Comentaba hace unos días que quizá esperaba demasiado de un programa Cazadores de Trolls sobre el acoso unido al anonimato en internet.

Si de algo puede servir, creo que puede ser en la línea de crear cierta conciencia social y trasladar el estigma de las víctimas a los trolls, igual que ocurrió con los “ninis”: que esa conducta deje de ser socialmente aceptada o incluso valorada y acabe siendo rechazada, algo que ahora no percibo que ocurra.

Claro que también cabe la posibilidad de que esté esperando demasiado de un programa de televisión.

Lo que pude apreciar durante la emisión del programa no pudo ser más decepcionante, tanto en el propio programa como en el seguimiento en las redes sociales.

El primer programa se centró en el caso de Luisa, una mujer de un pueblo que llevaba meses aguantando el acoso a través de redes sociales de [SPOILER] un ex-compañero de trabajo con quien no quiso mantener relaciones 25 años atrás (!!!) y la actual novia del mismo, que colgaron fotos de Luisa en internet junto a anuncios con su número de teléfono en los que ofrecía sexo gratis y la describían como viciosa y con afición a ponerle los cuernos a su marido.

Las críticas al programa son en general muy legítimas. El amarillismo con el que se trató el asunto, lo rápido que se ventiló la resolución del caso que hizo que pareciera humor absurdo, lo innecesariamente cutre de la furgoneta camuflada del informático al más puro estilo Mentes Criminales, el escaso hincapié que hicieron en prevención y concienciación, cómo en ocasiones rozaron el victim-blaming al decirle a la víctima que debía privatizar su perfil de facebook y twitter… En fin, un cúmulo de despropósitos para un programa que había generado tanta expectación.

No obstante, un breve repaso por el hashtag del programa #CazadoresLuisa mientras estaba en emisión me heló la sangre. Mientras en el programa estaban relatando el drama de esta persona que llevaba 8 meses aguantando acoso, que vio cómo su reputación en su pueblo se iba por el fregadero, que estaba recibiendo en su teléfono móvil constantemente mensajes repugnantes, que tuvo que aguantar ver su foto circulando junto a anuncios ofreciéndose como viciosa y con ganas de sexo gratis y de ponerle los cuernos a su marido… en twitter la gente decía que era todo falso porque «lloraba sin lágrimas» o que debería hacer un cursillo para que le explicaran dónde está el botón de bloquear.

Es muy fácil hablar cuando no te afecta a ti directamente. Es muy fácil aconsejar «bloquea y pasa» cuando no eres tú la persona afectada, cuando no tienes que aguantar a cientos de cuentas, muchas de ellas de nueva creación simplemente con el fin de saltarse el bloqueo y que te lleguen sus insultos. Es muy fácil decir «pasa de ellos, tía, no te rayes» cuando no es tu imagen y tu nombre el que utilizan. En mis menciones me gustaría veros algunas semanas a ver cómo reaccionabais, y a ver cómo aguantabais el acoso durante meses y meses y meses y meses. Es muy fácil ver los toros desde la barrera.

Mientras Luisa explicaba a Pedro García Aguado que había denunciado y la policía no pudo ayudarla… en twitter gente que no tiene ni idea de lo que es vivir ese acoso constante y humillante le recomendaba ¡tachán! Denunciar. Como si la denuncia tuviera poderes mágicos. Como si la policía tuviera medios para perseguir a imbéciles que te están tocando los cojones mientras están empantanados con pederastas que comparten pornografía infantil y, en los ratos libres, identifican a twitteras para llevarlas ante la Audiencia Nacional por hacer chistes de Carrero Blanco.

Un gran problema es que las leyes para proteger contra el ciberacoso están pensadas para adolescentes víctimas de bullying, y ni jueces ni policías se toman demasiado en serio el acoso a adultos, por mucho que sea organizado, sostenido en el tiempo y con una clara intención de dañar tu reputación, que puede ocasionarte incluso graves perjuicios económicos. Ningún fiscal de España se va a tomar la molestia de investigar, identificar y perseguir a los trolls que se pasan la vida acosando a feministas a través de sus múltiples cuentas en internet con total impunidad amparados en su cómodo anonimato, y ellos bien que lo saben. Si ya los juzgados de violencia sobre la mujer carecen de los medios suficientes para proteger a las víctimas de violencia de género cuya vida corre peligro y que son permanentemente cuestionadas, imagínate qué nivel de prioridad ocupamos las víctimas de acosadores a través de internet en cuanto a los recursos disponibles. Entre cero y nada. Solo nos queda la vía de rascarnos el bolsillo, buscar la forma de identificarlos de manera fehaciente por nuestros propios medios y querellarnos vía delitos contra el honor, personándonos en el proceso con abogado y procurador, porque simplemente poniendo la denuncia en comisaría vas de culo.

En resumen, que la opinión que generó el programa según pude apreciar, más que lograr concienciar sobre lo nefasto de la actitud de los trolls, lo que logró fue señalar a la víctima como culpable del acoso sufrido y cargar sobre ella la responsabilidad:

  1. Por no bloquear. Como si fuera tan fácil. Como si no se crearan más cuentas en cuestión de segundos para continuar con el acoso.
  2. Por no privatizar su perfil. Por no cerrarse la cuenta. Por no esconderse. Por no tolerar que su reputación digital y su imagen quede en manos de terceros que la odian.
  3. Por no denunciar. Aunque sí denunciara y no sirviera de nada, porque no pudieron ayudarla. Porque al parecer siguen creyendo que una denuncia tiene poderes mágicos.

Una decepción absoluta con el programa y con la audiencia.

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