Este artículo (y la video-entrevista que lo acompaña) nace de la reflexión de Gema Solares, estudiante de periodismo, para su TFG. Estuvimos charlando sobre las diferencias entre los conceptos body positive y body neutrality, y el poder transformador de la sociedad de cada uno de ellos.

En mi opinión (SPOILER), el body positive es un movimiento que ha sido muy importante, y ha sido en cierta medida protagonista del cambio social posibilitando que tengan representación modelos alternativos de cuerpos en el mundo de la moda y la publicidad bajo el paraguas «todos los cuerpos son bellos», pero a la vez está limitado por el contexto social capitalista en el que se enmarca, pues la belleza de todos los cuerpos parte de la premisa no cuestionada de que todos los cuerpos son consumibles, sexualizables, cosificables, y por lo tanto su modelo no es rompedor ni transformador, se limita a expandir el abanico de posibilidades de consumo dentro de la lógica capitalista depredadora.

Por su parte, el body neutrality cambia el foco y pasa de situar en el centro la belleza de todos los cuerpos, y por lo tanto su apariencia y su relación con los cánones estéticos, a propugnar que todos los cuerpos son igualmente VÁLIDOS, lo cual sugiere un cambio de paradigma más que un cambio de enfoque: no se valora a los cuerpos por cómo se ven (por cómo son vistos y apreciados por terceros), sino por lo que son, por lo que pueden hacer para la propia persona. El foco pasa de ser la belleza o la imagen, a ser la funcionalidad. Su potencial transformador radica en que hace visibles modelos que son bastante poco aptos, digamos, para el consumo heterosexual, lo cual lo hace más difícilmente apropiable por parte de la industria. Sin embargo, no podemos obviar la capacidad que tiene el capitalismo de integrar los movimientos sociales con potencial transformador, y convertirlos en objetos de consumo y camisetas del Che Guevara. Un ejemplo es la apropiación del movimiento por los derechos de las personas trans. El activismo trans ha sido incorporado a la industria de la moda en sus campañas de publicidad como iconos pop.

Los «Javis» son unos especialistas en la apropiación del activismo trans para hacer negocio, pero desde luego no son los únicos ni mucho menos.

¿Es la comunidad trans un segmento de mercado interesante al que dirigir sus productos? Por porcentaje y por sus características sociodemográficas y socioeconómicas, lo dudo mucho. Pero permite a marcas (y a políticos) consolidar una imagen determinada asociada a la lucha por los derechos de colectivos vulnerables y de compromiso con los movimientos sociales, sin demasiado esfuerzo por su parte.

¿Podemos hacer algo como consumidores? Bajo mi punto de vista, nuestra capacidad de transformación por la vía de reorientar nuestras prácticas de consumo en un contexto capitalista es bastante limitada. Porque requiere interés, tiempo, información que no siempre es fácil de localizar por ocultación interesada por parte de las propias empresas, y energía para identificar y mantener pautas de consumo alternativas. No es fácil ni está al alcance de cualquiera mantener un comportamiento 100% coherente entre nuestras ideas y nuestras prácticas de consumo, al menos en nuestras sociedades turbocapitalistas actuales. Lo que sí creo que tiene potencial transformador, además de intentar mantener en la medida de nuestras posibilidades unas prácticas de consumo coherentes, es el activismo, cada cual a su alcance y en su entorno. Creo sinceramente que las empresas le tienen más miedo a una crisis de reputación que a los efectos sobre la cuenta de resultados de un boicot de consumo.

Un ejemplo de esto último es cuando La Crono denunció que en la web de Decathlon, si buscabas bañadores de niño te aparecían prendas de baño, mientras que si buscabas bañadores de niña lo que te mostraba la web eran niñas posando con bañadores. Es un ejemplo, y parece que desde el año 2019 que se denunció algo está cambiando, aunque no tengo del todo claro con qué criterio.

Algunas cosas están cambiando, eso creo que es indudable. Si ponemos en contexto y comparamos los mensajes publicitarios actuales con los de hace 20 o 30 años, podremos observar que el tratamiento de la mujer ha ido variando ligeramente. Que la industria de la moda cambie las representaciones de los cuerpos de la mujer ha tenido implicaciones por ejemplo en la propagación de los trastornos de la conducta alimentaria, que alcanzaron niveles de pandemia entre las jóvenes de los 90 y 2000.

Sin embargo, el peligro consiste en que la industria incorpore estos movimientos sociales a su imagen de marca, sin atender realmente a los cambios en profundidad que eso implica, y acabar convirtiendo un movimiento transformador en un icono pop. Un ejemplo es Violeta, de Mango: está muy bien que incorporen a su política de comunicación y de producto modelos que se salen del canon estereotípico que ha triunfado en la industria de la moda hasta épocas muy recientes. Vale, muy bien, pero nos mandan a una ubicación distinta, porque en sus tiendas no quieren gordas. ¿Qué mensaje manda eso?

¿De qué sirve que a tus anuncios incorpores modelos de tallas algo más grandes de las que solías, si el tallaje en las tiendas sigue siendo el mismo, y en tu web «tallas grandes» es una categoría como «camisetas», «vestidos» o «pantalones»? Como decía más arriba, este tipo de pequeños cambios en la política de comunicación permiten consolidar una imagen de marca menos agresiva para las mujeres, sin hacer ningún cambio que no sea más que cosmético.

Asimismo, tampoco podemos obviar en ese proceso que hemos sido socializadas en una sociedad patriarcal, y que por lo tanto hemos interiorizado desde bien pequeñas los modelos válidos. La primera resistencia a vencer está en nosotras mismas, y eso es algo que cualquier mujer que se haya planteado ir por primera vez a la playa sin depilar habrá podido comprobar en su propia piel. Que existan campañas como las de Nike o Adidas en las que, de forma puntual, presentan modelos sin depilar, ayudarían en este proceso, si no fuese porque podemos comprobar la furibunda reacción que desatan.

Y eso que son campañas que, en sí mismas, no interpelan a los hombres. Y aún así, o les generan un profundo rechazo, o no se sienten interpelados, como las campañas de Dove, que directamente no van con ellos.

Y cuando se hacen campañas específicamente orientadas a ellos, como la de Gillette hace un par de años interpelando a esa masculinidad tóxica, también desató encendidas críticas. La resistencia al cambio no procede únicamente de la industria.

Las cosas en la industria de la moda, y en la sociedad en general, están cambiando. No me cabe duda. Los modelos y las prácticas están cambiando. Pero porque lo están haciendo las ideas, las actitudes y los comportamientos. La industria de la moda está cambiando, porque nosotras estamos cambiando y estamos empujándolas en ese cambio, con enormes reticencias por su parte y siempre buscando cómo poder apropiarse e integrar estos cambios en su propia lógica empresarial. El cambio debe venir de la sociedad, y la industria acompañará, si esperamos que sea al revés cualquier movimiento transformador en un contexto capitalista está abocado al fracaso.

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