Con el bullyig, desde la perspectiva adulta, tengo la sensación de que ocurre como con la violencia de género: si no observamos una paliza en grupo a una criatura en la puerta del colegio, el acoso escolar no existe, o son bromas, o son cosas de críos.

Y con esta perspectiva, muchas veces son los propios adultos quienes legitiman el bullying, cuando no son quienes lo ejercen directamente. Con el carnaval en los colegios como excusa he podido observar personalmente este tipo de dinámicas. Me explico.

La mujer que limpia la oficina en la que trabajo, también es monitora de un comedor escolar. Y nos estuvo contando el viernes pasado algunas anécdotas sobre el carnaval en su colegio. Medio en broma yo le di la réplica a algunos aspectos que comentó desde una perspectiva sociológica. Nos contó que a los alumnos que no querían participar del carnaval, se les pintaba el pelo con spray, lo que yo identifiqué como mecanismos coactivos de control social. Castigos por no pasar por el aro. O te sometes a las normas que hemos impuesto, o estas serán las consecuencias. Enseñando a las criaturas a ser sumisas al sistema desde bien pequeñas. A lo que ella argumentó que los adultos «se lo habían currado mucho» para organizar el carnaval, y que lo mínimo que podían hacer las criaturas era colaborar. Es decir: chantaje emocional de libro. Mecanismos coactivos (sanción, te pinto el pelo con spray) y no coactivos (chantaje emocional) combinados funcionando en perfecta sincronización para que la escuela sea una institución reproductora del orden social establecido. Hasta aquí, todo en orden.

Hasta que nos explicó lo que hizo ella personalmente con una alumna que se negaba a ir maquillada ni disfrazada, y ahí ya creo que se cruzaron todas las líneas rojas. La niña le dijo repetidas veces «que no quería maquillarse, que no, que no, que no, que no», según su relato. Y en lugar de respetar esa opción, lo que hizo esta monitora del comedor, tal como ella misma nos lo explicó, fue coger a la niña en un despiste varias horas más tarde, por la espalda, y pintarle el pelo con spray entre las carcajadas de toda la clase.

Se me pusieron los pelos de punta, se me puso una bola en el estómago y casi me dieron ganas de vomitar. No me cuesta imaginar la humillación que sufrió esa niña ante todos sus compañeros y compañeras de clase, a manos de una persona adulta además, que lo justificaba como «una broma».

Esa niña ha visto destruidas de un plumazo todas sus herramientas para defenderse contra el bullying. Esa niña ya no tiene a nadie a quien acudir si sus compañeros de clase la acosan, porque los adultos le han enseñado que «es una broma» y por lo tanto tienes que tragar con ello. Aunque te humillen, aunque te hagan sentir mal, aunque se rían todos de ti. Es una broma, y con ello tienes que tragar. Te aguantas, aprietas los dientes y sigues adelante porque «es solo una broma». Y como te quejes de esas «bromas», entonces la rara eres tú, que no aguantas nada, que eres demasiado sensible, que te quejas por todo. Ya no tienes a quien acudir. Ya no tienes herramientas para defenderte del acoso escolar, porque de repente todas las humillaciones no son más que «bromas», y las bromas hay que aguantarlas con estoicismo, según parece. Buen trabajo.

A esa niña, si en su casa le han enseñado que la última palabra acerca de los límites sobre su cuerpo los tiene ella, esa enseñanza ha quedado destruida de un plumazo. Esa niña acaba de descubrir que la última palabra acerca de los límites sobre su cuerpo no los tiene ella: los tiene el sistema. Es el sistema quien le impone lo que tiene y lo que no tiene que hacer sobre su cuerpo, lo que debe tolerar y lo que no, y las sanciones que tendrá si se niega a admitir que el sistema haga con su cuerpo lo que considere.

Y lo peor es que si a esa niña le preguntas si le ha molestado esa «broma» que le ha hecho una adulta, no un igual sino una persona con la que tiene una brutal diferencia de poder, contestará que no le ha molestado. Porque eso es lo que le acaban de enseñar que es socialmente aceptable cuando te hacen algo que te duele, cuando te humillan públicamente: lo que tiene que hacer es apretar los dientes y tragar con todo. Ella se lo ha buscado por no pasar por el aro. Es culpa suya. Le habrá dolido la humillación pública (como cualquier persona con un mínimo de empatía podría apreciar), pero el mensaje que se le ha trasladado es que le molesta porque la rara es ella, que no aguanta una broma.

