Era como muy evidente el tema de esta semana, ¿no? Está en boca de todos. He pensado que era necesario utilizar el vídeo de este domingo para explicar algunas claves sobre el caso Rocío Carrasco que están en el debate social y merecen aclaraciones para poder hablar con criterio. En qué consiste la violencia vicaria, cual es la diferencia entre absolución y sobreseimiento provisional, la cuestión de si ha cobrado o no ha cobrado por hacer este reportaje y si una de las condiciones era el despido de su ex, Antonio David, cuestión que Mediaset desmiente. Cuestionamos el papel de los medios de comunicación, sin que eso signifique eludir nuestra responsabilidad como sociedad, desmenuzamos el estigma de la «mala madre» como cliché y la maternidad como institución que exige el sacrificio de las mujeres. También recordamos que el Síndrome de Alienación Parental (SAP) no existe fuera de los juzgados y no está reconocido por ninguna institución psiquiátrica ni psicológica. Analizaremos la relación de los hijos e hijas con padres maltratadores teniendo en cuenta la literatura al respecto y por qué se da la aparente paradoja de que estas criaturas sientan mayor vinculación afectiva hacia el padre maltratador que hacia la madre protectora.
Podemos empezar por lo de si ha cobrado por contar su testimonio y hasta qué punto eso desacredita su historia o reduce el impacto social del caso. Rocío Carrasco no es activista, es un personaje del corazón. A mí que se utilice el asunto de si ha cobrado o no para desacreditar su testimonio me recuerda a cuando nos quieren vender la moto de la «gestación subrogada altruista», que la única para la que se considera posible ese altruismo es la que pone el cuerpo. Ni la clínica de fertilidad, ni el despacho de abogados, ni la agencia que coordina… nadie es altruista ahí, menos la mujer que pone el cuerpo. Con esto lo mismo: Telecirco haciendo una audiencia millonaria, todos los colaboradores llevándose una pasta, todos los tertulianos que aparecen en los días anteriores y siguientes desmenuzando cada detalle de su vida cobran una pasta. Y la única que tiene que ser altruista ahí para que su testimonio sea validado socialmente es la mujer a la que van a despellejar viva mientras todos los que participen de esto están haciendo negocio a su costa.
Pues yo estoy de acuerdo con Julián Contreras Junior: lo que cobrara, a estas alturas de la película, lo considero una indemnización.
También se ha intentado desacreditar su discurso precisamente por hacerlo participando del show mediático, en un plató de televisión, en un producto de Mediaset. Es lógico teniendo en cuenta que se trata de una empresa caracterizada por su falta de rigor y por su poco tacto a la hora de tratar estas cuestiones, por lucrarse con la banalización del maltrato y por haber contribuido al estigma social de mujeres mediáticas que denunciaron a sus parejas por maltrato como han sido desde Rocío Carrasco a Carmina Ordóñez pasando por Raquel Bollo, entre tantas otras. Sin embargo, conviene no olvidar una vez más que no estamos hablando de una mujer anónima, sino de una mujer que ha sido públicamente señalada a través de los medios de comunicación.
Parte del proceso de sanación consiste en reivindicarse, en reivindicar tu historia como superviviente, en explicar lo que has vivido, en intentar que las mentiras que te han rodeado dejen de ocultar tu historia y que se conozca tu verdad. Hay quien se desahoga en un blog personal, hay quien utiliza las redes sociales para contar su historia, hay quien se graba para publicar su testimonio en Youtube, hay quien se suma al #MeToo y cuenta por primera vez a contar su experiencia, ya sea de forma anónima o a cara descubierta, pero sea cual sea el método elegido, todos son perfectamente válidos en el proceso de sanación.
«Es que la culpa es de los medios de comunicación». Esa es la reacción fácil, culpar a los medios, a la prensa del corazón, a la telebasura. Pero también es eludir nuestro papel como parte de la sociedad, es echar balones fuera para fingir que no tenemos ningún tipo de responsabilidad, ni individual ni colectiva, en el tratamiento social que tiene la violencia de género.
