Como muchas seguramente ya sabéis, me encuentro actualmente investigando para el TFG, y el tema elegido es la comunidad incel en España y su relación con el feminismo: cómo dialogan con el feminismo, de qué fuentes beben, cómo lo reinterpretan…
Algunas me habéis pedido que vaya compartiendo los avances de mi investigación, y eso quiero hacer, aunque esté en una fase muy preliminar todavía.
Mi hipótesis de trabajo en cierta medida rompe con las investigaciones académicas precedentes sobre el tema. Para empezar, en España ha suscitado poco interés. Mientras que la academia anglosajona se ha tomado en serio el fenómeno y lo sitúan en el ámbito del terrorismo de extrema derecha (por buenas razones), en España las publicaciones académicas se cuentan con los dedos de una mano, y casi toda la bibliografía que podemos encontrar al respecto son artículos de prensa con un tratamiento más morboso que informativo. Destaca el informe realizado desde el Centro Reina Sofía por Elisa García-Mingo y Silvia Díaz Fernández, Jóvenes en la Manosfera. Influencia de la misoginia digital en la percepción que tienen los hombres jóvenes de la violencia sexual (se puede descargar aquí). También es de sobra conocido el libro de Laura Bates, Los hombres que odian a las mujeres. Incels, artistas de la seducción y otras subculturas misóginas online, aunque de nuevo tiene el handicap de que está enfocado en la comunidad incel de Reino Unido.
Y prácticamente todos los trabajos académicos que he podido leer al respecto, tanto de habla inglesa como en castellano, parten de una premisa inicial: lo que mueve al colectivo incel, lo que los cohesiona, es el odio a las mujeres motivado por la ausencia de sexo. Y aquí es donde creo que mi investigación puede aportar un punto de vista novedoso. Creo que los trabajos que me han precedido parten de un error de enfoque: la ausencia de sexo en este caso es una consecuencia, pero no la causa principal.
Mi hipótesis es que, pese al nombre con el que se identifica a la comunidad incel (“célibes involuntarios”), no es la ausencia de sexo lo que les tiene frustrados: su rabia viene de constatar el fracaso de una expectativa de futuro que habían idealizado en pareja e hijos. El futuro idealizado del incel promedio no es verse como un alfa-fucker, sino como cabeza de familia y padre proveedor. Lo que viene siendo un beta según su tipología, pero de una “buena chica”. Y su rabia viene de constatar que ese futuro les está vedado.
Buscan mil explicaciones sociológicas para justificar su propio fracaso en términos victimistas, pero el punto es que lo que les tiene amargados no es la falta de sexo (algunos recurren a la prostitución sin mayor cargo de conciencia): lo que les amarga es la falta de pareja.
Cuando el incel promedio dice que añora la vida de sus abuelos, no lo dice porque su abuelo se hinchara a follar, sino porque era el hombre proveedor de su familia y cuando volvía al hogar tenía a su mujer y sus hijos esperándoles (complacientes) y su autoridad era ley. Es una cuestión de poder, pero no un poder trasladado a cualquier ámbito de la vida: no sueñan con ser un poderoso empresario con un Mercedes y chófer; les basta con ser un mindundi con un SEAT Ibiza, dos hijos y un perro.
En concreto, lo que desea es el estatus social de «ser padre»: emular a las figuras masculinas de referencia de su familia, y el no haberlo logrado (ni posibilidades de lograrlo en un futuro a medio/largo plazo) es lo que le genera esa sensación de fracaso vital, que externaliza en forma de odio hacia las mujeres por haberle negado ese estatus. Por lo tanto, la rabia que les cohesiona como grupo no viene motivada tanto por la frustración de la ausencia de relaciones sexuales, como por la frustración por lo que representa la ausencia de relaciones sexo-afectivas.
No hay amor romántico en su fórmula: hay un arquetipo de cabeza de familia, que es cuidado y respetado, cuya autoridad no se cuestiona. George Kimmel no habla del incel, habla del votante medio de Trump en el libro Hombres (blancos) cabreados, pero creo que lo resume a la perfección:
«La ira del hombre blanco brota de la potente fusión de dos sentimientos: la superioridad y el victimismo (…) en todos los casos, se trata de hombres que sienten que les han arrebatado algo importante (…) Se trata de una humillación con una profunda marca de género, pues cuando estos hombres aseguran que desean cuidar de su familia, pretenden hacerlo por sí solos. Los integrantes de las clases media baja y trabajadora son los últimos tíos de la historia que creen que, ellos solitos, deben sacar adelante a su familia y que sus esposas “no deberían tener la obligación de trabajar”. Como ocurriera con sus madres y abuelas, las mujeres deberían quedar “exentas” el mundo laboral.»
Y en este contexto, ¿qué papel juega el feminismo? Las transformaciones sociales que han tenido lugar en las últimas décadas en las sociedades occidentales han venido indudablemente de la mano del feminismo: la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral remunerado, la popularización de los métodos anticonceptivos que permiten retrasar (o incluso renunciar a) la maternidad, el mayor grado de formación alcanzado por las mujeres, la relajación de las costumbres sexuales, , el retraso en la edad del primer matrimonio, la caída del número de matrimonios heterosexuales en general, la ley del divorcio… Todos estos cambios conllevan la mayor autonomía de las mujeres respecto al pater-familias (padre o marido, dependiendo del caso), de tal modo que el matrimonio y la crianza dejan de ser destino para convertirse en opción. Y aún en el caso de la opción, las mujeres ya no están sujetas al marido por una relación de dependencia.
De este modo, el pacto patriarcal «una mujer para cada uno, y unas cuantas para todos«, pierde vigencia. Un porcentaje de hombres se quedan al margen de ese futuro que habían idealizado. Fantasean con la idea de un futuro para las mujeres igual de solitario que su presente, rodeadas de gatos, vinos, satisfyer y lexatines, pero no es más que una proyección de su deseo de venganza no violenta. Cuanto estos deseos incluyen violencia, entonces hablamos de «sharia blanca«.
Muy interesante tu hipótesis. Creo que tiene todo el sentido. Me ha recordado a «Don’t Worry Baby» en la que eso es lo que se desprende.