Una olla al fuego, en cualquier casa es un acto banal. En la mía es todo un logro.

Planificar las comidas, ir a hacer la compra, ceñirme a un presupuesto, preparar los tuppers que voy a llevar al trabajo, comer de forma variada y que no se me caduque nada, alimentarme de algo más que fuet, chocolate y patatas fritas… Cada semana completada para mí, en este punto de mi vida en el que me encuentro, es un logro equivalente a escalar el Everest.

 

olla

 

Cuando hace 3 meses y medio Mireia y Ariadna vinieron a recogerme al hospital y Carlos me acogió en su casa, yo era un literalmente un pingajito. Incapaz de valerme por mí misma, me costaba un esfuerzo increíble simplemente levantarme de la cama y lavarme la cara, me duchaba con suerte un par de veces a la semana, casi no comía y solo quería que pasaran los días y me dejaran llorar tranquila. Me pasé las dos primeras semanas como un zombie, con un nivel de actividad física y cerebral prácticamente equivalente al de una planta. Lo único que me mantenía fuera de un estado de letargo permanente era tener que sacar a pasear a mi perra tres veces al día. Estaba de baja, no tenía rutinas, hábitos, estructuras… hace tres meses, cuando salí del hospital, era una persona simplemente incapaz de funcionar de manera autónoma.

En tres meses he tenido que reaprenderlo todo: rutinas, hábitos, organización, volver al trabajo y desenvolverme de manera relativamente eficaz, vivir sola y sobrevivir sin que me coma la mierda y sin morirme de hambre, sin el apoyo que significa que si yo no he sido capaz, Carlos habrá ido a hacer la compra por mí, habrá sacado a pasear a Pepper cuando mis horarios desquiciados se conviertan en una tortura para ella, y se habrá encargado de mantener unos niveles básicos de eficiencia para que mi vida no se desmorone (más aún).

Creo que poco a poco lo estoy logrando. Pasito a pasito estoy reconstruyendo mi pequeño mundo, devolviendo cada cosa a su sitio. Por lo pronto llevo dos semanas viviendo sola, y aunque queda muchísimo trabajo por hacer (lo primero: limpiar y pintar), estoy haciendo este espacio cada vez más mío, un lugar en el que sentirme cómoda, tranquila y a salvo. Y lo más importante: segura. Un lugar que me aporte estabilidad. Casi de un día para otro, me habían tirado dos escalones en la escala de necesidades de Maslow abajo, y de repente me vi pasando de tratar de alcanzar autorreconocimiento, confianza y respeto, a no tener cubiertas las necesidades más básicas de seguridad. Necesitaba empezar a reconstruir desde ahí con cimientos sólidos.

Aún estoy trabajando en ello, no se sale de una depresión tan fuerte en tres meses ni tampoco se deja atrás una recaída tan bestia como la mía por comprar un piso. Aún estoy luchando contra la dependencia emocional, dicen que los adictos no se curan su adicción en la vida, como mucho aprenden a vivir con ella, y probablemente el hecho de no haber parado ni un segundo durante este tiempo, no darle tregua ni al cuerpo, ni a la mente me está ayudando más de lo que ahora mismo puedo calibrar. Me estoy haciendo a la idea de que seré una adicta toda mi vida, y que mantenerme alejada del origen de mi adicción es esencial para mi propia supervivencia. Esta vez puedo contarlo de puro milagro, no creo que de haber una próxima vez tenga tanta «suerte».

Es una puta mierda saber que hay alguien que tiene tanto poder sobre ti, que tiene literalmente tu vida en sus manos. Procuro no pensarlo demasiado, porque me hace sentir pequeña, frágil e insignificante.

En su lugar intento focalizar en que he sobrevivido dos veces. En que logré mantenerme alejada una vez durante dos años, y en que si me lo propongo esta vez lograré mantenerme alejada para siempre. Pensar que podía mantenerlo bajo control fue una trampa mortal en la que no puedo volver a caer. En lugar de pensar en el control que tiene sobre mí, intento centrarme en el control que estoy recuperando sobre mi vida, en el trabajo que estoy haciendo para devolver el orden a este caos, en la lucha diaria para ser una persona funcional, en que cada día sin mandarle un mensaje y sin pensar en él es una victoria. En que hubo un tiempo en que no le conocía y mi vida funcionaba, en que llegó y arrasó con todo pero puedo volver a resurgir. No volveré a ser la que era, la edad de la inocencia ya pasó, pero puede ser una persona de la que enorgullecerme. Dolorida, con cicatrices que me recuerdan que luché y perdí, pero aún así orgullosa del camino recorrido y de todo lo que me espera por delante.

Porque unas veces se gana, y otras se aprende.

 

fenix