Si yo fuese una youtuber de esas que aspiran a tener la residencia fiscal en Andorra, en lugar de un vídeo me habría marcado dos de más de diez minutos. Pero como soy una mindundi que nunca llegará a monetizar su canal, lo suelto todo en uno y arreando.
Hoy comento la afirmación de Pablo Iglesias de que la iniciativa política de Irene Montero por sacar adelante la ley trans desde el Ministerio de Igualdad ha desatado «una reacción violencia y agresiva sin precedentes«, y las declaraciones de la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, afirmando que las mascarillas «han venido para quedarse mientras haya gripe o cualquier otro virus».
Empecemos por el tuit de Pablo Iglesias, que no tiene desperdicio.
Hombre, Pablo… Si por “reacción violenta y agresiva sin precedentes” entiendes que te critiquen en twitter por el desempeño político en el ejercicio de tu cargo… pues sí, supongo que sí.
Hace unos días, una persona en twitter reflotó el post en el que explicaba los motivos por los cuales Podemos me había decepcionado. Básicamente lo resumí en cuatro puntos: la chapuza del Ingreso Mínimo Vital, la inacción del ministerio de Irene Montero en el tema de la prostitución, el recurso al chantaje emocional para sacar adelante la ley de autodeterminación de género y la ausencia de visión feminista al frente del Ministerio de Igualdad. ¿Y sabéis qué es lo que me cayó? Una oleada de «violencia y agresividad sin precedentes«. Como la que recibe la ministra a diario, pero ella es un cargo público que está sujeta a la crítica por su gestión, y yo soy una mindundi sin relevancia alguna, cuestionada por militantes del partido que fundó Pablo Iglesias por el sentido de mi voto. ¿Qué legitimidad tienen para cuestionar las palabras de Vargas Llosa sobre «votar bien», quienes me abroncan a mí que no soy nadie por votar mal y no toleran la más mínima crítica a sus dirigentes? Ninguna.
Lo curioso del asunto es que quienes me critican por sentirme decepcionada con Podemos, no me dicen «pues vota al PSOE si crees que lo haría mejor», o «pues vota a Errejón a ver si él consigue más cosas». No. Me sitúan directamente al lado de VOX. Porque en su esquema mental, en el paradigma con el que analizan el mundo, no existen las escalas de grises, no existen los matices, solo existen los extremos, el blanco y el negro, si no votas a Podemos entonces eres de Vox.
Porque esta es la clase de militancia que han promovido: una militancia acrítica hacia dentro y agresiva hacia fuera, porque esa es la forma de desactivar la crítica interna y fomentar la adhesión inquebrantable al líder y sus decisiones.
¿Qué revela la afirmación de Pablo Iglesias equiparando crítica legítima con violencia? Una malísima digestión de la crítica. Por supuesto, también ha recibido odio machista de ese sector ultra que considera que está donde está por comerle la polla al jefe, pero ese sector no la critica por haber impulsado la ley trans. Quienes la critican por haber impulsado una ley tan chapucera como los dos textos que se han encargado de filtrar desde su ministerio hemos sido las feministas. Irene Montero es Ministra del Gobierno, y se la critica por su acción política en el desempeño de su cargo, por sus prioridades al frente del Ministerio que dirige y por su paupérrima producción legislativa.
Eso no es violencia ni agresividad sin precedentes: es crítica legítima, y a estas alturas ya os tendríais que ir acostumbrando.
Pero no se acostumbran, porque vienen de las aulas, de la universidad, donde el corporativismo bloquea la crítica legítima del alumnado, donde desde su atalaya están exentos de rendir cuentas más allá de una encuesta de mero trámite a final del curso. Aspiraban a que la política funcionara igual y ¡sorpresa! La sociedad civil no es tu clase de 1º de Políticas. Llegaron a la política profesional esperando que el 15M fuese un cheque en blanco, y resulta que no. Vaya por dios.
“Reacción violenta y agresiva sin precedentes” en un país que tiene en su haber más de 800 muertes por terrorismo etarra (las del terrorismo de Estado aparte), y más de 1.000 mujeres asesinadas por el terrorismo machista desde que se tiene constancia. Qué poquísima vergüenza hay que tener para decir algo así.
Y en segundo lugar, me gustaría comentar la afirmación de la Ministra de Sanidad, Carolina Darias, de que las mascarillas han venido para quedarse, «mientras haya gripe u otros virus».
