Esta entrada es un ejercicio para la asignatura de Historia Contemporánea I en el marco de la reflexión sobre el carácter fundacional del proyecto ilustrado en el mundo moderno, la relevancia de las revoluciones constitucionales, y el papel de ideologías como el liberalismo y el nacionalismo en la construcción democrática de los estados modernos, en particular del modelo de Estado-nacion.

Introducción

Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tres corrientes ideológicas han marcado los distintos procesos revolucionarios que han dado origen al mundo occidental tal y como lo conocemos: el liberalismo fruto de la Ilustración, el nacionalismo y romanticismo han dado como fruto a las democracias parlamentarias modernas como sistema político, al capitalismo como sistema económico y al Estado moderno como forma de organización territorial.

Sin embargo, lejos de constituir un fenómeno universal, las distintas revoluciones que han tenido lugar en el resto del mundo han tenido su propio origen y desarrollo particular. Los movimientos nacionalistas, ¿han sido causa o consecuencia de los distintos procesos revolucionarios que dieron origen a la constitución de los Estados-Nación? ¿Qué diferencia los movimientos nacionalistas de Europa, surgidos al calor del Romanticismo, de los movimientos surgidos para luchar contra el imperialismo colonialista europeo? Estas y otras cuestiones son las que nos proponemos abordar en el presente ensayo.

Marco teórico

No hay nada natural, espontáneo o ahistórico en la existencia de las naciones que actualmente existen en el mundo, sean en forma de Estado o no. El propio concepto de “nación” responde a una construcción social basada en una serie de características marcadas políticamente, tan flexibles como lo sea nuestro marco interpretativo.

Origen étnico, vínculos históricos, culturales, religiosos, y la propia conciencia de pertenecer a una misma comunidad no son rasgos exentos de polémica. Ni siquiera compartir el mismo idioma o el mismo territorio son características que puedan nombrarse de una manera inequívoca. La historia de Israel y el avance de sus fronteras que ha modificado el perfil del territorio palestino a lo largo de las últimas décadas (BBC Mundo, 2020), y el conflicto lingüístico recurrente entre las instituciones autonómicas valenciana y catalana a cuenta de la unidad del idioma (Baleková, 2011), son dos ejemplos de que ni siquiera aspectos tan aparentemente consensuados como la lengua o el territorio son ajenos al debate en el eje nacionalista.

El periplo del pueblo kurdo, que nunca ha llegado a tener un Estado propio (actualmente están repartidos entre cuatro países[1]), es actualmente la minoría étnica sin Estado propio más importante de Oriente Medio. No comparten ni territorio, ni idioma, ni religión, pero sí una fuerte conciencia de pertenecer a una misma comunidad nacional (Miró, 2008).

Definiciones

En primer lugar, para poder hacer un recorrido sociohistórico por el fenómeno del nacionalismo y las revoluciones que tuvieron su origen en la idea de comunidad nacional, desde el siglo XIX a la actualidad, conviene definir qué entendemos tanto por revolución como por nacionalismo. Debemos evitar caer en lo que el Dr. José Calvo Poyato definió como “presentismo histórico”, es decir, analizar el pasado con los criterios del presente (Calvo Poyato, 2016).

Para definir el concepto de revolución, nos basaremos en la definición de J. Osterhammel: «una revolución es un caso de protesta colectiva con particular trascendencia: un cambio de sistema radical con la participación de personas ajenas a los círculos de los anteriores titulares del poder» (Osterhammel, 2015, pág. 733). En especial esa mención a los titulares del poder será de relevancia cuando analicemos el papel de las élites locales en los distintos procesos revolucionarios. También Osterhammel nos recuerda que una revolución deviene exitosa cunado logra derrocar a las antiguas élites gobernantes mediante la movilización de las masas, y sustituirlas por nuevas a través de una transformación radical de la estructura social; sin embargo, el éxito o no de un proceso revolucionario no es determinante para categorizarlo como tal.