¿De verdad creemos que no tenemos ningún tipo de responsabilidad en las dificultades que tienen las mujeres que han sido maltratadas para denunciar tanto en comisaría como ante su propio entorno por el miedo a que no las crean? Es también pretender que como sociedad no tenemos ningún papel en ese contexto social que posibilita que exista la violencia de género, la dominación del hombre sobre la mujer, el correctivo a la mujer insumisa, a la mujer desobediente, a la mujer «que no respeta a su hombre». Señalar únicamente a los medios de comunicación es tratar de esconder que como sociedad no tenemos una altísima tolerancia a la violencia, y que solo nos llevamos las manos a la cabeza cuando se desborda.
Uno de los aspectos que me reafirma en que tenemos una responsabilidad social muy importante más allá de la actuación de los medios de comunicación, es la dinámica de las capturitas de pantalla para hacerlas circular por whatsapps y redes sociales. Me explico. Una de las críticas que se le ha hecho a Rocío Carrasco consiste en que, además del importe que haya pedido por participar en este show, otra de las condiciones impuestas ha sido el despido de su ex, Antonio David Flores, de los programas de Telecinco en los que participaba.
La cadena lo desmiente, tal y como se puede ver en la misma noticia, un poco más abajo. Pero da igual. La pieza está pensada para hacer captura de pantalla de la información de arriba y hacerla circular, de modo que se cree un determinado clima de opinión.
Y en esta dinámica los medios tienen responsabilidad, pero quienes participamos somos quienes ponemos esas capturas en circulación y las hacemos virales. Por supuesto, esto alienta la idea del juicio mediático, de que si presunción de inocencia, que pim que pam.
¿Pensáis que es casual que la idea principal que se quiere difundir quepa exactamente en una captura de pantalla estándar, y el desmentido esté o bien tras un paywall o bien tras un formulario de registro?
Que todo esto es un circo, soy la primera que teme que se convierta en un espectáculo mediático y se pierda el mensaje de fondo. Tengo muy claro el peligro de que el discurso dominante en la opinión pública sobre lo que es y lo que no es violencia de género lo marquen Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez y Ana Rosa Quintana. Lo sé de sobras. También es cierto que algunos casos con fuerte impacto mediático, como el de Ana Orantes (una mujer anónima que explicó en un programa de testimonios conducido por Irma Soriano el maltrato al que su marido la había sometido durante 40 años), o el de Nevenka Fernández, la joven concejala del PP que acusó a su jefe, el alcalde de Ponferrada, de acoso sexual en un momento como finales de los 90 y principios del 2000 en que ese concepto era prácticamente desconocido para la opinión pública, fueron casos que lograron activar el debate en la opinión pública y empujar al cambio social. No sé si el caso de Rocío Carrasco es equiparable, el tiempo lo dirá.
El éxito, a mi juicio, radica en haber puesto el tema en la agenda de los medios de comunicación de masas, sacándolo de los sueltos en la sección de «sucesos». Admito que, tras ver el programa, tenía mucho miedo. No solo por el peligro de banalización, sino porque el testimonio mediatizado de Rocío Carrasco es brutal. Mi principal preocupación es que las mujeres que se vieran representadas en su historia serían, en mi opinión, plenamente conscientes de que la amenaza «te voy a quitar a los niños» es descarnadamente real, con la justicia y la sociedad apoyándolo. Si asistiremos a un aumento de las denuncias a raíz de esto, lo veremos próximamente, cuando se presenten estadísticas segregadas por fecha. Sin embargo, mujeres que trabajan en asociaciones de ayuda a mujeres maltratadas alertan del incremento del número de llamadas y de consultas realizadas durante la última semana, del aumento del número de mujeres que se deciden a contar su experiencia y pedir ayuda, incluso (aunque no he podido encontrar la fuente) de un incremento del 42% en el número de llamadas al 016, todo lo cual me parece bastante significativo.
