Hay dos fenómenos en ciencias sociales que están ampliamente estudiados y funcionan para explicar la expresión de la identidad. No la conformación de la identidad, que es otro fenómeno en el que hay diferentes procesos implicados, sino que funciona para explicar cómo se expresa: la diferenciación social y la necesidad de pertenencia.

Si bien estos dos fenómenos pueden parecer a simple vista contradictorios, lo cierto es que son complementarios. La diferenciación social funciona como una forma de diferenciarnos de la masa, de las categorías mainstream, como una forma de reclamar nuestra individualidad y de expresar nuestra identidad única y personal. Mientras que la necesidad de pertenencia es la necesidad que sentimos de pertenecer a algo más grande, de vincularnos a un grupo social cuyos atributos y valores apreciamos, y por lo tanto al formar parte de ese grupo, esos atributos pasan a formar parte también de nosotros mismos y de nuestra propia identidad.

Pensemos ahora en qué caracteriza el periodo de la adolescencia: el tránsito desde la infancia a la edad adulta está caracterizado, principalmente, por tremendos cambios corporales, algo que en el caso de las niñas es especialmente problemático por dos motivos. Uno, por la menstruación: no hay una sola mujer en el mundo y parte del extranjero a la que le encante tener la regla. Incluso a quienes la pasamos sin dolor ni especiales molestias, ya os digo que agradable no es, y menos aún en esos primeros meses. Manchas, es incómodo, no sabes aún muy bien cómo gestionar el tema. Pero por otro los cambios corporales de las niñas durante la pubertad y la adolescencia son especialmente problemáticos porque empiezan a ser conscientes de la mirada masculina y de la sexualización temprana de la que son objeto. Este fenómeno de sexualización temprana de la que son objeto, en la adolescencia empieza a ser identificado por ellas mismas, mientras que en infancia es más probable que les pasara desapercibido. Todo esto, unido a la tremenda presión social sobre los cuerpos de las mujeres, y más aún de las mujeres jóvenes, no es extraño que desemboque en una relación problemática de la adolescente con su cuerpo. Disforia, complejos, trastornos de la conducta alimentaria, etc.

¿Qué más caracteriza la etapa de la adolescencia? Un intenso sufrimiento emocional, la sensación de que no encajas en ningún sitio, de que los adultos de tu entorno no te entienden (padres, profesores…), de que no se enteran de nada y que el mundo ha cambiado y están fuerísima de cómo funcionan las cosas ahora. La necesidad de explorar los límites y las consecuencias reales de transgredir las normas. A lo que habría que añadir unos roles y estereotipos de género que nos encasillan pero que aún cuentan con un fuerte arraigo cultural en nuestra sociedad.

Tradicionalmente, la necesidad de pertenencia y diferenciación social durante la etapa de la adolescencia se gestionaba participando de lo que conocemos como tribus urbanas: punkis, emos, heavys, raperos, deportistas… Me vale prácticamente cualquier grupo social con características diferenciables, y unas más estigmatizadas que otras. La adscripción a unas hacían enfadar a los padres más que otras, por decirlo así, pero era común que solventara con un «está en la edad del pavo, ya madurará».

¿Y qué tiene que ver todo esto con los dos fenómenos que he explicado más arriba? Bien. Para entender la relación hay que tener en cuenta la evolución que ha tenido la percepción social del colectivo LGTBI a lo largo de la historia en nuestro país. Ha pasado de estar literalmente afectado por la Ley de Vagos y Maleantes, a la igualdad real y efectiva garantizada por ley (con penas de multa bastante importantes). Un paso así no se produce si no hay un respaldo social importante. Recordemos por ejemplo la evolución del apoyo social al matrimonio igualitario aprobado por el gobierno de Rodríguez Zapatero: pasó de un apoyo del 60% en el momento en que se aprobó, a más de un 80% 10 años después, y no ha dejado de crecer. Por supuesto, la homofobia sigue existiendo, y vivimos en una sociedad que tiene fuertemente normalizadas ciertas dinámicas homófobas que son más difíciles de erradicar, pero a lo que me refiero es al rechazo frontal y abierto hacia el colectivo LGTBI. Son minoritarios los grupos que manifiestan tener prejuicios hacia ellos, la mayoría social no cree tenerlos, es más, a la mayoría social no le gusta pensar que los tiene, lo que demuestra que la etiqueta «homófobo», como «machista», sea considerada un insulto. Insisto, aunque aún queden ciertos aspectos en los que estos prejuicios se manifiesten, como por ejemplo la presunción de heterosexualidad.

La percepción social ha virado de considerar al colectivo gay depravados, viciosos o enfermos, a considerar que todas las orientaciones sexuales (entre adultos) son perfectamente válidas y merecedoras, no ya de tolerancia, sino de respeto. Y aún vamos un paso más allá, en la protección legal hacia las orientaciones no normativas para evitar que los reductos de odio que aún quedan se reproduzcan y sigan haciendo daño. Como sociedad, somos conscientes de las dificultades que atraviesan las personas con orientaciones que se salen de la heterosexualidad obligatoria, del bullying en los institutos, de los armarios y la dificultad de salir de ellos en entornos familiares o laborales, de la discriminación que opera de manera más o menos soterrada, etc. De ahí que seamos especialmente sensibles hacia las personas que conforman el colectivo LGTBI y, como sociedad, seamos especialmente vigilantes en la defensa y protección de sus derechos.