Por su parte, teniendo en cuenta que el nacionalismo del siglo XIX poco o nada tiene que ver con el del siglo XX, también consideramos necesario empezar este ensayo estableciendo una breve taxonomía de los diferentes tipos de nacionalismo a los que haremos referencia a lo largo del texto:

  1. Nacionalismo imperialista, relacionado con el patriotismo, en comunidades relativamente homogéneas en cuanto a lengua y religión, propio de países con larga tradición de Estados centralizados (Roca Vernet, 2017, pág. 24). Es el nacionalismo propio de la Europa colonizadora de finales del S. XIX y principios del XX. Lo más parecido que existe en el siglo XXI es lo que Najat El Hachmi ha definido como “nacionalislamismo” (El Hachmi, 2019, pág. 40).
  2. Nacionalismo regional, propio de las naciones sin Estado, surgido en los países colonizados como forma de reivindicación de sus diferencias nacionales respecto al imperio. La lucha del pueblo kurdo, el palestino o el saharaui por lograr un Estado propio que les garantice la protección de la que ahora no gozan por parte de las autoridades de los Estados de los que forman parte son ejemplos de largas trayectorias históricas de naciones sin Estado, conflictos que todavía no han sido resueltos ni parece que vayan a estarlo en un futuro próximo.
  3. Nacionalismo de Estado, o fomentado como una forma de patriotismo por los propios Estados de nueva creación, que vendría a ser el corolario exitoso de la categoría anterior. Garibaldi es el símbolo por excelencia de Italia como república democrática y unificada, cuya influencia se extiende desde Europa hasta América Latina (Carpanetto, 2016). Herramientas como la educación, las tradiciones, los medios de comunicación o la política de Estado contribuyen a consolidar este sentimiento de pertenencia nacional y de comunidad.

Contexto sociohistórico e hipótesis: las distintas oleadas revolucionarias

¿El nacionalismo es propio de élites burguesas que desean conservar sus privilegios de clase, o por el contrario es un movimiento liberador que surge de abajo a arriba, del pueblo contra esas mismas élites que le mantienen oprimido, y donde un Estado propio adquiere potencial emancipatorio? En los últimos años, la relación entre el movimiento independentista catalán y la burguesía ídem ha dado pie a numerosos análisis al respecto. Por un lado, tenemos al empresariado participando del nacionalismo convergente del peix al cove en contra de un modelo de estado centralista y radical, «contra el proyecto de convertir Madrid en una megalópolis asfixiante» (Pérez, 2019) y no tanto como un movimiento rupturista; por otro, en los últimos años del “procès”[2], tenemos que más de 7.000 empresas trasladan su sede social fuera de Catalunya (Faes & López, 2021) y el independentismo ha pasado de representar solo el 29% entre las personas con «muchas dificultades con sus ingresos» (Llaneras, 2017) a ganar fuerza electoralmente hablando en los distritos de menor renta (Puente & Sánchez, 2019). Es evidente el grado de confusión respecto al papel ambivalente que toman las élites en el fenómeno del nacionalismo, al menos si atendemos al ejemplo más reciente y cercano.

Apuntemos una posible hipótesis: las élites locales son, por definición, reacias a cualquier movimiento con potencial transformador, siempre y cuando el statu quo les permita seguir disfrutando de sus privilegios de clase; a partir del momento en que el statu quo supone un freno a esos privilegios, las élites locales no dudan en alentar o incluso promover movimientos emancipatorios o incluso procesos revolucionarios, con la expectativa de lograr una mejor correlación de fuerzas de la nueva coyuntura surgida. Sin embargo, una revolución “desde arriba” difícilmente triunfará si no alentando a las masas con el objetivo de subvertir la totalidad del sistema político. Napoleón y Stalin son dos ejemplos de “revoluciones desde arriba” (Osterhammel, 2015, pág. 737) que, sin embargo, por sus propias características al representar dos casos extremos difícilmente podríamos considerarlos representativos.