Y, por último, también me parece significativo el tratamiento que se le está dando a Rocío hija. Para empezar, me escama esa insistencia en llamarla «la niña». Porque «la niña» tiene ya veintipico años, y porque en otros casos en los que una adolescente es abusada sexualmente por un hombre adulto que le dobla la edad, esa adolescente es calificada de «mujer» mientras que el treintañero es «un chico».
Pero es que se está aireando con una ligereza pasmosa el expediente delictivo de una menor. Yo pensaba que los antecedentes penales de menores estaban absolutamente protegidos y que cuando alcanzaban la mayoría de edad, quedaban sepultados bajo la ley de protección de datos, y resulta que en este caso están en todos los programas sin precaución ninguna. Probablemente solo el caso de El Cuco supera a Rocío Flores en cuanto a morbo mediático generado ante un menor involucrado en unos hechos delictivos.
Sea como sea, estamos ante el caso de una ahora mujer que fue condenada por maltrato continuado a su madre cuando era menor. Debemos tener en cuenta que la adolescencia es una época conflictiva en sí misma, que se caracteriza por el desapego de los adolescentes de las figuras de autoridad, en concreto de la madre y del padre. Explorar los límites forma parte del proceso de maduración, por lo que el conflicto paterno-filial en la adolescencia es hasta cierto punto lógico. Si a esto le añadimos un divorcio problemático y unos medios de comunicación generando un clima social poco favorable a la madre, tendremos a una adolescente reforzada en sus posiciones de confrontación. Y si ya añadimos un tercer factor, que es un padre malmetiendo y diciéndole a sus hijos que su madre es una serie de calificativos poco agradables, que ha destrozado a la familia y que es una maltratadora psicológica… Lo que tenemos es un cóctel explosivo.
El estigma de la mala madre está presente en nuestra sociedad de una manera ubicua. Es mala madre la que da el pecho a demanda hasta los 2 años y también la que da el biberón desde el nacimiento. Es mala madre la que colecha y portea porque va a malcriar, y también la que deja al bebé en su propia habitación desde los 4 meses porque le va a crear un trauma por abandono. Es mala madre la que deja su carrera profesional y se dedica a cuidar en exclusiva porque no tiene otros horizontes vitales que ser ama de casa, y es mala madre la que se reincorpora al trabajo y deja al bebé en una guardería cuando se le termina la baja de maternidad. Hagan lo que hagan, las mujeres están expuestas al estigma de la mala madre porque la maternidad es expuesta, observada y señalada socialmente, porque a través de las criaturas es la forma más efectiva de someter a las mujeres. Y aquí llegamos al tema de la violencia vicaria. ¿Qué es la violencia vicaria? Consiste en hacer daños a terceras personas para dañar y someter a la mujer víctima de violencia de género. Pueden ser objeto de violencia vicaria los hijos e hijas, pero también familiares, amigas, e incluso mascotas en tanto que víctimas instrumentales. Hablaba al principio de este larguísimo post sobre la aparente paradoja de que niños y niñas criadas en un hogar marcado por la violencia sientan mayor vinculación afectiva hacia el padre maltratador que hacia la madre protectora. Cuando recomendé 15 libros sobre sociología y feminismo, uno de los que mencioné fue el de Lundy Bancroft, «¿Por qué se comporta así?»
Se trata de un libro escrito por un profesional especialista en tratar a hombres condenados por maltratar a sus parejas, y tiene un capítulo dedicado especialmente a la relación de los menores con padres abusivos y violentos. Explica que cuando ese padre convive en la familia, es habitual que los menores sientan que el cariño de su madre lo tienen seguro mientras que el de su padre deben «ganárselo», y por eso se alían con él y culpan a la madre de la dinámica familiar violenta. No se trata tanto de que el padre manipule a los hijos como se ha transmitido a través de los medios a raíz del caso de Rocío Carrasco y su relación con su hija, sino más bien de que los menores hacen suyo el discurso del maltratador y acusan a la madre de alterar la armonía familiar y de ser la responsable de los arrebatos violentos del padre. Por otro lado, cuando la mujer se separa y el padre deja de convivir con la familia, esos mismos menores observan cómo la dinámica familiar cambia, cómo vuelve la calma al hogar, y atan cabos. Es en ese momento en que empiezan a alejarse afectivamente el padre abusivo, empiezan a poner distancia y a ver cual era el origen del conflicto familiar y pueden empezar a recuperar la relación con la madre. Y es cuando el padre llega a la conclusión de que, si hasta antes de la separación habían mantenido una fuerte vinculación afectiva con él, lo que pasa es que sus hijos deben estar es manipulados por la bruja de su exmujer que pone a los niños en su contra, y por lo tanto recrudece sus ataques hacia ella utilizando a los menores como víctimas instrumentales.