Mira, lo voy a decir con todo el respeto y la educación que soy capaz de reunir.
Y UNA POLLA COMO LA MANGA DE UN ABRIGO.
Me niego a tenerle miedo a la gripe como se lo hemos tenido al COVID-19. Simplemente: no. Punto.
Cabe decir que en este blog no hacemos negacionismo de la pandemia, ni de las mascarillas, ni de la vacuna. Pero una cosa es la pandemia, y otra muy distinta cómo se gestiona. En un primer momento el pánico era lógico, estábamos ante un fenómeno completamente desconocido, del que no teníamos precedentes recientes, que no sabíamos cómo enfocar, sin los recursos necesarios para abordarla, sin los conocimientos apropiados… Quiero recordar que en las primeras semanas de confinamiento, lavábamos con lejía hasta las bolsas del pan de molde. Dejábamos los zapatos en la puerta porque no sabíamos qué hacer para proteger a nuestros seres queridos y necesitábamos una sensación de control para no sentir que todo nuestro mundo se venía abajo.
Pero ha pasado año y medio ya. Es quizá un buen momento para parar y analizar lo que llevamos vivido y cómo lo estamos gestionando. Que las mascarillas se han convertido en un tótem, un amuleto que nos permite conservar la calma, es algo difícil de poner en duda a estas alturas, después de habernos pasado meses y meses teniendo que llevar la mascarilla puesta incluso paseando al aire libre y a solas. «Para que no nos relajemos», era el argumento que nos dieron. Porque somos criaturas, y tienen que tratarnos como tales, supongo.
La imposición de la mascarilla en exteriores no se eliminó porque mejorara la situación epidemiológica, sino porque con las vacunas decayó la adhesión a la norma. Se extendió la idea de “cómo estoy vacunado, en exteriores ya no hace falta que lleve la mascarilla”. Durante larguísimas semanas asistimos al repetitivo discurso de “aunque te hayas vacunado, sigues pudiendo contagiarte y contagiar: sigue usando la mascarilla”. Hasta que este discurso fue languideciendo por ineficaz. Y la imposición de la mascarilla en exteriores finalmente se retiró allí donde se pueda garantizar la distancia. En ausencia de mecanismos de control social no coactivos en espacios abiertos (la policía de balcón ya no te gritaba por salir a pasear al perro sin mascarilla), y baja adhesión a la norma, la obligatoriedad al aire libre donde hay distancia pasó a la historia.
Quiero recordar también que estuvimos a un pelo de tener que llevar la mascarilla a la playa, súper efectivas supongo que son con agua, salitre y arena, al aire libre y con cuarenta grados bajo la sombrilla. Mascarillas homeopáticas, tapabocas quitamultas es en lo que se convirtieron en ese contexto hasta que una de las normas más absurda de lo que llevamos de pandemia finalmente fue retirada.
Pero en interiores SÍ hay mecanismos de control social de tipo coactivo que obliguen a cumplir la norma aunque la adhesión social sea baja, y eso cambia las cosas, eso puede hacer que la norma perdure pese a la baja adhesión porque hay mecanismos para hacerla cumplir. Para entrar en el Mercadona hay un segurata en la puerta que puede prohibirte el acceso si no llevas mascarilla. En el cole, el profesorado. En el trabajo, el jefe. En el gimnasio, la persona que esté encargada de recepción. Estos mecanismos sí pueden velar por el cumplimiento de una norma aunque la adhesión social a la misma sea baja, e imponer sanciones como por ejemplo impedir la entrada.
Lo que me lleva a pensar que esa frase de la Ministra de Sanidad, “mientras exista la ley HABRÁ QUE CUMPLIRLA”, lo que revela es la intención de explorar hasta qué punto estos mecanismos de control social de tipo coactivo son eficaces para hacer cumplir esta norma. Decaerá cuando dejen de ser eficaces. Llevamos año y medio explorando los límites del miedo como mecanismo de control social, y hemos pasado a la siguiente fase: la sociedad civil ejerciendo ese mismo papel, y los límites de las autoridad informal.
Dejará de ser obligatorio llevar mascarillas en interiores cuando a la ministra le salga del coño, pero antes dejarán de ser eficaces esos mecanismos de control social.