Desde un paradigma de análisis marxista, las revoluciones tienen su origen en el antagonismo de clase, que constituyen el motor de la historia. Sin embargo, Osterhammel plantea la teoría de que las revoluciones parten de la percepción de injusticias por parte de personas o grupos reducidos con posibilidades de actuación que dan origen a actos de desobediencia (Osterhammel, 2015, pág. 742), que necesita de una base amplia sólida para expandirse y lograr una transformación política y social.

Si ampliamos el foco tanto geográfica como temporalmente, podemos establecer de acuerdo a la categorización formulada por J. Osterhammel, 3 oleadas revolucionarias a nivel mundial:

  • Primera oleada (1765-1830): Se inicia con los disturbios revolucionarios que culminan con el nacimiento de Estados Unidos en 1783[3], seguido por la Revolución Francesa en 1789, las dos revoluciones de la Ilustración dieron origen a un nuevo modelo de Estado donde los gobernantes debían rendir cuentas frente a una comunidad de ciudadanos libres e iguales, dando así el pistoletazo de salida al mundo contemporáneo y una era de revoluciones que se alimentaron del potencial de las ideas que originaron las revoluciones francesa y americana, dando origen a un nacionalismo de Estado que pervive hasta nuestros días.
  • Segunda oleada (1847-1865): caracterizada por los conflictos coloniales, y en cierto modo heredera de las revoluciones colonizadoras precedentes. Si atendemos a la definición de revolución citada más arriba, el colonialismo fue una revolución de tipo nacional-imperialista en el sentido que supuso un cambio de sistema radical y la sustitución de unas élites por otras. Estos procesos de conquista crearon las bases para el ascenso de nuevas élites locales y la construcción de una identidad nacional propia (en muchos casos, promovida por la propia metrópoli), lo que condujo a una segunda oleada revolucionaria caracterizada por los conflictos coloniales, los movimientos de resistencia democrática de los nacionalismos regionales y la construcción de nuevos Estados-nación surgidos de estos procesos revolucionarios.
  • Tercera oleada (1905-1920): la de las revoluciones euroasiáticas de principios del siglo XX, arranca con la primera Revolución Rusa de 1905 y culmina con la I Guerra Mundial y la segunda Revolución Rusa de 1917, si bien el punto y final de esta oleada lo marca el fin de la revolución de México (1910-1920). Fue en Rusia donde se inició esta nueva ola de revoluciones que superaban las fronteras nacionales, un planteamiento novedoso en la historia de las revoluciones (Osterhammel, 2015, pág. 792).

El citado autor no es partidario de la teoría del “contagio” revolucionario de unos países a otros, es decir, que las distintas revoluciones no actuaron como motor unas de otras pero sí es consciente de que las élites locales son conocedoras de los distintos procesos de los países de su entorno: «aunque las revoluciones euroasiáticas no se multiplicaron por un efecto dominó inmediato, sus actores conocían el repertorio de las posiciones revolucionarias» (Osterhammel, 2015, págs. 794-795). No es aventurada la hipótesis de que la extensión de la prensa escrita, y con ella la difusión de las ideas derivadas de la Ilustración, singularmente el liberalismo y la democracia que eclosionaron durante la primera oleada revolucionaria, se extendieron y calaron primero en las élites y de ahí traspasaron a las masas, donde prendió la mecha revolucionaria de un proyecto emancipador, al cual las élites se sumaron al considerar que un cambio de estatus político repercutiría en una mejora de su posición de privilegio.