Hoy ha sido una adulta pintándole el pelo con un spray que en cuanto llegue a su casa y se lo lave, se le quitará. Una simple broma. La semana que viene una compañera de clase le pegará un chicle en el pelo, y le tendrán que cortar un mechón para poder quitárselo. Otra broma. El mes que viene, sus compañeros le quitarán la mochila y esa niña se pasará media hora intentando recuperarla mientras se la pasan unos a otros. Otra broma. Probablemente le devuelvan la mochila cuando se cansen llena de patadas y escupitajos, porque son unos bromistas, ¿y a qué adulto va a recurrir esa niña para quejarse? A ninguno. Se preguntará qué ha hecho ella para merecer que la traten así, porque han sido los propios adultos quienes le han transmitido la idea de que la culpa es suya. Y cuando meses más tarde, esa mochila acabe en los vestuarios del gimnasio, con los acosadores masturbándose encima y se la devuelvan llena de semen, ¿entonces sí veremos que la broma se nos ha ido de las manos y nos preguntaremos cómo diablos hemos llegado hasta aquí, o tampoco?

Por eso no me creo todas esas campañas contra el acoso escolar, de tolerancia cero y blablabla. Porque constantemente veo adultos reproduciendo esas mismas dinámicas, así que no me resultan creíbles. Porque, como decía antes, con el bullying ocurre lo mismo que con la violencia de género: que pensamos que es un ojo morado, un brazo roto, un «me caí por las escaleras», «me resbalé en la ducha», «me comí una puerta». Y no, es mucho más. Son las humillaciones diarias y constantes, es el aislarte, el hacerte sentir sola, son todas esas frases hirientes que te hacen sentir inútil, que llevan a que tú misma te creas que te mereces que te traten así. Del mismo modo, el bullying no es únicamente una paliza en la puerta del colegio, es mucho más: son todas esas humillaciones cotidianas, con mayor o menor nivel de sutileza. Porque no todas son disimuladas, no todas pasan por debajo del radar, pero si los adultos no le dan la importancia que tiene, no intervienen para atajarlo desde el principio. Del mismo modo que decimos «son cosas de pareja, no te metas, todas las parejas discuten», también decimos «son cosas de críos, no te metas, entre ellos se arreglan». Fórmulas que solo sirven para que, como sociedad, miremos para otro lado y nos desentendamos del problema. Hasta que sus manifestaciones más extremas se hacen tan evidentes que ya no podemos fingir que no hemos visto nada: cuando un hombre que «siempre saludaba» mata a su exmujer, o cuando un crío «que no es malo, solo un poco movido» acaba llevando al suicidio a otro compañero. Infiernos cotidianos a los que no queremos prestar atención hasta que las consecuencias nos hacen imposible mirar para otro lado, y entonces nos preguntamos cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí, y volvemos a recalcar lo importante que es la educación. La educación como solución a largo plazo (que se ocupen otros), mientras nos olvidamos de la contención a corto, de atajar todas esas manifestaciones de violencia a las que no damos importancia pero que convierten la vida de las víctimas en un calvario insoportable.

Lo que ha hecho esa monitora del comedor es terrible. Y lo peor es que ni siquiera se de cuenta de las consecuencias que sus actos tienen. Intenté hacérselo ver, y se sintió ofendida, como si la estuviera atacando y la víctima fuese en realidad ella y no esa niña a la que violentó porque le dio la gana, porque la niña se negó a someterse a sus estúpidas reglas. Pero yo sí sé cómo se siente, yo he sido esa niña humillada en público, con todos los compañeros de clase riéndose de mí, y os puedo asegurar que dentro de 30 años, esa niña se acordará de este carnaval. Me gustaría abrazarla y decirle que yo sí la entiendo, que comprendo cómo se siente, que tiene derecho a sentir rabia, a rebelarse, a exigir autonomía sobre su cuerpo, a que nadie la violente, a que respeten sus límites. No hay ninguna excusa para violentar a una criatura, para exponerla y humillarla ante todos sus compañeros. El carnaval tampoco es excusa. Respetad a las criaturas.

Me tenéis harta.

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