De entre las reacciones sociales que está suscitando el testimonio de Rocío Carrasco, hay un par en las que me gustaría detenerme.

La primera sorpresa para mí es que por fin se empieza a hablar masivamente, y no solo en círculos feministas, de la dificultad probatoria de la violencia psicológica en un juzgado. Los «¡denuncia, mujer!» están empezando a callar, ante la pregunta de «sí, denuncio, ¿y cómo lo demuestro?»

También me parece importante que se esté empezando a hablar fuera de los entornos feministas del fenómeno de la luz de gas como una forma de maltrato. De cómo un maltratador puede llegar a hacerte dudar de tu propia visión, cómo por la vía de decirte que estás loca, que las hormonas te alteran o que los celos te desquician y no ves las cosas como son, llegas a dudar de ti misma y de tu propia percepción de la realidad. Y con tu propia percepción de la realidad alterada fruto de esta forma de maltrato, con síntomas como ansiedad, depresión, estrés, trastornos del sueño y de la alimentación… ¿Cómo vas a denunciar, si dudas hasta de lo que has vivido? ¿Quién te va a creer si no te crees ni tú?

El papel de las familias no es un asunto menor. Otro aspecto que el programa está sacando a la luz es la habilidad de los maltratadores para poner a la familia de la víctima de su parte. Mientras unos maltratadores utilizan el aislamiento familiar y social como técnica, otros consiguen poner a la familia de ella a su favor, contribuyendo con ello a la sensación de soledad y aislamiento, de no tener a quien recurrir. Por si fuera poco, se utiliza como técnica legitimadora de la violencia ejercida: si hasta tu propia familia está de su parte, ¿cómo va a ser tan malo? Un elemento más, sumado a los trastornos de orden psicológico y psiquiátrico que produce el maltrato, que contribuye a desacreditar el testimonio de las víctimas de violencia de género.

Y, por último, entre las reacciones que está generando el documental sobre la violencia sufrida por Rocío Carrasco en su relación, también ha llevado en cierta medida a romper el tabú mediático y social acerca del suicidio y que empecemos a hablar del tema. Con el suicidio también observo un fenómeno dual: mientras el masculino se instrumentaliza por medio de bulos y cifras infladas, el femenino se desacredita y se intenta hacer pasar por un paripé, un show para llamar la atención o salirse con la suya.

Que si es una salida cobarde, que si lo hace para llamar la atención, que si quien quiere hacerlo de verdad no monta el numerito, que si lo único que quiere es presionar para salirse con la suya… Son muchos los mitos, y generan mucho dolor, y ya es hora de intentar romperos.

Si me pedís consejo, solo tengo uno: escuchad. Una persona que ha pasado por una tentativa autolítica, es una persona que ha llegado al límite de su capacidad de aguante frente al dolor, que ya no tiene fuerzas ni herramientas psicológicas para lidiar con su sufrimiento. Puede ser que no comprendáis los motivos para tanto sufrimiento, pero es que son suyos, lo último que necesita es que la juzguéis o que le digáis cómo afrontaríais vosotros sus problemas, porque no estáis en su piel.

El suicidio no es una cuestión de cobardía o valentía: es una cuestión de soledad. Cuando no tienes redes de apoyo, cuando estás al límite, cuando no tienes a quien recurrir, cuando estás al límite… el suicidio se antoja una salida válida. Tampoco es una cuestión de egoísmo: es una cuestión de no tener recursos emocionales para lidiar con el dolor.

Hay una creencia errónea, que creo que abunda sobre todo en parejas caracterizadas por el maltrato y en familias tóxicas, de creer que la persona suicida, especialmente cuando es una mujer, lo busca es llamar la atención o ejercer chantaje emocional para salirse con la suya. Ni una cosa ni la otra. Si acaso, lo de «llamarla atención», si lo separamos de la acusación que lleva implícita, podría acercarse a la realidad: una tentativa de suicidio es un grito desesperado de socorro. Lo que ya no es cierto es que la persona suicida lo haga para intentar doblegar la voluntad de las personas que tiene a su alrededor, y quizá este planteamiento forme parte del sufrimiento, la soledad y la frustración de la persona con conductas suicidas. El hecho de que un dolor tan inmenso sea subestimado por el entorno, y la persona sea etiquetada de infantil y egoísta, sin duda contribuye a su aislamiento, a la sensación de no tener a quien recurrir.

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2 comentarios

  1. Fenomenal, Jessica. Me imagino a personas que están inmersas en tanto sufrimiento como para pensar en el suicidio y confío en que ver expuestas estas ideas pudieran servirle de bálsamo. Porque explicitan sentimientos o sensaciones que quizá creen que sólo están en su cabeza y ven que no son los únicos. Porque dan nombre a situaciones que están viviendo y eso sólo ya es liberador. E imagino que aguantan un poco más, que resisten un poco más hasta encontrar la ayuda que están necesitando.

    Por otra parte, ¿sabes que he echado de menos en el artículo?, pues fuentes o datos para apuntalar el desmentido de esos mitos. Vamos, por pedir que no quede, que me tienes mal acostumbrada y al entrar en el artículo era una de mis expectativas.
    Un saludo

  2. Pues me desdigo de mi anterior comentario: he visto en twitter que enlazas dos o tres fuentes y artículos con bastante información más técnica. Vamos, que mis expectativas se han visto cumplidas con creces.
    Gracias, Jessica.

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