Una pregunta muy repetida, especialmente en navidades, cuando se acercan los diferentes sorteos de lotería, «el gordo de Navidad», «el sorteo del niño», etc. Si te tocara en la lotería el dinero suficiente como para tener la vida resuelta para el resto de tu vida, ¿dejarías de trabajar?

Esto nos lleva a reflexionar sobre el trabajocentrismo, sobre cómo el trabajo da sentido a nuestras vidas y configura una parte de nuestra identidad, y cómo ha variado la percepción del trabajo como valor a lo largo del tiempo.

Construimos toda nuestra vida alrededor del trabajo y de las rutinas que nos impone. No comemos cuando tenemos hambre, ni dormimos cuando tenemos sueño: comemos cuando la pausa del trabajo nos lo permite, y nos vamos a dormir a una hora determinada teniendo en cuenta los horarios de trabajo, no nos levantamos cuando hemos descansado suficiente sino cuando suena el despertador para ir a trabajar. Las tareas de cuidados, planificar comidas, mantener la casa limpia, todo lo organizamos alrededor del tiempo que el trabajo nos deja libres. Las relaciones sociales también las planificamos de acuerdo al tiempo libre que el trabajo nos permite.

El trabajo construye nuestra identidad. No decimos «trabajo de camarero, de abogada, de periodista», etc. Decimos «SOY camarero, abogada, periodista». La profesión no es algo a lo que nos dedicamos (durante un montón de años, con suerte, de nuestra vida). La profesión es algo que SOMOS, que condiciona nuestra forma de pensar, de actuar, de ver el mundo y de pensarnos a nosotros mismos. Por eso hablamos de tener conciencia de clase, la noción de pertenencia a una clase social que condiciona nuestro presente y nuestro futuro, y de acuerdo a la cual tomamos decisiones políticas.

[INCISO] Por eso no estoy de acuerdo con la afirmación que se hace desde el feminismo abolicionista cuando dicen que la identidad de género no existe. Claro que existe la identidad de género, es solo que no funciona como desde el activismo trans nos dicen que funciona. La identidad de género existe del mismo modo que existe la identidad nacional vinculada a un sentimiento de pertenencia, como existe la identidad de clase y por eso de quien no tiene conciencia de clase decimos que es más tonto que un obrero de derechas, o en otras palabras, que es un jodido desclasao.

Creo que mi generación, la que alcanzó la mayoría de edad con el cambio de milenio, es una generación bisagra, la que supone un impasse, la primera generación que vive peor que sus padres. Y esto implica un cambio de paradigma. Las generaciones más mayores han sido socializadas en el trabajo como valor, ser una persona ociosa se equipara a ser un vago, y eso es inasumible para la propia construcción de la identidad. Por eso personas son en su mayoría personas de más de 50 quienes afirman con rotundidad que si les tocara suficiente dinero en la lotería como para tener la vida resuelta, ni aún así dejarían de trabajar. Mientras que para las generaciones más jóvenes, socializadas en la precariedad laboral, si dieran un pelotazo tan grande que les resolviera de un plumazo todas sus preocupaciones económicas para el resto de sus vidas, ni por asomo volverían a la rutina de fichar a las 9.

¿Y tú, dejarías de trabajar si te tocara la lotería?

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