Y no es un dato que me invente yo, es la propia Ministra de Igualdad quien se hace eco orgullosa de una encuesta de YouGov en la que preguntan por el apoyo si un miembro de la familia se declarara lesbiana, gay o bisexual, y en la que se comparan los resultados por países.

Que sí, que ya lo sé, que queda mucho por hacer y no estoy siendo ni mucho menos triunfalista en este aspecto. También me consta que somos una sociedad comprometida en la lucha contra la violencia de género, y sin embargo seguimos teniendo normalizadas dinámicas que la facilitan y la refuerzan, y las administraciones fallan estrepitosamente a la hora de proteger a las víctimas. Pues con el colectivo LGTBI lo mismo: como sociedad estamos concienciados, pero seguimos teniendo integrados comportamientos homófobos y las administraciones siguen fallando en la lucha contra la discriminación. Espero que se entienda el paralelismo.

Voy a detenerme un poco más a señalar esta evolución social sobre los atributos que se asocian al colectivo LGTBI porque, en el contexto de las dos dinámicas sociales que he expuesto en la introducción (diferenciación social y necesidad de pertenencia), me parece importante. Hemos pasado de atribuirles etiquetas como «viciosos», «depravados» o «enfermos», a asociar al colectivo con atributos como «amistad», «solidaridad», «apoyo mutuo» o «empatía» debido a los numerosos procesos de rechazo por los que sabemos que transitan a lo largo de su vida. De ahí que la amistad y el apoyo mutuo sean atributos altamente apreciados en el colectivo LGTBI, más aún cuando vienen de una larga historia de rechazo familiar.

Entre ellos, la adolescencia y la juventud es quien muestra unas actitudes más abiertamente pro-derechos del colectivo LGTBI, beligerante incluso en su defensa. Y entre todas las letras, destaca en los últimos años la T por encima del resto, en cuanto a proyección mediática y al interés social que suscita, que se ha trasladado desde los colectivos feministas al resto de la sociedad.

Hace unos años, en los medios de comunicación los únicos referentes trans eran personajes histriónicos del estilo de La Veneno, Bibi Andersen o Amor Romeira. Mientras que en la actualidad proliferan entrevistas, reportajes, programas de debate o de testimonios donde aparecen familias con menores y jóvenes trans, con quienes es mucho más fácil identificarse. Y esta proliferación de perfiles hace que el abanico de referentes con los que identificarse sea mayor, pero también conlleva mayor influencia sobre la necesidad de pertenencia, por parte de gente que quiere asociarse a los atributos positivos que identifican en el colectivo.

Y aquí es a donde quería yo llegar. De todas las características que he destacado de la adolescencia, pocas son las que no podrían atribuirse también al hecho de ser trans: disconformidad con los cambios corporales experimentados en la pubertad y la adolescencia (para eso se usan bloqueadores hormonales), relación problemática con el propio cuerpo y lo que este representa para la sociedad (incluyendo expectativas y presión estética), sufrimiento emocional intenso, sentir que nadie te entiende y que no encajas en ningún sitio, disconformidad con los roles y con los estereotipos de género, voluntad de transgresión de las normas sociales especialmente aquellas asociadas al género. De este modo, es fácil hacer una falsa atribución, y llegar a la conclusión de que procesos que son propios de la adolescencia, en realidad están motivados por una disconformidad sexo/género, y por lo tanto tienen como origen que en realidad el o la adolescente es trans.

Si a esto le añadimos que, salvo determinados reductos reaccionarios (y omitiendo la perplejidad inicial), apoyo político, legal, social, escolar y familiar ante la perspectiva de tener un hijo o una hija trans al visibilizar las dificultades que atravesará en la vida por ello, hemos allanado el camino. Si lo que antes era «mis padres no me entienden» y «mi hijo está en la edad del pavo», ahora es «mis padres me apoyan» y «mi hijo/a sufre mucho porque es trans», hemos dado un giro de 180º.

«Pero es que también hay familias que echan de casa a sus hijes por ser trans y/o no binaries«. Sí, cierto. Y por ser gay o lesbiana. Y por quedarse embarazada en la adolescencia. Pero estaremos de acuerdo en que esta respuesta familiar que consiste en echarles de casa es minoritaria, afortunadamente no es representativa de la mayoría social en la actualidad. Otra cosa son las relaciones conflictivas durante la adolescencia y la juventud. Que levante la mano quien no se ha ido de casa dando un portazo en su adolescencia, para volver a las pocas horas.

Y estos son algunos de los aspectos que creo que explican el auge de las adolescencias trans. En las infancias trans no me voy a meter porque creo que el fenómeno es mucho más complejo de lo que transmiten los medios de comunicación en sus reportajes y entrevistas plagados de topicazos. No sé si es por una intención manifiesta de simplificar el mensaje y que cale mejor en la audiencia, o porque los padres y madres de menores trans tampoco saben muy bien cómo explicarlo sin incurrir en los tradicionales estereotipos de género, o a qué es debido. Pero en el caso de de la adolescencia y el proceso de madurez de la infancia a la edad adulta y la influencia que ejercen los grupos de iguales y los medios de comunicación social, aquí sí creo que el debate está abierto.

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