noviembre de 2019). «Muchas mujeres árabes viven una vida en casa y otra fuera». Obtenido de Futuro femenino: http://futuroenfemenino.elcomercio.es/2019/11/29/muchas-mujeres-arabes-viven-una-vida-en-casa-y-otra-fuera/


[1] La conferencia, organizada por el colectivo abolicionista Las Hipopótamas, tuvo lugar el 25 de enero de 2020 y se puede consultar a través de internet en el canal de YouTube del propio colectivo: https://www.youtube.com/watch?v=8RQ_Dtz195Y (Said & Abdoun Serra, 2020)

[2] Aplicación de mensajería instantánea y videoconferencia que permite grabar las conversaciones en video y audio para su posterior análisis.

[3] “La varicela es una enfermedad considerada benigna, aunque extremadamente contagiosa”, Ildefonso Hernández Aguado, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública (Rejón, 2016)

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