No quiero terminar este artículo sin hablar de la diferencia entre los conceptos «absolución» y «sobreseimiento provisional», de los que tanto se está hablando precisamente a raíz de este caso.
Antonio David insiste con mucha vehemencia en intentar convencernos de que ha sido absuelto. No es cierto. El caso fue sobreseído provisionalmente. ¿Qué significa esto? Ser absuelto significa, para empezar, que has sido juzgado, se te ha considerado inocente de los cargos que se te imputan y por lo tanto no se te puede volver a juzgar de nuevo por el mismo delito. Que un caso sea sobreseído provisionalmente en fase de instrucción significa, de entrada, que no se te ha llegado a juzgar. Tenemos un sistema judicial extremadamente garantista, si la relación entre los hechos que se le imputan a una persona, las pruebas presentadas y su autoría no está 100% demostrada sin ningún género de dudas, esa persona no puede ser condenada. Sin embargo, esto no significa que no existan pruebas, que le hayan denunciado en falso, o que sea inocente. Significa que tú denuncias unos hechos constitutivos de delito y presentas unas pruebas, por ejemplo denuncias que tu pareja te ha dado una paliza y te presentas en comisaría con un parte médico de un ojo morado y un brazo roto. Hay unas causas (la paliza que tú alegas) y hay unas consecuencias (las pruebas que presentas, en este caso el parte médico). Pero si no hay testigos (y a veces aunque los haya) y tu pareja dice en instrucción que te has caído en la ducha, es altamente probable que el juez considere no hay relación causa-efecto suficientemente probada, y por lo tanto tienes muchas posibilidades de que la denuncia sea sobreseída provisionalmente a la espera de que amplíes las pruebas que presentas, o de que vuelva a darte otra paliza y le vuelvas a denunciar y ya si eso lo vamos viendo, porque nuestro sistema protege a los denunciados pero a las víctimas ya tal. Por eso muchos maltratadores mienten diciendo que fueron absueltos, cuando es mentira: su denuncia fue sobreseída provisionalmente porque los delitos que se les imputaban eran lo bastante graves como para que el juez considere que necesita más pruebas para mandarle a la cárcel. Y por eso cuando un hombre denunciado por violencia de género, que conoce la terminología jurídica porque su abogado le ha explicado en detalle en qué consisten los conceptos que se aplican su caso y lo que implican, que sabe la diferencia entre absolución y sobreseimiento… cuando un hombre en esas circunstancias insiste en mentir pública y repetidamente diciendo que «ha sido absuelto» sabiendo que es mentira, a mí se me afilan las orejas.
Ojalá todo esto sirva para producir una catarsis colectiva que nos lleve a replantearnos el juicio social hacia la violencia de género. Ojalá esto sirva para empecemos a levantar el velo del silencio, para que la vergüenza y el rechazo deje de estar sobre las víctimas, permanentemente cuestionadas. Ojalá lleguemos a entender que maltrato no equivale únicamente violencia física, que hay muchas formas de violencia, y que algunas formas de violencia requieren la connivencia de la sociedad. Y que no todas las formas de maltrato son tan fáciles de demostrar en sede judicial como quienes ingenuamente nos recomiendan «¡denuncia, mujer!»
La presunción de inocencia se la dejo a los jueces, yo me limito a opinar.