Exactamente dos semanas antes de que Podemos hiciera oficial su ruptura con Sumar y la incorporación de sus 5 diputados y diputadas al Grupo Mixto, yo había dejado ya escrito aquí que Podemos debía estar fuera de Sumar con carácter inmediato. Los insultos de la formación morada al resto de la coalición de la que hasta entonces formaban parte, y las faltas de respeto hacia quien es su cara visible habían tomado ya un cariz insoportable. No puedes mandar una carta a tu militancia acusando a Sumar de ser «servil ante los poderes fácticos«, y continuar dentro. No puedes organizar una campaña llamando «traidora» a la líder del espacio político, y seguir formando parte de ese espacio.
En palabras de Ione Belarra:
Hemos intentado hacer todo lo posible desde el grupo parlamentario de Sumar, pero se ha demostrado imposible
Y, efectivamente, lo han intentado todo: han intentado avasallar al resto de partidos que componen la coalición, han intentado ser el gallo más fuerte del gallinero, han intentado imponer su voz sin respetar los acuerdos, han intentado imponer candidatas que no contaban con el apoyo del resto, han intentado dinamitar el trabajo en equipo… y se ha demostrado imposible. La única opción que les queda para poder imponer su voz sin tener que acordar una posición común y sin tener que someterse a una disciplina con la que no concuerdan, es ir por libre. Salir de la coalición, cada uno por su lado, y tan amigos.
En palabras de Daniel Bernabé, ahora Podemos tiene por un fin un Ministerio: el Ministerio del Dolor de Muelas.
¿Por qué ha acabado ocurriendo lo que creo que a estas alturas ya todo el mundo preveía que pasaría más pronto que tarde? Por desconfianza. En su momento dije que el veto a Irene Montero se debía a su nula capacidad de trabajar en equipo, lo que ha hecho que se ponga de culo a quienes inicialmente la apoyaron, por no tolerar ni una enmienda a su acción política y considerar una traición que le pongan matices. Y la ruptura entre Podemos y Sumar ahora se debe fundamentalmente a lo mismo: en Podemos no saben trabajar en equipo. Funcionan imponiendo. Se les llena la boca de cuidar los espacios, cuando lo que quieren decir es que no les lleven la contraria. Siguen viviendo de rentas pasadas, de cuando tenían la fuerza de 70 diputados/as y aspiraban a sorpasar al PSOE, sin darse cuenta de que estamos ya muy lejos de aquel escenario.
Si escuchas a Clara Serra o a Pedro Honrubia, además de a Ione Belarra, queda cristalino que todo es un problema de falta de entendimiento, de no saber trabajar en equipo, de desconfianza. No tienen ministerios porque se dedican a ser oposición dentro del Gobierno. No tienen portavocías porque no hay garantías de que fuesen a respetar las posiciones políticas acordadas en la coalición, y no tienen firma porque la última vez que dependió de ellos que firmaran un acuerdo de coalición en Andalucía, estuvieron forzando incluir a sus personas de confianza en puestos de salida tan a límite que llegaron tarde y no firmaron dentro de plazo. Podemos no era de fiar dentro de la propia coalición. Por eso les dejan sin Ministerio, sin firma y sin portavocías: para evitar que la líen al ir por libre. Y por eso, si Podemos quiere ir por libre, debe estar fuera de Sumar. Y no pasa nada.
Pero es que te voy a decir una cosa: no pasa nada. No comparto el análisis dramático del transfuguismo ni la traición al electorado. Entre los electores de Sumar hay básicamente dos tipos de personas: quienes les votaron porque estaba Podemos, y quienes les votaron a pesar de que estaba Podemos. Y ambos grupos se han quedado la mar de tranquilos con la escisión de una coalición que nunca debería haber tenido vocación de ir más allá de las elecciones, una coalición que estaba claro que era imposible que durara cuatro años teniendo en cuenta ya cómo se firmó en su momento.
Por mucha épica y mucho romanticismo que se le ponga a la primera vez que la izquierda a la izquierda del PSOE se presenta junta a las elecciones, lo cierto es que Sumar no es otra cosa que un acuerdo para no desperdiciar ni un solo voto en el reparto de escaños que configura nuestro sistema electoral. Todo lo demás es hacernos trampas al solitario. De haber concurrido por separado, es probable que Sumar hubiera logrado una docena menos de escaños, que Podemos hubiera acabado no en el Grupo Mixto sino extraparlamentarios, y que hoy tuviésemos a Abascal de vicepresidente.
Sumar fue un acierto en ese sentido, pese a que en Podemos hiciesen todo lo posible por boicotearlo porque, como ha dicho su ya ex candidato por Alcorcón, la lógica con la que Podemos se incorporó a Sumar no fue la de colaboración sino la de competición, exigiendo en palabras de Pablo Iglesias «respeto por la fuerza política que más ha hecho desde la izquierda en la España reciente«. Eso no es respeto, amigo mío: lo que exiges es sumisión. Y con esa dinámica no puedes participar en una coalición de partidos. Se les dejó entrar porque eran matemáticamente necesarios para la operación, no porque fuesen políticamente determinantes.
Y por eso creo que ha sido un error mantener la coalición tras las elecciones. No iba a funcionar. Ni un día de legislatura llevamos, aún casi no han ni tomado posesión de los cargos en las comisiones y ya ha saltado por los aires. Y es que si el proyecto era solo para no desperdiciar ni un voto en las elecciones, hacerlo durar más allá de las propias elecciones y firmar un acuerdo por cuatro años era un ejercicio de autoengaño.
El experimento funcionó para no desperdiciar ni un solo voto en las elecciones. Estupendo. Pasadas las elecciones, tú por tu camino y yo por el mío. Sin dramatismos, sin insultos, sin hacernos promesas que no vamos a poder cumplir. Y no pasa nada.
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