Conclusiones

En apoyo de la hipótesis formulada, cabe citar a Jordi Roca Vernet cuando describe que un rasgo característico de los nacionalismos de todo el siglo XIX consistió en que las élites locales se afanaron en unirse al poder del Estado-nación por medio del liderazgo de los movimientos nacionalistas, de tal modo que reclamaron proyección institucional en la organización del poder local (Roca Vernet, 2017, pág. 22). De modo que cobra fuerza la hipótesis de que las élites se implican en movimientos nacionalistas cuando el proyecto emancipatorio de construcción nacional pueda suponerles una mejora en la correlación de fuerzas, y son por lo tanto o bien promotores/instigadores, o bien suponen un apoyo decisivo para los procesos revolucionarios que devendrían en la construcción de los Estados-Nación, pues estas élites locales requieren del apoyo de una base social amplia para triunfar.

Bibliografía

Baleková, H. (2011). Conflicto lingüístico en Cataluña y Valencia. Olomouc: Univerzita Palackého v Olomouci.

BBC Mundo. (16 de septiembre de 2020). Conflicto israelí-palestino: 6 mapas que muestran cómo ha cambiado el territorio palestino en las últimas décadas. Obtenido de BBC Mundo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-54162476

Calvo Poyato, J. (19 de marzo de 2016). Presentismo histórico. Obtenido de JoséCalvoPoyato.com: http://www.josecalvopoyato.com/Inicio/presentismo-historico-josecalvopoyato/

Carpanetto, D. (2 de junio de 2016). Garibaldi, el héroe de la liberación de Italia. Obtenido de Historia. National Geographic: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/garibaldi-heroe-liberacion-italia_10419/6

Droz, J. (1966). Le socialisme démocratique, 1846-1960. París: Armand Colin.

El Hachmi, N. (2019). Sempre han parlat per nosaltres. Barcelona: Ediciones 62.

Faes, I., & López, E. (12 de febrero de 2021). Cataluña supera las 7.000 empresas huidas desde el principio del ‘procés’. Obtenido de El Economista: https://www.eleconomista.es/economia/noticias/11045875/02/21/Cataluna-supera-las-7000-empresas-huidas-desde-el-principio-del-proces.html

Lerouge, H. (2014). El movimiento socialista y la Primera Guerra Mundial. Estudios Marxistas Nº 105. Obtenido de Asociación Cultural Jaime Lago: https://www.jaimelago.org/node/99

Llaneras, K. (28 de septiembre de 2017). El apoyo a la independencia tiene raíces económicas y de origen social. Obtenido de El País: https://elpais.com/politica/2017/09/28/ratio/1506601198_808440.html

Miró, O. (2008). La cuestión kurda. Barcelona: UB. Obtenido de http://www.solidaritat.ub.edu/observatori/esp/dossiers/kurdistan/kurdistan.htm#inici

Osterhammel, J. (2015). Revoluciones. De Filadelfia a San Petersburgo pasando por Nankín. En J. Osterhammel, La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX (págs. 730-810). Barcelona: Crítica.

Pérez, M. (10 de febrero de 2019). Las burguesías y el ‘procés’. Obtenido de La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/opinion/20190210/46325037443/las-burguesias-y-el-proces.html

Puente, A., & Sánchez, R. (30 de mayo de 2019). El independentismo se hunde en los barrios de clase alta pero crece en las zonas pobres de Barcelona. Obtenido de eldiario.es: https://www.eldiario.es/catalunya/politica/independentismo-barrios-fuerza-humildes-barcelona_1_1530088.html

Roca Vernet, J. (2017). El món del segle XIX. Introducció. Barcelona: UOC.


Notas al pie

[1] Turquía, Irán, Irak y Siria.

[2] Concepto con el que se ha denominado al proceso político encaminado a lograr la independencia de Catalunya, incluyendo un frente electoral unitario de casi todos los partidos políticos con un referéndum de autodeterminación en la agenda (Junts pel Sí) y (al menos en teoría) un plan encaminado a desarrollar los instrumentos necesarios para echar a andar un Estado propio e independiente de España.

[3] «la fundación más temprana de un Estado de nuevo tipo» (Osterhammel, 2015, pág. 732)

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