Esta no es una entrada de análisis sino de perplejidad. Perplejidad ante las manifestaciones (en sentido amplio) que estamos viendo alrededor de la investidura de Pedro Sánchez. Perplejidad ante tantos días de movilizaciones seguidos frente a Ferraz de la misma gente, de los mismos disturbios, de las mismas consignas, de los mismos esquemas de análisis dicotómicos. Perplejidad ante quienes están capitalizando el descontento por una propuesta política, por unos acuerdos, o incluso por un resultado post-electoral con el que no están de acuerdo.
Puedo entender el sentimiento de frustración del electorado del Partido Popular, que crean que les han ganado el partido en el último minuto por un penalti pitado gracias al VAR. Lo puedo entender. Puedo entender el descontento por los acuerdos post-electorales, en particular por el pacto para la ley de amnistía que el PSOE ha alcanzado con Junts. Todo eso lo puedo entender.
Lo que ya no soy capaz de entender es qué clase de cálculo han hecho en el Partido Popular para llegar a la conclusión de que les sale rentable seguir alentado el odio. No entiendo qué clase de irresponsabilidad les ha poseído para considerar que es prudente dar alas a determinados discursos antidemocráticos y violentos, como llevamos viendo estas últimas semanas. Nada de eso es propio de un partido de orden como se presupone que ese el Partido Popular, lo que me lleva a pensar que ha sido tomado al asalto por el sector ultra y han decidido quemar todas las naves.
Refrescadme la memoria, ¿no se suponía que Feijoo era más moderado que Pablo Casado, que venía a poner orden y a centrar al PP?

Tengo la sensación de que todo el odio que estamos viendo estos días tiene un origen que va mucho más allá de la imposibilidad de alcanzar una mayoría parlamentaria tras unas elecciones en las que creían que iban a arrasar.
Tengo la memoria suficiente como para recordar la legislatura de la crispación con Zapatero, en la que salíamos a mani-facha al mes, con hasta los obispos sujetando la cabecera de las pancartas, como para que todo esto me pille de nuevas. Pero entonces se manifestaban por cosas relativamente tangibles, que creían que les afectaban en su día a día, como en contra del matrimonio igualitario o de la ley de plazos del aborto (especialmente por lo que respecta a las menores de 16 y 17 años), o contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, pues todas estas medidas creían que iban encaminadas a destruir el modelo tradicional de familia, a lo que los sectores más conservadores se oponían con vehemencia, como es lógico.
Pero lo que estamos viendo estos días va mucho más allá. Lo que estamos viendo estos días, por putodefender España, creo que no tiene comparación en la historia reciente, o al menos a mí no viene a la memoria. Cierto es que hemos tenido manifestaciones porque España se rompe y zETAparo está regalando Navarra a la ETA. Lo recuerdo. Pero el nivel de violencia alcanzado en aquella época no pasaba de las pancartas, nunca vimos cargas policiales contra manifestantes de derechas que arrojaban bengalas a la policía.

Quizá lo más parecido de nuestra historia reciente sean los dos años de concentraciones en la puerta de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero por una turba fascista que no ocultaba sus deseos de violencia contra el Vicepresidente del Gobierno y la Ministra de Igualdad, quienes también han sido acreedores de un odio que va mucho más allá de su acción política, y cuyo germen os prometo que se me escapa.
En este contexto, los modelos habituales para explicar el germen del odio se me quedan pequeños. Una piensa en el modelo de George Simmel para explicar el auge del electorado trumpista en Hombres (Blancos) Cabreados, y no me sirve para explicar la actual oleada de protestas contra la investidura de Pedro Sánchez. Me teoría de la privación relativa, de quienes no es que lo hayan perdido todo sino que tienen miedo a perder lo que han alcanzado, sí me sirve para explicar la frustración del electorado del PP, pero no para explicar el odio de tanta gente joven que se manifiestan por putodefender España coreando consignas abiertamentes fascistas.
Sería facilísimo recurrir a la vieja confiable de los youtubers fascistas, de pseudo-medios de comunicación que esparcen bulos, de la reacción antifeminista, etc etc etc como explicación. Y segurament su influencia habrán tenido, no digo que no. Pero creo que hay algo que se nos escapa, y todavía no sé qué es. Una variable explicativa que anticipe el germen del odio y que nos permita comprender lo que estamos viendo.
