En primer lugar, para poder formarnos una opinión acerca de las funciones y disfunciones de los medios de comunicación actuales, necesitamos partir de una definición de qué es un rasgo funcional o disfuncional. Para ello, utilizaré la terminología de Robert K. Merton (1949), por considerarla una de las más sencillas y útiles que podemos encontrar, y según la cual un rasgo funcional es aquel que ayuda al sostenimiento del sistema y a la reproducción social de los valores culturalmente dominantes, mientras que un rasgo disfuncional es aquel que, en lugar de colaborar en la cohesión social, la entorpece.
En segundo lugar, cabe plantear cuales son estas funciones de los medios antes de abordar si cumplen o no su papel. M. Javiera Aguirre Romero (2009) nos habla de dos funciones, una que denomina “política” y la otra “moral”. La primera está relacionada con su función mediadora para aportar información a la ciudadanía, y la segunda con la veracidad de la misma en tanto que sujeto delegado. Por su parte, María Trinidad Bretones (2008) propone 4 funciones: manipulativa, movilizadora, de control social y de reproducción cultural.
Bien, las preguntas que cabe plantearse para formarnos una opinión sobre el papel que cumplen los medios de comunicación en nuestras sociedades actuales son del tipo: ¿es la prensa actualmente un auténtico contrapoder que legitime su estatus en nuestro sistema democrático? ¿O más bien sirve de correa de transmisión de los discursos dominantes? ¿Pueden realmente denominarse “prensa libre” sin faltar a la verdad unos menos de comunicación masivos atravesados por intereses políticos y económicos que comprometen su viabilidad y la propia supervivencia de estos medios? Una pista acerca de las respuestas a estas preguntas nos dará lo lejos que llegó la iniciativa “sin preguntas no hay cobertura” (Público, 2011), cuando directores de varios medios de comunicación denunciaron la práctica cada vez más habitual por parte de los políticos de dar ruedas de prensa sin permitir preguntas de la prensa. Pese a que la iniciativa surgió de las máximas instancias en el organigrama de los propios medios de comunicación, no prosperó y se siguió dando cobertura al discurso de políticos y gobierno mediante ruedas de prensa donde la propia prensa no podía ejercer su labor delegada por la ciudadanía de fiscalización y por tanto de investigación e información veraz; sin embargo, para las funciones de manipulación informativa, de control social y de reproducción cultural, los medios resultan perfectamente funcionales al sistema.
A este fenómeno cabe añadir que, pese a que vivimos en una época en la que tenemos a nuestro alcance más recursos que nunca para formarnos una opinión informada gracias a las posibilidades que ofrece internet, se da la paradoja de que el discurso dominante curiosamente no está más fragmentado por ser permeable a la agenda ciudadana, sino que sigue respondiendo a los patrones impuestos por aquellos medios de comunicación con más recursos para dominar la agenda (Rodrigo Alsina & Estrada Alsina, 2020, pág. 40). A esto se añade además una dificultad adicional para la ciudadanía, que es la de contrastar esas fuentes de información y discriminar cuales son legítimas y veraces según la descripción que realiza Aguirre Romero (2009), y cuales son meros canales difusores de FAKE News (González Mateos, 2021). Mientras que hace unas décadas la diferencia entre prensa seria y prensa amarilla o tabloide estaba relativamente clara, hoy en día gracias a proliferación de medios en internet y su difusión mediante las redes sociales, esta línea se ha difuminado considerablemente. Mientras algunos autores consideran que los miembros de la generación nativa digital no son «muy eficientes para procesar y comprender la gran cantidad de información disponible en internet» (Hernández Velasco, 2020), otros consideran que son los mayores de 50 quienes más noticias falsas creen y difunden (Losada Maestre, 2020), de lo cual cabe concluir que, dado que ninguno estamos exento de este peligro, precisamente el contexto actual con más recursos a nuestro alcance que nunca dificulta aún más la responsabilidad de informarnos a través de fuentes veraces.
De la desconfianza de la ciudadanía hacia los medios de comunicación debido a los intereses espurios que conoce o intuye, de la dificultad de discriminar fuentes fiables de las que no lo son, de la necesidad de reducir la disonancia cognitiva buscando fuentes de información que confirmen nuestras propias ideas preconcebidas (o al menos que no las contradigan), y de las relaciones del poder económico con el poder mediático que condicionan tanto su agenda como si discurso[1], cabe deducir que las dos funciones propuestas por Aguirre no se están cumpliendo. Sin embargo, si atendemos a las que desarrolla Bretones, sí podríamos llegar a la conclusión de que los medios de comunicación actuales, en tanto que correa de transmisión del discurso dominante y vehículos de control de la agenda informativa muy poco permeables a las demandas ciudadanas y a la agenda del público (y, cuando lo son, condicionan los términos en los que se piensa en esos temas[2]), sí resultan funcionales al sistema para mantener los valores culturales de la clase social dominante.
[1] De la dificultad que encuentran los periodistas para introducir en los medios cobertura para una noticia que perjudique la imagen de Mercadona o El Corte Inglés, y por el contrario la facilidad con la que cuelan publirreportajes de pseudoterapias en las páginas de Ciencia dio amplia cuenta David Jiménez en El Director (Jiménez García, 2019).
[2] Tampoco es casual la consigna «prensa española, manipuladora» que se coreaba en las concentraciones y manifestaciones alrededor del referéndum del 1 de octubre sobre la independencia en Catalunya (Moreno Durán, 2019).
Bibliografía
Aguirre Romero, M. J. (2009). Medios de comunicación y democracia: ¿una relación necesaria o una relación imposible). Presente, pasado y futuro de la democracia, 385-393.
Bretones, M. T. (2008). Funciones y efectos de los medios de comunicación de masas: los modelos de análisis. Obtenido de http://hdl.handle.net/2445/6201
González Mateos, J. (20 de marzo de 2021). ‘Fake news’ y desinformación en Europa, David contra Goliat. Obtenido de Deia: https://www.deia.eus/actualidad/union-europea/2021/03/20/fake-news-desinformacion-europa-david/1107377.html
Hernández Velasco, I. (28 de octubre de 2020). «Los ‘nativos digitales’ son los primeros niños con un coeficiente intelectual más bajo que sus padres». Obtenido de BBC News Mundo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-54554333
Jiménez García, D. (2019). El Director: secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo. Madrid: Libros del KO.
Losada Maestre, R. (21 de agosto de 2020). Los mayores de 50 (y no los jóvenes) son quienes más noticias falsas comparten. Obtenido de The Conversation: https://theconversation.com/los-mayores-de-50-y-no-los-jovenes-son-quienes-mas-noticias-falsas-comparten-141649
Merton, R. K. (1949). Teoría y estructuras sociales. Mexico: Fondo de Cultura Económica.
Moreno Durán, A. (2019 de octubre de 30). «Prensa española, manipuladora». Obtenido de InfoLibre: https://www.infolibre.es/noticias/opinion/columnas/2019/10/29/prensa_espanola_manipuladora_100393_1023.html
Público. (30 de abril de 2011). «Sin preguntas, no hay cobertura». Obtenido de Publico.es: https://www.publico.es/actualidad/preguntas-no-hay-cobertura.html
Rodrigo Alsina, M., & Estrada Alsina, A. (2020). La perspectiva funcionalista de las teorías de la comunicación. En M. Rodrigo Alsina, & A. Estrada Alsina, Teorías de la comunicación (págs. 9-10). Barcelona: UOC.